Albert Pla: «Yo soy un tipo bastante vulgar»

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Albert Pla, solo en el escenario, en uno de los momentos de espectáculo multimedia «Miedo»
Albert Pla, solo en el escenario, en uno de los momentos de espectáculo multimedia «Miedo»

El peculiar músico de Sabadell, medio bufón, medio poeta, llega este sábado a Santiago de Compostela con su espectáculo «Miedo», que protagoniza en soledad

26 ene 2020 . Actualizado a las 00:54 h.

No deja a nadie indiferente. Con esa voz infantil resta dramatismo a lo que dice, pero no deja de decirlo. Humor negro y ternura, una amalgama explosiva. El público lo ama o lo detesta. Es Albert Pla (Sabadell, 1966). Medio bufón, medio poeta. Lleva más de treinta años en la carretera. Y este sábado regresa a Compostela. Estará en el Auditorio de Galicia, con su espectáculo Miedo. Será a partir de las 20.30 horas.

-¿Qué tipo de función es esa que trae?

-Yo estoy solo en el escenario. Voy diciendo: me da miedo esto, me da miedo aquello, me da miedo lo de más allá, y estos miedos se van explicando con canciones, pequeños textos, alguna acción teatral… Todo ilustrado con imágenes proyectadas en las que yo estoy metido en medio y que permiten dibujar paisajes, personajes y ambientes muy concretos.

-Recita, canta, actúa…

-Sí.

-Una atmósfera un tanto onírica...

-No. De repente estoy en un lago, en una habitación, con una orquesta de cuarenta tipos tocando, en una montaña. Puedes cantar una canción en un parque, en la cama, en el sitio que te dé la gana.

-¿Es un musical, un concierto, un recital teatralizado, un espectáculo multimedia, cabaré?

-Siiií. Espectáculo multimierda.

-¿El público qué puede esperar?

-Prácticamente todo son canciones, pero hay una cierta dramaturgia. Soy yo. Ya saben que no pueden esperar mucho de mí.

-¿Y hace un retrato mordaz de la vida humana?

-No de una forma rígida, pero sí está explicado el transcurso de una vida desde el nacimiento hasta la muerte, a través de los diversos miedos que uno puede encontrarse, en la infancia, la juventud… Miedos, por otra parte, bastante comunes a mucha gente.

-Y llega hasta lo ultraterreno…

-No quiero hacer un spoiler.

-En esa óptica surrealista, ¿entre «Alicia en el país de las maravillas» y Kafka, dónde se situaría?

-No me hacen falta ni Alicia ni Kafka, con Albert Pla me basta.

-¿Qué es para usted el miedo?, ¿un alimento, una cárcel?

-Es solo una palabra muy cortita con muchos significados, explicaciones, variantes. Muy sugerente. Nos pareció a Raül Refree y a mí un buen punto de partida. A través de esta palabra, este concepto, poner en juego un montón de pensamientos, sensaciones, canciones, textos, ilusiones ópticas. Todo ilustrado con la obra pictórica de Mondongo, que ha digitalizado Nueve Ojos, una compañía de mappings.

-Hábleme de su colaboración con Raül Refree, otro espíritu libre como usted, ¿hace todas las músicas del espectáculo?

-He hecho las canciones de Miedo a medias con Raül, los arreglos básicamente. Con Raül me es muy fácil trabajar, lo hacemos a menudo porque tenemos facilidad para entendernos.

-Es Albert Pla, y nada más. Cuando se levanta por la mañana y se mira al espejo, ¿qué ve?

-No mucha cosa. Yo soy un tipo bastante vulgar. Me miro al espejo y seguramente pienso en que me tengo que afeitar.

-Algo verá, ¿un cantante, un actor, un comediante, un poeta?

-Comediante me parece muy bien. Yo no dejo de ser una persona que va de pueblo en pueblo, llevando mi circo, montando mi carpa... Hago mi espectáculo y después me voy a otro lado.

-Y un padre de familia, también.

-Sí. Y tengo dos piernas también [ríe].

-¿En qué piel se siente más cómodo cuando baja del escenario?

-Yo no me pongo una piel para subir al escenario, a mí subir al escenario no me supone ningún esfuerzo ni una especie de metamorfosis. Subo al escenario con muchísima naturalidad. E igual que subo bajo, y me voy a tomar una cañita con un amigo. Y no ha pasado nada. No me pongo nervioso, ni antes de salir ni al acabar.

-Quizá porque es solo Albert Pla, este espectáculo evoca trabajos suyos anteriores.

-Yo soy yo. El resto lo tendrá que decir el público. Sí que el formato era bastante inexplorado para mí. Y creo que es bastante espectacular. A veces pienso, ¡vaya pollo que has montao!

-¿No le parece, por ejemplo, una versión 2.0 muy desarrollada de su canción «El enterrador de cementerios»?

-Ah, sí, todos venimos de ahí, pobres. Buscando novia, siempre.

-Han pasado casi treinta años. ¿Usted sigue en el mismo sitio?

-La canción esa, igual que Miedo, son fantasías, cosas que imagino. No tienen nada que ver con mi realidad.

-Pero hay una coherencia en cómo piensa. Aun siendo fantasías, ¿supongo que estarán construidas, de algún modo, sobre la realidad que lo rodea?

-No tengo ni idea de dónde se me ocurren las cosas. Sé que un día se me ocurre algo, me hace gracia, y ando jugando unos días con ello hasta que consigo explicarlo bien. Porque no sabría hacer otra cosa, ni se me ocurre otra cosa. No lo planifico. Es espontáneo.

-El mundo sí quizá ha cambiado. ¿Cree usted que hoy ganaría un certamen de canción de autor amparado por el Ministerio de Asuntos Sociales con canciones que hablan de violación o de crimen de amor, por cierto, actualmente, un asesinato de violencia machista?

-Veo muy remotas las posibilidades. Primero, porque ya no hay certámenes. Segundo, por la temática que menciona. Y, sobre todo, porque cantaba en catalán.

-¿En Jaén, donde se celebró el certamen, entendieron sus letras?

-Me queda muy lejano. Pero tengo buen recuerdo del público [gracias al premio editó su primer disco, Ho sento molt, en 1989].

-Lo que es chocante es el premio del ministerio con esas letras y esas historias tan duras.

-No sé. Igual no entendían la letra de las canciones [ríe].

-Hablando de viejos recuerdos, usted apareció en TVE, quizá la primera vez, a comienzos de los años 90, en el programa de Ángel Casas. Antes de que saliera a escena, Casas se vio obligado a advertir de que el contenido podía herir sensibilidades.

-No me acuerdo. Pero es verdad que con el tiempo renuncié a eso. Asumí que televisiones y radios estatales iban por un camino y yo iba por otro. Con elegante resignación. Cada uno a la suya.

-Asume que tiene unos espacios para expresarse, para llegar al público, y otros les están vedados.

-No vedados, es que me importan un comino. Cada uno hace su trayectoria, de la manera más conveniente. Y a veces es complicado colaborar con espacios donde tienes visualización pero no acabas de sentirte cómodo o de controlar las cosas para poder explicarte bien.

-¿Tiene esto que ver quizá con la dictadura de lo políticamente correcto, que está hoy más viva que entonces, cuando empezaba, en esa época de Jaén?

-No, no. El disco del Chatarrero estuvo un año censurado, amenazas de cárcel, se tuvo que cambiar la letra. En el 94 sacamos el disco de Veintegenarios y no salió hasta el 97 por otra censura. O sea que era igual que ahora. Lo que pasa que yo llevo más años en esto, en eso sí que soy un veterano, cuando a alguien le pasa algo de esto, le digo: «Joder, bienvenido al club». El segundo disco salió sin dos canciones, el tercero tardó en salir un año y con un cambio de letra y un cambio de título. El tercero ya no salió, directamente. Creo que soy el único cantante que ha hecho una banda sonora de una película española en la que salen pitos, pi-pi-pi-pi-pi. Y aparte de otras censuras menores, como que en determinados espacios no piensan mostrar lo que hago, cosa con la que yo ya me conformo, ya no fuerzo la situación para cantar según que canción o según qué cosas en según qué sitios.

-¿Tiene algo que ver este ambiente con que el espectáculo se produzca en Buenos Aires?

-No. Fue por casualidad. Fue porque los pintores son argentinos y ahí tienen cierta fama. Como voy a actuar a Argentina, se cruzó todo bien y surgió la posibilidad de que me lo produjeran allí. Además, este es quizá el espectáculo menos social que he hecho yo, no hay ninguna referencia a nada, a nada que pudiera provocar malestar.

-¿No hay política en «Miedo»?

-No hay política, es un espectáculo apolítico.

-Sus herramientas de subversión siguen siendo el humor negro y la ternura, en ese contraste...

-No fuerzo ni la cosa ni la otra. Hago lo que puedo, lo que sé hacer, lo que me siento más cómodo en cada momento.

-¿Le sale de natural?

-Sí, no sé si es de amor o de ternura o de odio. Es algo que se me ocurre.

-Se dice que los miedos adultos pueden tener su raíz en los terrores infantiles, y ahí encaja bien esa ternura.

-Es un espectáculo que da menos miedo que una película de miedo y un poquito más de miedo que un concierto normal. Yo escucho risas a veces. O sea que la gente se ríe.

-¿Tampoco hay entonces nada freudiano?

-No es para nada un espectáculo terapéutico ni pretendo hacerme terapia a mí mismo. Ni ser psicólogo de nadie. No hay mensaje ninguno. Soy un desastre con esto de los mensajes.

-¿No hay mensaje?

-No hay mensaje.

-Esta distancia que el espectáculo guarda con la política, ¿se debe a que está usted un poco saturado de política?

-¿Saturado yo de política? Yo lo he estado siempre. No sé qué le pasa a todo el mundo, que de diez años para acá, la política se está convirtiendo en algo muy invasivo. Hasta yo hablo de política. Como si me interesara. Y me imagino que le debe pasar a todo el mundo. Son los políticos los que están cada vez más dentro de tu casa, de mi casa, no yo en la suya.

-Pero, ¿no están para resolver problemas?

-Son muy liosos. ¿Cree que yo me despego de la realidad? ¿Qué realidad? La realidad es la mía. Lo otro es todo mentira.

-La política le ha hecho pasar momentos desgradables como cuando criticaron su novela «España de mierda» y lo hacían sin conocer el contenido, una novela que, por su asunto, los músicos en la carretera, de pueblo en pueblo, podría haber escrito Fernando Fernán Gómez.

-No me molesta en absoluto que la gente critique lo que yo hago. Y tampoco que critiquen la novela sin haberla leído. Yo mismo critico cosas muchas veces sin haberlas escuchado o leído. Me importa un pepino. Desde la primera vez que salí a actuar, ya fui consciente de que habría muchos que dirían: ¡vaya colega, tú! Habría dos personas que aguantarían hasta el final y habría otro que diría: bueeeeeno. Es así, cuando tú enseñas algo, sabes que la gente va a tener opinión y es mejor no escucharla.

-¿Sube al escenario dispuesto a ser deplorado?

-Claro, sabes que habrá gente a la que no le gustarás. Pero en eso no soy un caso especial. Cualquiera que muestre un diseño de una camiseta, un artículo de periódico, o que fabrique un coche, sabrá que habrá muchas personas que dirán que es una mierda.

-Y cuando sale fuera de Cataluña, más allá de problemas con administraciones o ayuntamientos, ¿percibe una respuesta distinta?, ¿que se le juzga distinto por ser catalán?

-Yo siempre he trabajado en España. Siempre. Vengo cada dos años a Santiago. Y a Coruña, y a Orense y a Lugo, y a miles de pueblos que hay por ahí y que no me acuerdo ni del nombre. Y nunca he notado nada raro. No sé. En la realidad, eh [ríe].

-Pero la idea de España, ¿le resulta opresiva como tantos catalanes?

-Es que de política prefiero no hablar. Porque o miento... o si digo la verdad me meten en la cárcel. Si digo lo que pienso es anticonstitucional, ilegal, incitación al odio... mogollón de cosas. Que no pienso decirlas, [ríe] ¿para qué? Yo soy un tío que ya saben los políticos, y según quién, mi opinión sobre ellos. No pasa nada. Es mutuo.

-¿El que viva en el campo tiene algo que ver con una retirada del mundanal ruido?

-Siempre he vivido en el campo. La ciudad es un sitio donde todo el mundo está casi siempre de mal humor. Quejándose, porque cambia cuando cambia, porque no cambia cuando no cambia, cuando hay turistas porque hay turistas, cuando no hay turistas porque no tienen turistas, y cuando llueve porque llueve y cuando hace mucho calor porque hace mucho calor, y cuando hace mucho frío porque hace mucho frío. Y porque hay un grado de humedad muy alto, y porque hay una huelga de no sé qué. Están de acuerdo con que quieren metro, porque no quieren contaminar, pero luego contaminan, y se quejan porque los coches no pueden entrar hasta el centro, pero luego pueden entrar, por los de la matrícula, por los que son HPD. Pero entonces la guardia urbana define zonas azules que después convierte en zonas verdes para que puedan aparcar, pero solo los vecinos. Y cierran el mercado de toda la vida donde siempre has ido a comprar, y estás muy enfadado, y el bar de siempre donde ibas a tomar la copa que ahora lo han convertido en una boutique...

-Pero usted es un urbanita integral, un hombre de barrio, de Sabadell.

-Sí, nací en Sabadell. Pero me fui a los 20 años al campo, y ya tengo más de cincuenta. Y me fui por esto, porque no me acababa de gustar el ambiente de las ciudades.