Luis Mateo Díez, ese fabulador heredero de los filandones

CULTURA

RAQUEL P. VIECO

El último Premio Nacional de las Letras es el último gran transmisor de la cultura oral nacida alrededor de los braseros

13 nov 2020 . Actualizado a las 08:54 h.

Para entender la prodigiosa —por extensa y por imaginativa— producción de Luis Mateo Díez hay que irse hasta el norte de León, al maravilloso paisaje del valle de Laciana. Un lugar donde el termómetro está en negativo buena parte del año, donde mandan el carbón y la nieve, y donde antes de que llegaran los televisores el único entretenimiento en las muchas horas de penumbra era sentarse junto a la lumbre y ponerse a hablar.

En ese ambiente se cultivó nuestro hombre, último Premio Nacional de las Letras.

En León ese ritual, el filandón, murió mucho antes de que llegara Internet; es otra consecuencia del lento apagarse de ese viejo reino. Sobrevive, y sobrevivirá, gracias a tipos como Luis Mateo Díez, que ha convertido la fábula en una fiesta y la tradición oral en un ejercicio de estima colectiva. Maestro en la narración breve —imperdibles El eco de las bodas o El diablo meridiano—, Luis Mateo Díez se ha convertido en el gran depositario de la memoria intramuros que ha sabido trasladar al exterior, montando el territorio de Celama donde se evocan desde una ciudad imaginada hasta páramos, valles, montes y paisajes humanos. Relatos sin un adjetivo más alto que otro. Pura ficción sin aspavientos. Tan notablemente inventada que seguro que fue real.

Y todo viene de ahí, del filandón, de un patrimonio inmaterial camino de ser un exotismo cultural que está en deuda con este escritor, un tipo que siempre parte de lo pequeño —una carta, una pensión, un banquete...— para construir un retrato universal, el de un espacio que se apagaba antes de que los urbanitas se llenaran la boca con lo de la España vaciada.