Pardo Bazán era experta en cuestiones de estilo y tendencias, en los entresijos de una industria, la de la moda, que documentaba con detalle en su correspondencia privada

«Cuando se inclina, no te puedes imaginar el espectáculo». Así de gráfica y espontánea describía Emilia Pardo Bazán a su amiga íntima Carmen Miranda de Pedrosa el aspecto de Madame Gautreau, una conocida dama de la alta sociedad parisina de finales del siglo XIX que solía enfundar su silueta de reloj de arena en un vestido negro sin corsé, sujeto únicamente por unos estrechos tirantes. Se «llevan los escotes vergonzantes», advertía a su querida comadre. Porque la gallega, además de 600 cuentos, más de 40 novelas, otros tantos ensayos, diálogos y monólogos teatrales, crónicas de viajes y artículos periodísticos, completó su copiosa faena literaria con un abultado puñado de cartas de las que se extraen al  menos dos conclusiones: que tenía fuego dentro -ahí su fecunda y apasionada correspondencia con Galdós- y que fue una gran y categórica prescriptora de moda.

Resulta que doña Emilia era experta en cuestiones de estilo y tendencias, conocedora de los entresijos de una industria a la que le dio acceso la libertad de movimientos que le permitía su privilegiada posición social, pero también (y especialmente) su insaciable curiosidad. «Como se pusiera a indagar sobre un tema, se convertía en una experta -observa la gallega Blanca Rodríguez Garabatos, autora de la tesis Moda de La Belle Epoque e indumentaria en la obra de Emilia Pardo Bazán-. Hay enciclopedias de moda que no abarcan tanto vocabulario como el que usa ella». La condesa, señala, tuvo oportunidades, pero además mucho interés, curiosidad intelectual y muchísimo talento. «Una persona así es capaz de hacer todo lo que se proponga. Viajaba a menudo a Madrid y a París, conocía las casas de moda de primera mano (hablaba de ellas en sus textos con descripciones muy prolijas) y se codeaba con todo el mundo; de hecho, en su correspondencia dice que hay modistas que le hacían precio».

Blanca Rodríguez

Blanca Rodríguez

Este exhaustivo trabajo de investigación, dirigido por Chema Paz Gago y que Rodríguez presentó dos días antes del 8 de marzo ante un tribunal íntegramente femenino, perfila a la intrépida, inquieta y atrevida Pardo Bazán ya conocida, pero descorcha también a una mujer muy femenina, «aunque la imagen que tengamos de ella, la de una señora bastante rotunda físicamente, pueda no ser la de alguien preocupado por su aspecto». Lo estaba, asegura la experta, le preocupaba su gordura y se mantenía pendiente de lo adecuado de su vestimenta, de su apariencia y de la impresión que causaba. «Era una mujer realmente contemporánea aunque la veamos como una figura decimonónica».

Hace más de cien años, doña Emilia ya se planteaba cuestiones como por qué en España se piropeaba a las mujeres por la calle hasta ponerlas coloradas y en Francia no; reflexionaba sobre si determinadas modas eran o no decentes, higiénicas o convenientes para la salud femenina; y trazaba en sus misivas bocetos de abrigos, sombreros, chaquetas e incluso peinados. «Es curioso, porque el peinado característico con el que se le identifica lo dibuja en una de sus cartas cuando se pone de moda y dice que se llevan ‘unos peinados que hacen unas cabezas altísimas’; luego ella aparece en las fotos con él». Era una mujer adelantada a su tiempo que, además de vivir la moda, también la pensaba.

Blanca Rodríguez

La moda, al servicio de la narración

Durante su indagación, Rodríguez se fijó en que en ninguna enciclopedia en castellano aparecía un modisto al que Pardo Bazán aludía recurrentemente y que resulta que fue uno de los más importantes de su época, Felix Poussineau, el Felipe Varela de la primera dama de la República. «Que recupere un diseñador del que nadie supo decirme nada en el Museo del Traje de Madrid ni en el de París tiene un gran valor histórico». Porque la condesa documenta en su correspondencia privada (y también en los relatos) sus conocimientos sobre el entramado industrial, artesanal, económico y comercial de entonces, pero también utiliza su interés por la moda como un recurso narrativo para caracterizar la psicología de sus personajes femeninos, quienes, seguramente, no serían tan complejos si la autora no se detuviese en sus vestidos o en su obsesión por los trapos, apuntes que permiten contextualizar sus textos y adivinar cuándo fueron escritos en función de las tendencias que en ellos aparecen. «Probablemente, nadie como Pardo Bazán ha sabido ver entre los pliegues, moños, aderezos y fondos de armario de las mujeres que la rodeaban y de sus personajes un universo femenino tan fascinante y cargado de dobles significados».