Adiós, Uderzo

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

CULTURA

Ed

29 mar 2020 . Actualizado a las 20:37 h.

Nunca supimos cómo se llamaba la «aldea gala» en la que vivía Astérix. Al igual que sucede con el pueblo del hidalgo en el Quijote, los autores del cómic no quisieron acordarse de su nombre, que no llega a mencionarse nunca en ninguno de los cuentos -se le llama «aldea gala», sin precisar más-. Y ya no lo sabremos nunca, porque esta semana se ha muerto Albert Uderzo, el dibujante de Astérix, que después de la desaparición del gran René Goscinny fue durante años también el guionista de la serie.

Es otro jirón de la infancia que el tiempo arranca y el viento se lleva. Pero no hay nada qué hacer, porque en eso, más o menos, consiste vivir: en ir alejándonos poco a poco del niño que fuimos. Se van, por tanto, aunque sigan ahí aquellos álbumes que nos compraba mi padre en Loterías de Lugo, que estaba junto a la sombrerería de Pimentel. Los tenían en una especie de rebotica para que los niños los fisgásemos sin estorbar. Eran los álbumes que luego nos regalábamos los unos a los otros en los cumpleaños, y que todos llegamos a leer cien veces.

Es curioso el caso de Uderzo. No podía estar peor dotado, en lo físico, para ser ilustrador: daltónico y corto de vista, tenía dos dedos de más que hubo que extirparle por medio de cirugía, porque de niño se los mordía constantemente -no es broma, está en su biografía-. Y sin embargo tenía todo lo demás: el talento, el equilibrio en la composición, la capacidad para simplificar formas y sugerir movimiento. Luego, su unión con Goscinny dio lugar a una de esas parejas providenciales que aparecen a veces en la historia de la cultura popular: Laurel y Hardy, Gilbert y Sullivan, Tip y Coll... Como en todos esos casos, fue el encuentro de opuestos complementarios: el taciturno Uderzo y el cosmopolita Goscinny, que había pasado su juventud en Nueva York y su infancia en Argentina -por eso Obélix lleva en el pantalón los colores del Racing Club de Avellaneda-. Uderzo aportaba la limpieza de la línea clara, la ingenuidad de los rostros. Goscinny, el sarcasmo amable del hombre de mundo. Luego, cuando murió, Uderzo lo convirtió en personaje en La Odisea de Astérix: es el judío -Goscinny lo era- que guía a los galos desde Jerusalén al mar Muerto.

No tengo a mano mis viejos álbumes, pero casi podría leerlos mentalmente: las tortas, los jabalíes, las táctica romana de «la tortuga», los juramentos («¡Por Tutatis!» «¡Por Belenos!»), los latinajos (Alea jacta est, vini, vidi, vici), las simpáticas ideas para reflejar las diferentes lenguas (los germanos que hablan en letra gótica, los egipcios que hablan en jeroglíficos), los cameos de personajes famosos (los Beatles, «unos bardos muy famosos en Gran Bretaña», Sean Connery como el agente Doubleosix; y hasta Franco, cuyo trasunto aparece en Astérix en Hispania e incluso prueba la poción mágica de Panorámix). También los tópicos, los anacronismos intencionados y las profecías inintencionadas (en Astérix en Italia, los galos se enfrentan en una competición de carros a un auriga llamado Coronavirus).

Como saben todos los lectores de Astérix, los galos solo temían una cosa: que el cielo cayese sobre sus cabezas. Por eso quizá fuese un guiño que el primer satélite que puso en órbita Francia se llamara Asterix. Todavía está ahí, dando vueltas al planeta. Unos años después lanzaron otro con nombre de Obelix, que, como cabría esperar, era mucho más pesado. Hace años, cuando me interesaba por estas cosas, los localicé en la noche, con la ayuda de un programa de seguimiento que tenía entonces. Seguirán ahí mucho tiempo. El perigeo de su órbita inicial es tan elevado que tardarán siglos en caer sobre nuestras cabezas.