El talento de Amaia florece en el jardín pop

Javier Becerra
JAVIER BECERRA REDACCIÓN

CULTURA

La artista navarra convence en la presentación de «Pero no pasa nada» en A Coruña, pese a no conseguir llenar el Palacio de la Ópera

21 oct 2019 . Actualizado a las 08:44 h.

El silencio impoluto con el que la audiencia escuchaba anoche a Amaia en el Palacio de la Ópera se rompía como un estruendo al terminar la canción. Había empezado dibujando con el piano la melodía de El relámpago para desembarcar pronto en el pop expansivo de Un día perdido. Ella en el medio, flanqueada por cuatro músicos que formaban un cuadrado en el fantasioso jardín pop del escenario, acaparaba las miradas. A medida que transcurría la canción, se ajustaba el sonido en el siempre complicado Palacio de la Ópera. Al llegar el final, brotaba de las butacas una oleada de aplausos un tanto diferentes. En ellos se podía colar el tono agudo y decidido del fervor juvenil de un público de veintitantos.   

Quizá ahí se puede encontrar el motivo de que el Palacio de la Ópera no registrase al final el lleno que se preveía. Las entradas, de 35 euros en adelante, supusieron un repecho complicado para que el veintañerismo masivo que vibra con la artista y la adora. Agotó los sectores a y b (los más caros), pero dejó el c un tanto desangelado, impidiendo el subtítulo del «lleno total» que sí logran, por ejemplo, Luz Casal, India Martínez, Pablo López o Sergio Dalma cuando actúan en el mismo recinto. Aunque por la sobreexposición mediática y la idea lanzada de que con Amaia iba a producirse algo así como otro nuevo fenómeno Rosalía, lo cierto es que aquí aún no se alcanza esa división de consagrados capaz de llenar un Palacio de la Ópera (1729 localidades). Queda aún mucho por andar.

Hubiera sido la guinda a un concierto notable que solo renqueó por la falta de un repertorio más extenso, pero que suplió esa carencia con versiones y guiños personales de la artista. Amaia, que apenas cuenta con un trabajo (Pero no pasa nada), dibujó un set-list en base a él, aunque estirándolo más allá por exigencias del guión. Cuando, tras sorprender a todos con una pieza a piano de ribetes marcadamente españoles, explicó se trataba de El puerto de Albéniz  y que la había preparado para su examen de piano, quedó todo claro. Había que rellenar como fuera.

No importó. Los fans de la Amaia que se ganó a media España en OT agradecen ese punto de ligereza y naturalidad. Igual le lleva a colar ese ejercicio -precioso, por cierto- como a confesar que no va a decir cosas bonitas de A Coruña en la presentación porque apenas conoce Galicia. También les encanta esos acercamientos de la artista a las primeras filas, un poco torpes pero encantadores, en los temas más movidos. Pero todo ello se justifica, más que a golpes de sonrisa o chispa, con talento verdadero. Y ayer, en medio de ese set inflado con versiones del bolero Tu me acostumbraste o la maravillosa Qué nos va a pasar de La Buena Vida (espléndidamente revisada y marcando la conexión con  el indie lánguido que se ve en el disco), Amaia lo mostro de manera genuina.

AMAIA DURANTE SU CONCIERTO EN EL PALACIO DE LA ÓPERA DE A CORUÑA
AMAIA DURANTE SU CONCIERTO EN EL PALACIO DE LA ÓPERA DE A CORUÑA Ángel Manso

Surgió el genio, de manera especial, a piano. Sola. Pulsando las teclas. Y abriendo los labios. Tomando Última vez y estirándola en una delicia sonora. Rescatando Nadie podía hacerlo y poniendo su voz justo en ese momento en el que, como oyente, se conecta con la magia personalísima de ese delicioso tono de miel infantil, tan disfrutable como indescriptible. También gustó sola, con la guitarra rescatando Un nuevo lugar. Y, vaya, fascinó con toda la banda cuando se ponía en modo Belle & Sebastian en Quedará en nuestra mente.

Existe, en casos así, una especie de reserva. Una voz interior que avisa de que es mejor no mostrar mucho entusiasmo. Que el camino del pop se encuentra lleno de globos inflados y pinchados. Pero justo cuando ese pensamiento sobrevuela, Quiero que vengas se multiplica en directo. Se evaporan todas las reticencias. Al sonar, espléndida y grandiosa,  El Relámpago se escucha el trueno de la fascinación en una pieza colosal, en la que la artista se desdobla. Ahí, justo ahí, y en un arrebato de emoción, se puede ver su futuro: interpretándola como un clásico muchos años después, ante un público que retrocederá a sus años mozos escuchándola.

Porque en esa voz, en su manera de interpretar y, por qué no decirlo, en el aura de chica-normal-pero-totalmente-especial hay algo único que invita a pensar en ello. Y embarcarse, encendido, en ese mañana de pop sentimental y maravilloso, que no tiene miedo ni las metáforas claras ni al trazo melódico limpio. Al término del concierto, Amaia salió de su jardín escénico y dio un paso adelante con sus músicos. Tocaron Nuevo verano. Al cantar esos versos de «La luna se refleja en mis uñas mordidas / todas las estrellas están juntas en mi bebida» (los que generan críticas, pero a los que sus fans se abrazan como a su osito de peluche favorito) se percibe que algo está pasado. Que puede ser aún más. Que puede que simplemente se prolongue. O que, quizá, sea incluso un poco menos. Pero que, ocurra lo que ocurra, va a ser interesante estar ahí. Viéndolo, escuchándolo, sintiéndolo y yéndose a casa con una sonrisa en los labios como la que ayer se llevó su público de A Coruña.