Por cuarta vez en cuatro años, Eastwood vuelve a centrar su relato en un ciudadano que logra la hazaña pero no esquiva las dudas
25 dic 2019 . Actualizado a las 19:13 h.A estas alturas de la vida, Clint Eastwood proyecta una sombra tan alargada sobre el séptimo arte como cabría esperar. Que sí, que es un tipo alto, pero además ha practicado una faceta laboriosa, la del oficio duro, la de trabajar por un legado de enorme envergadura. A sus 89 años, el californiano se ha transformado en una especie de nombre perenne en una industria que sabe que de una manera regular recibirá una cinta con su firma.
En este periplo vital, Eastwood ha hecho casi de todo. Su faceta actoral es prodigiosa, reconocible y reconocida, pero no oculta el dato de que lleva dirigiendo desde el 71. Ha llovido, ha escampado y hasta ha tronado. Es un camino irregular, como poco, en el que resaltan una serie de títulos que arrojan luz sobre las partes más mal iluminadas: Mystic River, Sin Perdón, Million Dollar Baby o Gran Torino. En otra división, menor pero entretenida: Invictus, Ejecución Inminente, Los puentes de Madison, Bird, El Sargento de Hierro... Son listas bien nutridas.
Perseguidos y maltratados
Curiosamente, a lo largo de los últimos años, el cineasta se ha obsesionado, en la mejor de las acepciones, con el héroe americano anónimo. Aquel que madruga con un objetivo cotidiano, para luego convertirse en una especie de ciudadano perseguido o maltratado. Es un material sensible, sobre todo porque Eastwood ha asaltado la temática desde diversas un puñado de perspectivas radicalmente diferentes. El francotirador (2014), 15:17 Tren a París (2018) o Sully (2016) comparten ese cisma del estadounidense anónimo que tras una hazaña se ve puesto en duda por un sistema opresor: abogados, funcionaros o políticos chocan como un tsunami contra él.
Más allá de una mirada política concreta, a veces más acusada o más evidente -sobre todo en la vertiente militar-, el director californiano se siente cómodo en su silla e incluso uno podría permitirse el lujo de ver cómo coloca a su país, como el gran enemigo del ciudadano, la lucha de los tipos de traje y corbata contra los verdaderos héroes que lo habitan. En su nueva película, Richard Jewell, donde ya el título enmarca al protagonista, Eastwood no reprime su ira contra el FBI ni contra los medios de comunicación que en 1996 ahogaron en una espiral de dudas y sospechas a un vigilante de seguridad que evitó una masacre durante los Juegos Olímpicos de Atlanta.
En la cinta se arroja un relato estremecedor sobre un asunto que hoy más que nunca se percibe en el aire, gracias a las noticias falsas y el amarillismo desmedido. ¿Cómo acaba viviendo un hombre bajo las miradas acusadoras que él mismo ha salvado? Un viaje de final incierto que se ve lastrado por la descripción errónea que el cineasta ha hecho de la periodista interpretada por Olivia Wilde, señalada esta última semana por diversos críticos y medios, pero que en el fondo parece querer cumplir la necesidad de crear un enemigo total en la película.
Es imposible no pensar que al californiano solo le quedan un puñado de películas. Quizás por eso Richard Jewell, que llega a funcionar como la contraparte sombría a Los archivos del Pentágono, se perciba como una de las últimas balas. Está bien apuntada.