César Iglesias: «Mi indignación es consecuencia de la repulsión hacia un sistema que se dedica a agrandar el sufrimiento de la mayoría»

Juan M. Arribas REDACCIÓN

CULTURA

Julio César Iglesias
Julio César Iglesias

El poeta César Iglesias publica «Suena la nieve», su conmovedor e indignado nuevo libro

15 dic 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

César Iglesias (Mieres del Camín, 1961) publica Suena la nieve (Isla de Sistolá), su nuevo libro. Periodista en la reserva y poeta, Iglesias amplía sus obsesiones ya reflejadas en Lengua de duelo (Trea, 2016) y Las casas pechadas (Trea, 2011). Es decir: el dolor de la ausencia, las amputaciones que nos provoca el pasado, la memoria y el peligro de desmemoria. Un poemario que desciende a los abismos, exhumado pacientemente y que en ocasiones merecería ser cantado por Nick Cave. Suena la nieve es también un homenaje a la poesía, a los héroes que César Iglesias ha ido cincelando en su cabeza.

- ¿Cuál es la primera idea, el germen del que surge Suena la Nieve?

- Avanzar en una reflexión sobre los distintos rostros del sufrimiento. Si en las anteriores publicaciones había ese latido desde el dolor propio, ahora el acercamiento se materializa en un plural autobiográfico. Hay, tal vez, un anhelo de reivindicar una comunión ética con nuestros semejantes y con nuestro entorno natural, «ser para los otros», como apuntó el filósofo Emmanuel Levinas. Vivimos un mundo que avanza hacia su inmolación y si algunas funciones tiene la escritura poética, como cualquier otra actividad creativa, es dar testimonio de ello y, a la vez, ofrecer formas de consuelo y un atisbo de esperanza.

-Arranca Suena la nieve caminando por Lluveces, un espacio mítico. ¿Dónde queda exactamente?

-Los mapas lo sitúan en Barru, en el concejo de Llanes: es el topónimo de un barrio y de una pequeña isla frente a la playa. Más allá de su existencia cartográfica, Lluveces es un espacio con una trascendencia personal y emocional, donde conviven la alegría y la tristeza. También es un territorio metafísico con un significado que va más allá de la geografía, en un intento de trasladar al lector la destrucción de los espacios más bellos y el exilio vital impuesto a sus habitantes.

- Es también un tratado casi ornitológico, por la incesante presencia de aves. ¿Por qué?

- Las connotaciones literarias de las aves están en el principio de toda escritura y, por tanto, son parte de nuestra cultura y de nuestras creencias religiosas. Pero hay también una significación personal. De mi padre, que tuvo una infancia rural, aprendí a identificar muchos pájaros. Él me los decía en asturiano, pero les ponía subtítulos. Para mí el raitán representa mucho más que el castellano petirrojo o el inglés robin. Es parte de mi identidad y de mi manera de entender el mundo como habitante de esta esquina y que responde a algo que podíamos llamar la sentimentalidad de la tierra, un rasgo propio y singular de los asturianos y de otros habitantes del Noroeste ibérico. Por otra parte, también late la preocupación por el holocausto al que hemos sometido a la naturaleza. Un estudio de la revista Science, con datos de los últimos 50 años en EE UU y Canadá,  muestra que  hay cerca de 3.000 millones de aves menos que en 1970.

- La adolescente ecologista sueca Greta Thunberg ha encontrado en usted un seguidor.

- No hay por mi parte añoranza de una Arcadia perdida ni practico un neorruralismo de urbanita pedante,  pero es necesario que seamos conscientes de los apocalipsis cotidianos que nos acechan y de quienes son sus cómplices. Nuestra generación ya ha tenido que soportar el desarrollismo destructor, tanto del triunfante capitalismo como del derrotado comunismo. Es un motivo de esperanza que haya jóvenes como Greta Thunberg, dispuestos a plantar cara al aniquilamiento de nuestro espacio vital frente a las ideologías de la codicia. Lo lamentable es que quienes defienden un ideario político y sindical de fraternidad y solidaridad se hayan convertido en cómplices de los depredadores del planeta, en tontos útiles, con el argumento de la defensa de los puestos de trabajo de una industria voraz y homicida. No quiero ser tremendista, pero de seguir así, tal vez el único empleo con futuro sea el de enterrador.  

- ¿La poesía puede servir para huir del dolor, como un remedio terapéutico?

- Alguien decía que deberían dispensar versos en las farmacia, pero dudo que ninguna manifestación artística supla las propiedades del paracetamol. Si tiene alguna función es la de identificar el dolor, sus causas, asumirlo como propio y generar un espacio moral de resistencia frente al mal. Vivimos tiempos en que se utiliza el vocablo buenismo como insulto. Hasta el Diccionario de la Lengua Española tiene una definición y no precisamente positiva. Sin embargo, no reserva ninguna entrada para el malismo, que en nuestros días se ha asentado no sólo como actitud, sino como una ideología perversa.

- ¿Comparte la afirmación de Jankélevitch que recoge en su libro? ¿Es necesario el dolor?

-Dudo que Vladimir Jankélevitch pretendiese hacer apología del masoquismo. Entiendo sus palabras como una reflexión sobre ese penar necesario por inevitable que soporta el ser humano,  ese estar vivo sabiéndose mortal, a lo que tan sólo la fe o algunas manifestaciones artísticas, como la poesía, pueden dar cierta esperanza o, al menos, consuelo. La historia es un relato del sufrimiento, pero la Ilustración nos hizo creer que los verdugos habían sido embridados por una ética de la responsabilidad con el prójimo. Y fue todo lo contrario, los monstruos de la razón convirtieron los dos últimos siglos en escenario del crimen institucionalizado. La crónica de la humanidad está protagonizada no por el homo sapiens, sino por el homo dolens, en la terminología  Viktor Frankl, superviviente de Auschwitz.

Aborda en su libro la gran tragedia del siglo XX, el Holocausto. Lo hace a través de los dramas de Nicolás Muller, Olivier Messiaen y Emmanuel Lévinas, con un fondo de reportaje periodístico pero puramente poético. ¿Cómo surgió esa idea?

- El monólogo dramático, donde se suplanta la voz de otras personas, es una herramienta estilística con una larga tradición. Es una fórmula en la que me encuentro muy cómodo, dado que permite hacer propias las experiencias vitales e intelectuales de otros. En los casos que cita son tres hombres que sobrevivieron a la Shoah y demostraron que, en contra de las dudas que tenía el filósofo Theodor Adorno, sí es posible la creación de belleza y verdad después de padecer cualquier forma colectiva o personal de duelo. El fotógrafo hispanohúngaro Nicolás Muller nos dejó un legado de imágenes que son parte del testimonio artístico de la terrible Europa del siglo XX; Levinas levantó un sistema filosófico que sustenta la ética de la sociabilidad y el compositor católico Olivier Messiaen es el autor de una de las obras musicales y espirituales más importantes de nuestros tiempos.

- Por su profesión se ha dedicado a la información económica. Todo ello se vierte en una serie de poemas que describen la podredumbre del sistema. ¿Indignado o asqueado?

- La indignación es consecuencia de la repulsión que nos genera, en este caso, un sistema que se ha dedicado en agrandar el sufrimiento de la mayoría, cavando más hondas las fosas de la desigualdad social y económica. La Gran Recesión económica de 2008 nos asestó un duro golpe por su alto grado de deshumanización. La normalización de la pobreza, de la desigualdad y del sufrimiento, con esas legiones de hombres y mujeres desollados por el paro y la falta de recursos mínimos para llevar una vida digna, es un fenómeno que, al menos, debería desatar distintas formas indignación. La primera es la compasión, esa necesaria «solidaridad de los conmovidos», en palabras del filósofo checo Jan Patocka; la segunda, la solidaridad militante y ciudadana. Sin embargo, triunfa lo contrario, el sálvese quien pueda. Después nos alarmamos por el apoyo creciente a los apóstoles del egoísmo ideológico, llámense Trump, Bolsonaro. Puigdemont, Torra, Aznar o Abascal.

- Es un escritor tardío. ¿Qué ventajas y desventajas ha percibido?

- Siempre he escrito, desde adolescente, pero nunca tuve la urgencia de publicar. El periodismo satisfacía mi vanidad juvenil. Desventajas, ninguna; ventajas, no arrepentirme de los errores. En la década de los ochenta estuve vinculado al grupo Aeda y a la revista Criterios. Por entonces vieron la luz algunas textos que mejor continúan en el sueño de los justos. Que yo sepa, el acné de la pubertad no es de momento una exigencia para sentarse a escribir. Ha habido autores que antes de cumplir los 20 años han engendrado piezas maestras (Rimbaud, John Keats, Claudio Rodríguez…), pero otros han construido su obra pausadamente, con la acumulación de la experiencia y de la sabiduría. El estadounidense Wallace Stevens, alto ejecutivo de una compañía de seguros, dio a conocer su poesía siendo un cincuentón y es uno de los autores que más han renovado la escritura poética contemporánea. Un ejemplo más próximo: Antonio Gamoneda, que a los 88 años acaba de publicar su poesía completa, reescrita y con un libro nuevo, Las venas comunales. Vivimos tiempos en los que la senectud, no digamos ya la vejez, se ha convertido en una maldición. «Vive rápido, muere joven y deja un hermoso cadáver», decía el cineasta Nicholas Ray y sus palabras definen la sociedad de la inmediatez y de la caducidad que hemos creado.

- El libro es un hermoso homenaje a la poesía, lleno de sombras de poetas. Es como un rizoma. ¿En su próxima vida: en qué poeta le gustaría reencarnarse?

- Mal iríamos si las sombras de la Biblia, Homero, Dante, Shakespeare, Cervantes, Leopardi, Antonio Machado, Juan Ramón, Faulkner, Cernuda, Onetti y la de tantos y tantos maestros de todos los tiempos no se proyectasen sobre cualquier obra contemporánea. Asumir su legado e inscribirse en la tradición literaria es una obligación, como también es darle continuidad, profundizar en ella y, quien pueda y sepa, abrir nuevas sendas a la verdad y la belleza. Lo de las reencarnaciones lo veo difícil: no creo en ellas.

- ¿Cómo es su proceso de escritura? A mano, a máquina, ordenador… Día, tarde, noche… ¿Qué tics tiene?

- Tengo los hábitos del periodismo, es decir, escribir en cualquier lugar y momento. A mano para atrapar los instantes que te pueden abrir las ventanas a nuevos textos. El único hábito periodístico con el que es incompatible la escritura poética es con la dictadura del tiempo y su inmediatez. Los poemas exigen reposo y reescritura y, en la mayoría de los casos, destrucción.

- ¿Qué poema no escribiría nunca?

- Otra diferencia con el periodismo: ninguno que fuera por encargo.

- ¿Es la poesía asturiana un arma cargada de futuro?

- Como la de cualquier esquina del mundo. Dicho esto es bueno aclarar que en Asturias asistimos a un fenómeno socioliterario interesante. Un análisis detallado exigiría tiempo y espacio. Pero le aporto un dato significativo: tres autores asturianos de menos de 30 años han sido galardonados en  este 2019 con premios de gran relevancia en las letras hispánicas: Xaime Martínez, Rodrigo Olay y Mario Vega. Por otro lado se produce el fenómeno insólito: una lengua desterrada y oficialmente penalizada, como es el asturiano, produce desde hace medio siglo una literatura de muy alto nivel, equiparable a cualquier otro idioma romance.

- ¿Se atreverá algún día a escribir en asturiano?

- No se trata de valentía, sino de sensatez: el asturiano es mi lengua materna, pero no de cultura.