Rossini y Vivaldi piden más

Yolanda Vázquez

CULTURA

La compañía italiana Spellbound Contemporary Ballet
La compañía italiana Spellbound Contemporary Ballet Martine Pinnel

Pobre comienzo del Festival de Danza de Oviedo, con la compañía italiana «Spellbound Contemporary Ballet», que no cuaja duende escénico con ninguna de sus dos piezas

10 feb 2020 . Actualizado a las 11:38 h.

En la primera función del Festival de Danza de Oviedo, a cargo de la compañía italiana Spellbound Contemporary Ballet, dirigida por Mauro Astolfi, ni coreógrafo ni elenco supieron qué hacer sobre la tabla con Rossini y con Vivaldi. La genialidad de unas composiciones que derrochan baterías completas de musicalidad, e instauran un credo completo en la historia de la música, se quedó huérfana de mens et corpus el jueves pasado en el Campoamor, ante un público poco complacido, o más bien un tanto desconcertado con lo que veía. 

La velada de danza se abrió con Rossini Ouvertures, una pieza de 25 minutos con la música del gran esteta del bel canto del siglo XIX: cuatro extractos pertenecientes a otras tantas de sus oberturas (Obertura de L’italiana in Algeri, Obertura de Il turco in Italia, Obertura de Il signor Bruschino y Obertura de Il Barbiere di Siviglia). Un acendrado sonido que, de haberse plasmado en coreografía, podría haber merecido comparación con lo que, en otras latitudes más al Norte (Países Bajos, Bélgica u Holanda, por ejemplo), hacen otras agrupaciones de forma magistral tomando como base eso que se catapultó con categoría de máximo rango: el contemporáneo y el neoclásico forjado dentro de lo que se conoce como música-ballet, y de lo que ese modo de crear significa para la danza. Aquí no hubo nada de eso. 

Gioachino Rossini (1792-1868) es, de un modo muy resumido, el primer músico moderno de la voz; para ella inventó de todo, abriendo muchas veces un abanico de retos y gimnasias vocales que los solistas solo podían curar con frustración, ensayo y talento vocal natural (cuando concurría). Con ese punto de partida (desafiante voz musical y «finezza» superlativa de un pentagrama dinámico y elocuente), quien baila no puede solo dejarse arrastrar por la música y no intentar permanecer en ella. Y eso fue lo que ocurrió en el Campoamor con la primera de las dos piezas. Los bailarines, en gran estado de forma, no se supo bien qué bailaban mientras intentaban ocupar la música, no hacerla suya. Mal encaje; como un mal ajuste de pistas en una mesa de mezclas: cuerpo y sonido no acoplan. 

Coreografiar ballet contemporáneo con música clásica o clasiquísima de gran riqueza  expresiva no es fácil; todo lo contrario: dar cuerpo a esa majestad, estar a la altura de su dimensión, exige no solo conocimiento de la música, sino proveerse también del contexto en el que esa música fue forjada; un conocimiento de los alrededores históricos y literarios que permita deshacer (sabiendo bien lo que se deshace) aquello que fue hecho con una significación creativa determinada. Es decir: entender muy bien su aquello (el del autor) para que coreógrafo y bailarines puedan recrearlo hoy con otro lenguaje y sepan cómo hacerlo; y si no se consigue, pues por lo menos que no desmerezca.

No se puede coreografiar pensando que todo lo que salga de mano va a ser bueno. No puede resultar todo tan uniforme y semejante, porque la música no lo es. No es cuestión de buenos momentos paródicos, que alguno hubo; ni siquiera de un par de buenas secuencias bailadas excelentes, que sí cifraron música en el cuerpo y que momentáneamente instalaron la esperanza en el patio de butacas. Fue tibio el fulgor. 

La segunda parte del programa, tras el receso, fue para Vivaldiana, un compendio de 16 extractos del gran compositor barroco Antonio Vivaldi, de unos 50 minutos de duración, en el que no solo aconteció lo mismo, sino que, por momentos, resultó incluso algo fuera de lugar. 

Nudos y macramé

La música de Vivaldi (1678-1741), deleite de alta gama emocional, tiene el suficiente peso como para evidenciar que, sobre una pauta coreográfica mal concebida, lo bailado se empobrece aún más: todo eran nudos y macramé. 

El macramé es una forma de crear tejidos con todo tipo de nudos decorativos que pueden ser los mismos o variar, y que crecen a medida que se hacen abultamientos, que se van construyendo según un esquema o dibujo y que se repiten alternativamente. Así ocurrió con esta Vivaldiana, de casi una hora de duración, en la que las mismas ideas y los mismos recursos envuelven a los nueve bailarines, deparando las mismas figuras bailadas una y otra vez, una y otra vez, sin que eso conduzca, aparentemente, a ningún sitio, salvo las obvias paradas, más o menos a ritmo, y vuelta a empezar. 

No es buena cosa que una coreografía (ni ninguna otra obra) dé la sensación constante de que hay algo en ella que sobra, pues eso no solo es el primer síntoma de que no se sabe lo que hay contar y cómo, sino que revela que se está recurriendo a elementos y transiciones iguales, por así decir, para cambiar de vuelta, como en una labor de macramé, y seguir haciendo lo mismo: adornos

A la música de Vivaldi no le hacen falta adornos; es Barroco puro en propia esencia y funciona hacia arriba, y de dentro afuera, como principio activo para una reacción químico-sonora de enorme porte emocional. El gran músico italiano, también un hombre de pelo rojo, precursor del romanticismo y de la Escuela Veneciana, ejerció gran influencia en autores como Bach o Haydn, que supieron ver en él un camino ascendente hacia una más atemperada sensibilidad. 

Los extractos vivaldianos vistos en el Campoamor el jueves pasado no requerían adornos, sino más bien lo contrario: contrapunto para mostrar estructura corpórea, ósea, y darle a la composición líneas, cortes, carreras; un aura bailada de parquedad automatizada. O sea, la densidad de un dibujo tan sencillo como contemporáneo que fuera capaz de definir, dentro de la música, su propia escala; una suerte de ética de la virtud bailada que logre que la música de Vivaldi, coreografiada en el siglo XXI, devenga una unidad que se proyecte entera fuera de la caja escénica: la danza y su arte. En suma, lo que el gran maestro de la música-ballet, el coreógrafo suizo Heinz Spöerli, es capaz de hacer por ejemplo con Bach (sin quitarle un ápice de acendro y misal) y que Mauro Astolfi no supo timbrar con su preparado elenco.

Ficha artística

Spellbound Contemporary Ballet

Rossini Ouvertures (extractos)

Coreografía y dirección: Mauro Astolfi

Música: Gioachino Rossini

Diseño de iluminación: Marco Policastro

Vivaldiana

Coreografía y dirección: Mauro Astolfi

Música: Antonio Vivaldi

Diseño de iluminación: Marco Policastro

Elenco: Maria Cossu, Giuliana Mele, Zak Schelegel, Madhav Valmiki, Mario Laterza, Aurora Stretti, Lorenzo Capozzi y Caterina Politi.

Teatro Campoamor, 5 de febrero de 2020. Oviedo