Julio Llamazares: «La pandemia nos ha devuelto la conciencia de nuestra fragilidad»

Xesús Fraga
xesús fraga REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Julio Llamazares, durante una visita a A Coruña
Julio Llamazares, durante una visita a A Coruña MARCOS MÍGUEZ

«Primavera extremeña» relata el confinamiento del autor en pleno campo

26 nov 2020 . Actualizado a las 22:08 h.

A Julio Llamazares (Vegamián, 1955) un amigo residente en Pekín le advirtió de que antes o después España también decretaría un confinamiento para hacer frente a la pandemia del coronavirus. En vísperas del estado de alarma de marzo, el escritor abandonó Madrid y se instaló en un antiguo lagar restaurado como vivienda en pleno campo extremeño. «Íbamos para dos semanas y nos quedamos tres meses», recuerda. Un tiempo que ahora relata en Primavera extremeña (Alfaguara), una primavera «irreal y extraña, espectacular y hermosa, pero a la vez trágica». La fragilidad y la incertidumbre, las relaciones con la naturaleza y la necesidad de replantearse muchas cosas como individuos y sociedad centran el libro, ilustrado con acuarelas de Konrad Laudenbacher.

-¿En qué momento del confinamiento supo que acabaría por escribir un libro sobre ello?

-Este es un libro inesperado, que de no haber sido por la pandemia nunca habría existido. Yo seguía escribiendo una novela con la que llevo un tiempo, pero tenía la cabeza en otro sitio, podía prescindir de ella, aunque tampoco sabía muy bien cómo contar lo que estaba pasando. Hasta que fue mi cumpleaños y mi mujer y mi hijo, que al estar encerrados no podían comprarme un regalo, decidieron regalarme una acuarela de Konrad [Laudenbacher], un amigo alemán que vive a kilómetro y medio. Al verla sentí como un chispazo y pensé que debería hacer escribiendo lo mismo que hace Konrad pintando. Empecé a hacerlo, sin pensar que pudiera llegar a ser un libro, sino hacer como acuarelas escritas.

-Menciona que esa primavera en el campo le permitió recuperar en parte su infancia...

-Mi infancia la pasé en lugares así y hacía más de medio siglo que no pasaba una primavera entera en el campo. En medio del campo, ni siquiera un pueblo o aldea. A veces, en las noches de tormenta, que hubo muchas, tenía la sensación de que estábamos en un arca de Noé, navegando por la sierra, en la única compañía de los animales. Como apenas había nadie, más que cuatro o cinco ganaderos, con lo cual, los animales estaban envalentonados.

-Lo cual le dio pie a reflexionar sobre nuestra relación con ellos, con la naturaleza en general...

-Más que un relato del confinamiento, es un libro sobre la primavera. Sobre cómo las circunstancias que de vez en cuando suceden nos ponen en la tesitura de reflexionar y reprogramar nuestra vida, y una de ellas es nuestra relación con la naturaleza, darnos cuenta de que nos creemos dioses pero en realidad solo somos hombres. Y cuando ocurre un contratiempo la naturaleza vuelve a ocupar lo que fue suyo. Se ve en las aldeas perdidas, los árboles nacen dentro de las casas hasta que el bosque las borra del paisaje, pero también pasa en las ciudades, como en Chernóbil. Y solo en tres meses, si llegan a ser tres años...

-Esta idea conecta con su libro «La lluvia amarilla». Y hay algún episodio en «Primavera extremeña», que también remiten a esa obra, como el de la culebra que se cuela en la cocina...

-Pues es verdad, no lo había pensado. Los elementos se van convirtiendo en símbolos y los símbolos en elementos de la vida otra vez.Lo de la culebra no lo recordaba de La lluvia amarilla, pero es verdad, puede tener un cierto simbolismo del que yo no soy consciente y tiene que ver mucho con esto que hablamos de cómo la naturaleza se adueña de lo que era suyo.

-Las otras reflexiones tienen que ver con nosotros mismos, como individuos y sociedades.

-La pandemia ha tenido, entre otros, el efecto de trazar un paréntesis en nuestras vidas y en el curso de la historia de la humanidad. Y ha tenido una serie de efectos en el pensamiento de todos nosotros. Por un lado, nos ha devuelto la conciencia de la fragilidad, que a veces se nos olvida, y nos pensamos invencibles e indestructibles, cuando basta un organismo microscópico para poner patas arriba el mundo entero. Nos hace reflexionar sobre nuestra propia vida, qué estamos haciendo con ella, la estamos empleando corriendo detrás de cosas que son insustanciales, cuando vuelves a lo elemental. La salud, que salvo para la gente mayor, que le empieza a faltar, la gente no piensa mucho en ello, se vuelve lo más importante, más que el dinero o el progreso económico. Hasta ahora era el dinero. Lo que ya dudo es que a largo plazo esto sirva para algo, aunque algo de huella dejará en algunas personas.