Brandon Cronenberg sufre en «Possessor Uncut» un ataque de «hijísimo»

José Luis Losa SITGES / E. LA VOZ

CULTURA

Fotograma del filme de Brandon Cronenberg «Possessor Uncut»
Fotograma del filme de Brandon Cronenberg «Possessor Uncut»

El joven realizador canadiense presenta en el festival de Sitges una película que exhibe una solemnidad pueril, una inconsistencia «high tech» abominable

13 oct 2020 . Actualizado a las 08:54 h.

Es regla casi inviolable la de que los directores mayúsculos, poseedores de un universo cinematográfico inconfundible, no prolonguen ese legado en unos hijos como improbables sucesores. No cabe imaginar a un o una Hitchcock júnior heredando el peso de la prueba de vértigos y psicosis. O a un hijo de Bergman portando la cámara edípica como un tormento en claroscuro luterano. A bote pronto, es rara avis en Hollywood el caso de Sofia Coppola, quien ha tomado los bártulos de Francis con narcisismo despreocupado. En el fantastique más autoral también existen un par de vástagos aventureros. Nada parece menos mimetizable que los territorios de dos genios como Lynch o Cronenberg. Y, sin embargo, hay una Jennifer Lynch que tomó armas y bagajes para filmar películas del poderío de Surveillance, que llegó a ganar el premio mayor de este festival.

Y existe un tal Brandon Cronenberg (Toronto, 1980) que debutó en Sitges en el 2012 con la errática y muy perdida Antiviral. Ayer nos amenazó de nuevo con otro ataque de hijísimo en Possessor Uncut. Como en su película anterior, la trama está desarrollada en la abstracción presuntuosa de una gran corporación criminal. Una multinacional de los asesinatos de diseño que ejecuta a través de un plan como de Doctor No de tres al cuarto, insertando la mente de una serial killer muy cool en cuerpos mercenarios que se autoinmolan por la causa. Sufro en la butaca sin dejar de pensar en la manera sabia y orgánica en que el padre metabolizaba en una pantalla sus insanias psicosomáticas ya cuando tenía la edad de su hijo. Y en cuánto se complica este muchacho, dando giros argumentales como de derviche del postureo. Su cine es de una solemnidad pueril, de una inconsistencia high tech abominable. Lo tiene todo para triunfar en un palmarés.

Alan Moore

Alan Moore es un talento inatacable del cómic. Y un plasta importante cuando tiene libertad artística para recordarnos lo brillante que es también en las imágenes de una pantalla. En The Show, Micht Jenkins le deja hacer a Moore hasta el punto de que se muestra como actor en una trama de serie negra que pretende matarte de ingenio cinco veces por minuto. Casi lo logra después de dos horas de agotador vapuleo.

«Relic»

Salva la jornada en la competición la notable película australiana Relic, estimulante ópera prima de Natalie Erika James. Bajo las formas de un relato gótico de casa encantada con tres generaciones de mujeres de una familia, posee un subtexto que habla del envejecimiento, de la decrepitud entendida como maldición. Y la manera en cómo recursos del cine de terror están al servicio de un discurso adulto anuncian que habrá que seguir de cerca la evolución de Erika James en próximas obras.