Vadim Perelman: «Nunca se harán suficientes películas sobre el Holocausto»

Xesús Fraga
xesús fraga REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

El cineasta Vadim Perelman, retratado en la Berlinale
El cineasta Vadim Perelman, retratado en la Berlinale jens koch

El director estrena «El profesor de persa», un filme que toca temas como la identidad, la lengua y la memoria

21 ene 2021 . Actualizado a las 09:24 h.

En su debut, Casa de arena y niebla -nominada a tres Óscar- Vadim Perelman (Kiev, 1963) se valía de su experiencia como inmigrante y su contacto de niño con la pobreza para filmar un drama que hablaba del desarraigo y la fragilidad. Ahora, el cineasta afincado en Canadá propone otra historia sobre la identidad y la memoria, así como el papel de la lengua en su construcción. El profesor de persa, propuesta alemana para los Óscar y que se estrena este viernes en los cines, tiene como protagonista a un joven judío belga (interpretado por Nahuel Pérez Biscayart) que finge ser persa para salvarse de ser fusilado por nazis. Su situación se complica cuando el capitán del campo al que es trasladado le ordena que le enseñe su idioma, por lo que no le queda más remedio que inventárselo sobre la marcha para evitar que lo descubran y perder la vida como le ocurre a los demás prisioneros del campo.

-Viendo la película uno se acuerda de esa frase de que una muerte es una tragedia, pero un millón es solo una estadística...

-¿Quién dijo eso?

-Se le atribuye a Stalin, ¿no?

-Sí, es verdad, Stalin [ríe].

-Pero en el filme ocurre lo contrario: cada muerte es una tragedia, de ahí la importancia que tienen los nombres de los prisioneros, que el protagonista tiene que inscribir en el registro.

-Ese personaje tiene un sentimiento de culpa increíble. No tanto porque está engañándolos a todos, sino porque les miente y eso le permite sobrevivir. Además, vive relativamente bien y está protegido por la figura del capitán, mientras que a los demás los trasladan a otros campos, donde encontrarán la muerte. Si no hubiésemos planteado que inventa las palabras a partir de los nombres de los prisioneros, entonces habría sido otra historia más de supervivientes. Pero la genialidad del guion es que al hacerlo, al ser listo y mentiroso, está levantando este hermoso monumento a las personas que han ascendido por la chimenea dos veces: la primera, cuando incineran sus cadáveres, y la segunda, cuando queman los registros del campo. Los recupera. De hecho, es algo muy judío, ese recordar los nombres.

-Los nombres también le importan al capitán, pero valora más la caligrafía del registro, que las inscripciones sean legibles y en columnas ordenadas, que sus propias vidas.

-Totalmente. Y cuando le preguntan por los tachados responde que no importa, que ya están muertos. El humor y la sátira de la película residen en ese aspecto burocrático. Hay quien me pregunta por qué incluí esas tramas secundarias sobre el cabo de las SS, el triángulo amoroso en el que se ve envuelto… Lo hice para mostrarlos como personas. Lo más terrorífico de todo esto es que eran personas, no robots, que es como se suele representar a los nazis en el cine y algunos libros. Eran personas, con sus miedos y pasiones.

-El capitán parece uno de esos robots temibles, pero es precisamente a través de la lengua que inventa el prisionero y que él cree que es persa cuando empieza a revelar sus sentimientos.

-Lo interesante de esa escena, y esta concebido así a propósito, es el momento en que hacen balance de cuántas palabras ha aprendido y el judío le propone que hablen. Lo que en realidad quiere decir no es que conversen ese idioma, sino que el oficial se convierta en humano. Lo que le pregunta es «¿Quién eres?», no «¿Cómo te llamas?». Pero el capitán Koch responde: «Klaus». Es algo que en cierto modo lo humaniza.

-El reto para el prisionero no es solo inventar el lenguaje, sino no olvidar sus palabras para no contradecirse. Una memoria individual que conecta con la colectiva.

-Sí, porque la clave para memorizarlo se le ocurre mientras inscribe los nombres del campo.

-¿Y cómo abordar esa memoria? «El profesor de persa» introduce humor en la tragedia...

-Es como las especias en una receta, potencia su sabor. Sí, es muy importante. Y creo que deberían rodarse más películas como esta para que no olvidemos. Hay gente que se queja, «oh no, otra película más sobre el Holocausto. Ya hay demasiadas». Pero nunca hay suficientes, especialmente si adoptan otro punto de vista. Debemos hacerlas para no olvidar nunca lo que ha pasado.

-La expresión de permanente incredulidad del protagonista es uno de los mejores retratos de lo que fue el horror de los campos.

-Sí, lo plasmó muy bien. Nunca he estado en Auschwitz o Treblinka, aunque he leído mucho sobre ello. Traté de ponerme en el lugar del personaje: si me resignaría o si buscaría una salida, como él. Siempre me lo he preguntado y esta era una oportunidad para investigar lo que quizá podría haber hecho.