Una familia en reconstrucción

Xesús Fraga
xesús fraga REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

La película de Savona combina imagen real con animación
La película de Savona combina imagen real con animación numax

Stefano Savona combina documental y animación para retratar la tragedia de los Samuni, víctimas de la guerra en la franja de Gaza

14 mar 2020 . Actualizado a las 10:15 h.

Los Samuni trabajan la tierra mientras abordan los preparativos para una boda. Como tantas otras familias. Pero lo que distingue a los Samuni, que habitan la periferia rural de Gaza, es que la violencia ha arrasado sus cultivos y se ha llevado la vida de no pocos parientes. Los que sobreviven reconstruyen como pueden su medio de vida y tratan de superar la tragedia con la vista puesta en el futuro pero conscientes de que no podrán olvidar lo que les ha ocurrido.

Su proceso de reconstrucción centra la película La familia Samuni, en la que el italiano Stefano Savona (Palermo, 1969) combina el documentalismo con la animación y que le ha valido el premio al mejor documental en Cannes. La cinta se estrena este viernes, pero el coronavirus ha obligado a cancelar el viaje de Savona a Santiago y el taller que tenía previsto impartir el sábado.

Savona conoció a los Samuni en el 2009, el día que se marchaba de Gaza. Cuando supo de sus circunstancias, aplicó esa máxima de Ryszard Kapuscinski de que el periodista debe quedarse cinco minutos más cuando todos se han ido: canceló su vuelo y prolongó su estancia un mes. «Sentía que necesitaba tiempo para entender lo que les había pasado y entenderlos a ellos», recuerda. Ese tiempo invertido en su compañía cristalizó en un testimonio en el que el espectador asiste a la vida cotidiana de los Samuni o, más bien, su intento de volver a ella. «Aquí estaban nuestros olivos, aquí había un sicomoro gigantesco», se describe o «Este era nuestro padre»: la imagen que preside una vivienda humilde y austera.

Una situación que, por fuerza, conducía a un vacío, el espacio en blanco de lo que hubo y ya no está, de lo que ocurrió y destruyó. La forma de llenarlo llegó desde la animación: las imágenes de Simone Massi, en un plástico blanco y negro, viajan a lugares donde no puede hacerlo la filmación de la realidad: los naranjos ahora arrasados, el padre en vida, también los bombardeos que acabaron con ellos. Pese al buen resultado, Savona sostiene que no volvería a hacerlo. «Es un proceso muy complejo y lleva demasiado tiempo», reconoce.

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Con ambas estéticas, la documental y la animada, también se da otro proceso de reconstrucción, el del universo simbólico de los Samuni y su pueblo. «Podrían pasarse horas y horas hablando de árboles», rememora el director, lo cual da idea del valor que tienen no solo para su subsistencia, sino también a la hora de vincularse a su tierra y su tradición. Viendo a los Samuni organizar sus cultivos o discutiendo los preparativos de boda quedaba claro que estaban reproduciendo esquemas y comportamientos que han sobrevivido siglos pese a evidentes situaciones de peligro. «A veces tenía la impresión de que estaba filmando en el antiguo Egipcio», compara Savoni. «Pero cuando vives en circunstancias como las de Gaza, y creo que eso se ve en la película, tus prioridades son muy claras y sencillas», afirma el cineasta sobre unas personas que se esfuerzan por sobrevivir y mantener su identidad.