La correspondencia de Charles Bukowski, en pos de una poética

H. J. P. REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Charles Bukowski -fotografiado en 1978, de quien Abel Debritto publica una selección de cartas escritas entre 1945 y 1993 y que muestran sus reflexiones sobre la literatura y los aledaños
Charles Bukowski -fotografiado en 1978, de quien Abel Debritto publica una selección de cartas escritas entre 1945 y 1993 y que muestran sus reflexiones sobre la literatura y los aledaños ulf andersen | anagrama

El estudioso Abel Debritto publica en el sello Anagrama «La enfermedad de escribir», una antología de cartas que muestra sus preocupaciones sobre el oficio al que dedicó su vida

15 ene 2021 . Actualizado a las 10:04 h.

Ocurre con Bukowski algo peculiar: el lector escruta la palabra en un intento de comprobar qué hay de cierto en los hechos, y en el mito, y hasta olvida la poesía, la narración en la que se halla inmerso. El alcohol, el sexo, las broncas, el maltrato, las apuestas en el hipódromo, los empleos fugaces y miserables... un montón de ruido que oculta lo que importa. «Hay hombres que violan y hombres que piensan en violar. Escribir al respecto no significa que el autor justifique la violación, aunque se escriba en primera persona. El derecho a la creación es el derecho a mencionar aquello que existe»

Y el caso es que el escritor californiano nacido en Alemania Charles Bukowski (Andernach, 1920-San Pedro, Los Ángeles, 1994) era poco dado a dejar las claves de su poética sentadas por escrito al ensayo, por lo que el ejercicio de indagación (o adivinación) continúa vivo. Son muchos, empero, los que quieren validar el poema en función del fundamento de realidad que intuyen o de fijar el valor de lo que es cierto en atención al contenido del verso. Él no ayuda a la tarea, ni le preocupa, cuando afirma: «Lo que escribimos es el resultado de lo que hemos vivido con el paso de los años. Es una excelente huella de quienes somos. Lo que ya hemos escrito no sirve nada, lo que cuenta es la siguiente palabra».

Ah, la verdad... La verdad es otra cosa que lo cierto, y en ocasiones hay que echar mano de la ficción o la imaginación para que aflore. Rara vez un análisis de su literatura elude las coordenadas en que se movió su vida, incluso la anécdota, la leyenda que se ha generado en torno al poeta. Hay una alimentación mutua, que casi siempre perjudica ambas facetas (diferentes) pero que hace más daño a la obra. «Hay hombres que violan y hombres que piensan en violar. Escribir al respecto no significa que el autor justifique la violación, aunque se escriba en primera persona. El derecho a la creación es el derecho a mencionar aquello que existe», matiza en una carta escrita en 1972 a raíz de unos reproches de la poeta feminista Alta Gerrey. «El personaje de Charles Bukowski como viejo verde de la literatura norteamericana no es más que eso: un personaje, una máscara tras la que había un hombre con más lecturas y más culto de lo que la mayoría de la gente se cree», advierte Steven Moore en la edición que preparó en el 2000 de las cartas que intercambiaron Bukowski y Sheri Martinelli, artista plástica y musa de Ezra Pound, a quien tanto admiraba el autor de La máquina de follar.

A esta labor de rastrear y exhumar la correspondencia -inédita, además- en pos de una poética de Bukowski se suma con decisión el estudioso Abel Debritto, que publica en el sello Anagrama La enfermedad de escribir, una hermosa antología de sus misivas (de entre 1945 y 1993) en relación con el asunto de la escritura, sus referentes literarios, el oficio, la crítica, el arte, la trastienda editorial... Deja clara, por ejemplo, su devoción por T.S. Eliot, Dostoievski, E.E. Cummings, Auden, Céline, John Fante, Catulo, Lorca, Sherwood Anderson, Hamsun y Spender, o su decepción con la generación beat que inicialmente le había interesado e incluso con Hemingway porque «le faltaba humor». Por no hablar de Faulkner, «más falso que Judas», o del «mediocre» Shakespeare.

Entre los corresponsales están, cómo no, su querido John Martin -editor de Bukowski en Black Sparrow Press y quien apostó por él cuando todos lo ignoraban-, escritores como Henry Miller, Lawrence Ferlinghetti, Hilda Doolittle y John Fante y responsables de revistas y publicaciones de la más diversa índole que acogieron los versos de Bukowski, además de críticos, académicos y amigos. Las cartas dibujan un hombre obsesionado con su trabajo, con una decidida hoja de ruta, con su egocentrismo, y que planta cara a quienes quieren dulcificarlo, incluso al propio Martin.

Debritto ha hecho una labor ardua y sobresaliente, y más que se espera, toda vez que ha denunciado que la poesía póstuma de Bukowski (más de 1.500 piezas) ha sido editada sin criterio y hasta desvirtuada por sus albaceas. Tal descubrimiento precisa de alguien como él que restaure los textos originales y los devuelva al lector.