Rohmer, el cineasta de la palabra

miguel anxo fernández

CULTURA

El cineasta francés Éric Rohmer, durante el rodaje de «Cuento de invierno»
El cineasta francés Éric Rohmer, durante el rodaje de «Cuento de invierno»

Figura clave de la «nouvelle vague», su centenario confirma la vigencia de su influencia

23 mar 2020 . Actualizado a las 08:45 h.

«Estoy muy orgulloso de ser un cineasta comercial, y no soy parte del mundo de la cultura en absoluto». Se lo declaró Éric Rohmer al director de la Cinémathèque, el crítico Serge Toubiana, y a otros colegas en una entrevista para la gran retrospectiva que dedicó la institución en el 2004 a uno de los miembros entonces vivos y activos de la mítica nouvelle vague. Se inició en ella con su primer largo Le signe du lion (1959) y también fue redactor jefe de Cahiers du Cinema junto al pope André Bazin y Jacques Doniol-Valcroze, entre 1956 y 1963. Maurice Henri Joseph Schérer era su verdadero nombre y adoptó el artístico por su admiración hacia el director Erich von Stroheim y el novelista Sax Rohmer, creador del Dr. Fu Manchu. Había entrado a colaborar en 1952 con la publicación de su guion para el corto Présentation, de su amigo Guy de Ray, y ya en 1955 con un artículo polémico, Le celluloid et le marbre (Celuloide y mármol), defendiendo con arrogancia el cine sobre las demás artes. Junto a Jacques Rivette y François Truffaut, con sus críticas y entrevistas a grandes directores, lograron que Cahiers pasara por una etapa de esplendor bajo la protección de Bazin, fallecido en 1959.

Admirador confeso de Howard Hawks y Alfred Hitchcock, junto a Claude Chabrol publicó en 1957 una monografía sobre el maestro del suspense. Años después ampliaba su pleitesía a Griffith, Murnau y Lang, en los que había encontrado «la genialidad de los clásicos». Con motivo de su centenario varios festivales y cinematecas loarán este año al que fuera cineasta fiel a su estilo de rodajes rápidos y presupuestos bajos, en donde los protagonistas eran las personas y sus cuitas morales y sentimentales, filmados sin aspavientos, con cámara pausada y sin apenas banda sonora, más allá de la música que apareciera en plano, o bien reparando en algo tan particular como el acento de sus actores. «En el cine actual, todos los actores tienen la misma voz, por eso quiero que mis actrices y mis actores mantengan la particularidad de su voz», declaraba también a Toubiana. Cuando en La noche se mueve (Arthur Penn, 1975) invitan a ir a ver Mi noche con Maud, al personaje del detective Gene Hackman, en el doblaje castellano responde: «No, gracias. Una vez vi una película de Rohmer y era como ver crecer una planta». El guionista Alan Sharp se hacía eco de lo que ya era vox populi entre la cinefilia, pues Rohmer nunca renegó de su estilo y su modo de filmar, esa sensación de que en sus películas nunca pasaba nada cuando ocurría mucho a través de nutridos y cuidados diálogos.

Autor de más de una veintena de filmes, varios cortos y piezas para televisión, su obra admite tres etapas. Entre 1962 y 1972 realizó la serie Seis cuentos morales, quizá su etapa más genuina, que incluyen La coleccionista, Mi noche con Maud y La rodilla de Clara. Entre 1981 y 1987, fueron Comedias y Proverbios con Paulina en la playa, Las noches de luna llena y El Rayo verde, entre las más celebradas. Finalmente, de 1990 a 1998, Cuentos de las cuatro estaciones, con otros tantos filmes. Además, destacaron La marquesa de O y Perceval le Gallois en los años setenta para concluir en el 2007 con El romance de Astrea y Celadón. Dotado para los tipos femeninos, este cineasta, enjuto, alérgico a los fastos, amante de la naturaleza y dueño de una granja de ciervos en Tulle, Corrèze, en donde nació el 20 de marzo de 1920, tuvo pocas facilidades para acceder a subvenciones estatales al cine de autor, de ahí que se autoproclamara «comercial», porque sus filmes eran rentables por el favor de su público, que era legión, y rohmerianos son directores actuales como los estadounidenses Richard Linklater, Noah Baumbach y Whit Stillman, el coreano Hong Sang-soo, el francés Arnaud Déplechin y el español Jonás Trueba, entre otros.

La televisión escolar

Uno de los aspectos menos divulgados en su filmografía, es su paso por la televisión escolar del Instituto Pedagógico Nacional (IPN), dependiente de Ministerio de Educación Nacional. Allí permaneció de 1964 a 1968, después de abandonar Cahiers. Pero Rohmer aceptó porque quería permanecer ligado al cine y en París, ciudad en la que fallecería en febrero del 2010. Al frente del canal estaba Georges Gaudu, que tenía especial interés en incorporar a jóvenes cineastas para renovar los contenidos audiovisuales y el propio medio. La casualidad hizo que casi coincidiera en su apuesta por la televisión, con otro admirado de la nouvelle vague, Roberto Rossellini, pero «sus documentales eran mucho más clásicos, interpretados por actores. Los míos fueron hechos de documentos, diseñados para iniciar a quienes los vieron», declaró Rohmer a Toubiana. Un total de 26 piezas, en su mayoría firmadas como su nombre civil, Maurice Schérez, y todas felizmente conservadas en la Cinémathèque Française.