La apasionante biografía del niño de la guerra que asesoró al «Che» y sufrió el desencanto del comunismo

Gustavo Monge

CULTURA

Niños de la guerra evacuados a la Unión Soviética durante la Guerra Civil española.
Niños de la guerra evacuados a la Unión Soviética durante la Guerra Civil española.

El ovetense Pedro García Iglesias publica sus 88 años sus memorias desde Praga

21 abr 2020 . Actualizado a las 18:19 h.

El actual decano de la colonia del exilio republicano español en Checoslovaquia, Pedro García Iglesias, de 88 años, acaba de publicar «Memorias de un niño de la guerra», una colección de recuerdos, apuntes y reflexiones hechas desde Praga, y donde expresa su desengaño con el hombre y con la idea socialista. «No quisiera que hubiera niños de la guerra, pero yo lo fui, y en parte lo sigo siendo», abre su autobiografía García Iglesias, nacido en Oviedo en agosto de 1931.

Sus primeros recuerdos reflejados en su libro, publicado por la editorial Círculo Rojo, son de la revolución de octubre de 1934 en Oviedo, donde pasó el convulso momento preludio de la Guerra Civil.

ORÍGENES ANARQUISTAS

Su padre, un anarquista de esa fracasada revuelta asturiana, huyó luego con identidad falsa a Galicia y acabó combatiendo contra el bando franquista, sin que hasta hoy se sepa de su paradero.

La Guerra Civil hizo que muchos republicanos, entre ellos la familia de Pedro García, abandonaran España.

Su salida a Francia se produjo en dos etapas, primero desde el puerto de Gijón en octubre de 1937, en un «barco pesquero de mala muerte», mientras en la ciudad asturiana, abarrotada de personas, se oían «las ensordecedoras y mortíferas explosiones de las bombas lanzadas desde poca altitud».

Desde Saint Jean de Luz fueron «repatriados» a Cataluña por las autoridades galas, aunque con el inminente fin de la guerra española la familia emprendería, en enero de 1939 y desde Gerona, una nueva huida a Francia en medio del hambre y frío.

García pasó allí más de una década, hasta 1950, lo que le hizo un «francófilo agradecido y sincero».

En Francia, su madre, Teresa, se reencontró con el republicano Arturo Alonso, que desde 1939 trabajaba en las minas de Salgigne, cerca de Toulouse, quien acabó siendo el padre adoptivo de Pedro.

ÉXODO A CHECOSLOVAQUIA

Tras la Segunda Guerra Mundial el grupo de comunistas españoles empezaron a ser considerados por las autoridades de Francia como «quinta columna» de la Unión Soviética.

La líder del partido comunista español, Dolores Ibarruri «La Pasionaria», intercedió desde el exilio en Moscú para que fueran acogidos por otras «democracias populares», como Checoslovaquia - a donde emigraron unos 300 comunistas, la mayoría de Francia-, pero también Rumanía, Polonia y Hungría,

Así, García llegó a Checoslovaquia «una noche muy oscura y fría» de diciembre de 1951, con 20 años de edad, junto a su madre y su padre adoptivo.

En su libro, recuerda con detalle su primer trabajo, de electricista, en una fábrica de jabones y perfumes en Usti nad Labem, al norte del país.

Allí fue testigo del hurto generalizado y de cómo los comunistas en plantilla hacían la vista gorda.

Decepcionado, acabó comunicando al cabecilla de los comunistas españoles en Usti que «estaba harto, que todo estaba podrido» y que quería volver a Francia.

ESTUDIOS UNIVERSITARIOS QUE LO LLEVAN A CUBA

Sin embargo, por haber cursado la secundaria en Francia, Pedro García fue de los pocos exiliados españoles en Checoslovaquia que pudo ir a la universidad.

En 1960 obtuvo el diploma de licenciado en Economía en 1960 y entre 1961 a 1965 trabajó como asesor de Ernesto «Che» Guevara, entonces ministro de Industria de Cuba.

Un año antes se había casado con Lidia Sevil, hija del militar republicano José Sevil, quien había combatido en la II Guerra Mundial en una unidad de guerrilleros del ejército soviético.

TRAUMÁTICO VERANO DE 1968

A la vuelta de la isla caribeña, García comenzó a trabajar como redactor en la sección española de la Radio Checoslovaca.

Desde allí fue testigo de la invasión del Pacto de Varsovia en agosto de 1968, para acallar el movimiento aperturista de la «Primavera de Praga».

García recuerda que fue un golpe para los correligionarios comunistas españoles, que rechazaron en bloque la invasión soviética, que lo puso en graves apuros profesionales.

«Sobrevino un período muy difícil para todos los que habíamos creído en un socialismo en democracia», cuenta.

Con una familia a su cargo y sin pasaporte, fue amenazado con el despido al no querer pronunciarse «a favor de la intervención de las tropas del Pacto de Varsovia».

Un vez más su pasado galo le ayudó y gracias a sus contactos con sindicalistas franceses recaló en la Unión Internacional de Metalurgia y en la Federación Sindical Mundial, organizaciones pro-soviéticas donde trabajó en los años 1970, antes de volver en los 1980 a la radio checoslovaca.

SUEÑO FALLIDO DE VOLVER A ESPAÑA

Durante toda la vida García había preparado a su familia para volver a España, pero eso nunca se hizo realidad, tampoco tras el final de la dictadura franquista en 1975.

«Éramos una familia da apátridas que no tenía el respaldo de nadie», cuenta a Efe su hija Lilia.

Siendo el padre de «edad avanzada», lo de «empezar una nueva vida con una familia, en un país que no te quería, sin nadie, y con hijos adolescentes, no era algo fácil», añade.

Pedro García se jubiló en 1990, un año después de los cambios democráticos en Checoslovaquia, y se dedicó en los siguientes 15 años a trabajos de traducción y como externo en la radio.

DESENGAÑO

A pesar de sentirse «desmemoriado» y de arreciar los problemas cardiacos, García ha hecho un recuento personal lleno de sinceridad y de desencanto con el ser humano.

«El postulado teórico avanzado por el Partido Comunista de la Unión Soviética y sus ideólogos de educar y formar a un ciudadano con cualidades altruistas, honesto, fraternal, libre de la carga de supervivencias del pasado, lejos del egoísmo individualista típico de las sociedades burguesas, conoció un fracaso rotundo», afirma.

Y añade: «No sólo dejé de ser militante, dejé de ser comunista como resultado de un largo proceso de desencanto, que desembocó en el convencimiento de que, dada la condición humana, la sociedad comunista era irrealizable».