El mejor disco editado este año lo grabó Prince en 1986

CULTURA

BALAZS MOHAI

La reedición de «Sign 'O' The Times», que incluye 45 temas inéditos, ensancha la perspectiva de la gran obra maestra de un artista genial

02 oct 2020 . Actualizado a las 20:39 h.

Era un artista en racha. Tan confiado en sí mismo que optó por dar la pirueta definitiva en solitario. Corría 1986 y Prince despachaba a su banda The Revolution, sometida a unas condiciones de trabajo leoninas que incluían estar a su disposición para cualquier arrebato de creación, aunque este fuera a las dos de la mañana. Celoso de la importancia que el conjunto había tomado en la obra de un creador tan narcisista y genial como él, cortó por lo sano. Un frío comunicado le quitó el problema de encima y le permitió seguir trabajando a su ritmo habitual: a destajo, componiendo y grabando sin parar. La máxima de «cuando llegue la inspiración, que me encuentre trabajando» que se atribuye a Picasso se podía aplicar perfectamente a Prince, artista cuya producción era imposible de asimilar por la industria discográfica.

En 1986 todo explotó. Lanzó el disco Parade. Hizo la banda sonora de la película Under The Cherry. Compuso los temas de Dream Factory (disco que no llegó a salir) y de Crystal Ball (que salió mucho tiempo después, en 1998, en un triple álbum). Pero, sobre todo, creó los temas que darían forma a Sign 'O' The Times, el trabajo que editaría en 1987 y que marcará el pico definitivo de su carrera. Un álbum eterno que acaba de tomar una nueva vida con la reedición puesta en circulación la semana pasada que desvela el archivo de uno de los períodos más fecundos del artista.

Queda claro que sus herederos quieren expoliar un material que Prince mantenía oculto y que seguramente, de seguir vivo, nunca vería la luz. Lo que en su día se lanzó como un doble elepé de 16 temas ahora se presenta en varios formatos. El más extenso (disponible en ocho cedés u once discos de vinilo) amplía la obra a 63 cortes más (45 en estudio y 18 de en directo), junto a vídeos, libretos, fotos raras y todo lo habitual en este tipo de artefactos.

Colección de clásicos

Difícilmente nada que se edite este año pueda igualar a un disco como este que recuerda la grandeza de uno de los artistas que mejor explotaron las posibilidades sonoras que ofrecían los años ochenta. De hecho, emprender una escucha de este material 33 años después de que viera la luz genera un cierto vértigo histórico. No hace falta más que aterrizar en el primer corte, el homónimo Sign 'O' The Times, para experimentarlo: funk minimal, versos crudos, grandeza creativa y una atmósfera decadente y sexual tremendamente adictiva.

La canción, con referencias al sida («En Francia, un hombre flaco murió de una gran enfermedad con un nombre corto»), la violencia en las calles («Enciendes la tele y todas las demás historias te dicen que alguien murió») y la locura de los Estados Unidos («Una hermana mató a su bebé porque no podía permitirse alimentarlo / Y sin embargo, estamos enviando gente a la Luna») se tomó como una fotografía de la era Reagan en Norteamérica. Y pasó a la historia como uno de los grandes himnos de la década.

Era la puerta de entrada de un disco caleidoscópico en los estilos, disperso quizá en las primeras escuchas, pero con el nexo de unión de un artista en ebullición jugando todas sus bazas para demostrar que era el más grande. Él mismo se encargó de tocar la mayoría de los instrumentos y tirar de hilos y más hilos. Tendiendo un puente entre James Brown y el hip-hop que saqueaba su música en modo de samplers, apareció como la síntesis brillante y resplandeciente en Housequake. Mirando al pincel de The Beatles dibujó himnos de pop bañado en psicodelia como Starfish and Coffee. Remitiéndose a los baladistas soul creó Slow Love. Recogiendo la herencia minimal de The Velvet Underground y llevándola al territorio del sentimiento negro se despachó en The Cross. Todo ello entre muchos otros apasionantes viajes sonoros.

Eso ya lo sabíamos. Ahora lo recordamos felices. Pero la revisión propone adentrarse en el material inédito. Un bosque frondoso que promete placer pero en el que no hay temas a la altura de lo recogido en el disco original. Pocas cosas van más allá de la anécdota. Algunas son meras filigranas instrumentales. Otras pueden resultar interesantes para fans y completistas, pero palidecen frente a las titulares. En muchos casos da la sensación de haberse quedado todo a medio hacer. Quizá el mayor disfrute se encuentre en el directo pletórico Live In Utrecht y, por supuesto, en el disco original que, ese sí, siempre es una gozada escucharlo. El mejor, sin duda de este 2020. Aunque se haya grabado en 1986. Y editado en 1987.