Todas las caras revolucionarias del «Joker» del cineasta Todd Phillips

José Luis Losa

CULTURA

El triunfo veneciano anuncia revolución en los Óscar de la mano de un filme de superhéroes sin efectos especiales

03 oct 2019 . Actualizado a las 19:26 h.

Qué paradoja constatar que las dos películas que en el 2019 provocaron sendos movimientos telúricos, para erigirse en reivindicaciones mayúsculas del cine como arte revolucionario, hayan sido producidas nada menos que por las corporaciones Sony y Warner. Tarantino con Érase una vez... en Hollywood y Todd Phillips con Joker han roto en estos cuatro meses las costuras de una pantalla grande tan amenazada desde fuera por las plataformas de consumo doméstico como atenazada desde dentro por la depauperación del concepto de creación fílmica del desneuronado diluvio de superhéroes que nunca escampa. Tarantino, desde Cannes, reivindicó la fuerza primigenia del cine, capaz de remover la Historia y propulsar su capacidad de hacernos soñar: un proceso emocional colectivo, inviable fuera del marco de la sala y su catarsis vivida en grupo.

Con Joker, Phillips acaba de arrojar ya no una piedra sino un meteorito en el estanque del establishment de los festivales de cine y en los del malhadado género de los elefantes de metal en la hortera cacharrería Marvel de la vigorexia deshumanizada que nace de las batcuevas nada platónicas y de la kryptonita como bromuro intelectual.

Lo autoral y «las majors»

Y es que Phillips —y ahí Venecia le ha ganado de nuevo el pulso del relato a Cannes, donde Tarantino fue postergado de modo insultante— sí hizo saltar la banca al ganar en el Lido. Las leyes no escritas de que un filme de una major estadounidense nunca puede ganar un festival de autor es una antigualla pseudoideológica de tiempos de la guerra fría, sanamente dinamitada el sábado en Venecia. Y la segunda gran transgresión de Joker es la de activarse como cáustico caballo de Troya dentro de la fortaleza donde habitan los gigantes madelman o los iron inoxidables, para desnudar sus armaduras, dejarlos en puñetera pelota y poner en evidencia la infertilidad como cine de estos castrati que no levantan una emoción.

Será revelador comprobar —cuando Joker se estrene el 4 de octubre— cómo encajan los espectadores que alimentan la rueda de taquilla de los superhéroes una película que carece de efectos especiales y se desarrolla sin una sola secuencia de acción mutante. El Joker les va a molestar mucho porque esa la naturaleza de escorpión de este Joaquin Phoenix que no es ni tiene ganas de ejercer de supervillano de la DC. Su reino es muy de este mundo económicamente colapsado: el de las criaturas marginadas que salen de la boca de ese underground de Gotham, tan sucio como el metro de la New York de los años 80 que tanto fascinaba, con todos sus peligros como parte del billete, a Felipe González.

 Humillados por el sistema

El Joker ha llegado para quedarse. Como Joaquin Phoenix, quien no es ya solo el master of universe de la genialidad actoral extrema del siglo XXI sino el loco egregio que —como todos los cenitales locos de Scorsese o de Shakespeare— surgen para invocar una serie de catastróficas desdichas. Desde la fuente del dolor de su infinita tristeza, el Joker Phoenix y ese cineasta de fuerza corrosiva superlativa que es Todd Phillips van a sumar fuerzas en su rebelión común de humillados por el sistema.

Ambos son vidas paralelas, víctimas vapuleadas por el star-system: el Joker porque siempre quiso dar su vida por provocar una sonrisa. Pero —desde su cuna de maltratado sin servicios sociales hasta el foso de los leones donde le espera Robert de Niro— no más ha recibido las costaladas que le han abocado al mental breakdown. Y Todd Phillips, por la displicente corrección artística de Hollywood, que nunca se tomó en serio al director pagliaccio de obras inspiradas, desacreditadas solo por titularse Viaje de pirados, Escuela de pringaos y, sobre todo, Resacón en Las Vegas.

Pues bien, están aquí. Phillips y el Joker Phoenix, en su viaje de pirados o en su revolución de las ratas, han convocado a los disfuncionales, a las flores del arrabal. A los payasos. Send In The Clowns, como himno asinatrado de la revuelta y de la película. Pero, ¿dónde están los payasos? Manden a los payasos. Ya han arribado. Para matar al padre de Batman o a la estatua patriarcal de Robert de Niro. Ya han tomado con su perturbación Venecia la Serenísima. Y en la revolución de febrero dinamitarán el circo de los Óscar.