Spinoza o el amor por la verdad

HÉCTOR J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Retrato de Spinoza, datado alrededor de 1665 y de autor anónimo.
Retrato de Spinoza, datado alrededor de 1665 y de autor anónimo.

Editan las cartas del filósofo y las cinco biografías más antiguas que lo abordan

15 feb 2021 . Actualizado a las 08:53 h.

La figura de Baruj Spinoza (Ámsterdam, 1632-La Haya, 1677) sigue siendo en este siglo XXI tan apasionante como enigmática, casi 400 años después de su nacimiento. Y lo es en buena medida porque lo que en su tiempo hacía que su filosofía fuese considerada ambigua, inconsistente o incluso herética hoy la vuelve rabiosamente moderna. Fruto de una época convulsa, su carácter fue el de un exiliado, apátrida, errante -Rijns­burg, Voorburg, La Haya- al que la comunidad judía había expulsado (en 1656), los protestantes detestaban y los cristianos miraban con desconfianza, o aparecía como un judío reprobado o como un ateo camuflado y malvado. Por su defensa de la libertad y su amor a la verdad es visto actualmente como una referencia de una etapa -la segunda mitad del siglo XVII- en la que se erigió en gran crítico de la tradición y precursor de una forma peculiar y avanzada de Ilustración.

La valiosa aportación como pensador y el atractivo del hombre agitan su vigencia y mueven el interés editorial por Spinoza. Y una buena prueba de esta inquietud es el catálogo de Guillermo Escolar Editor, que publicó, en la edición del especialista Atilano Domínguez, su correspondencia y las cinco biografías más antiguas que versan sobre él, una de ellas contemporánea -la de Jarig Jelles, con quien incluso se carteaba-. Estas aproximaciones hablan a las claras de lo complejo que en su tiempo resultaba encasillarlo. Sus enfoques y conclusiones no solo son distintos sino por veces diametralmente opuestos, y ello indica también hasta qué punto aquel siglo estaba condicionado por el opresor yugo religioso.

«Jelles lo asocia a un cristianismo racional, al estilo de Erasmo y del círculo de los colegiantes; [Pierre] Bayle, al materialismo ateo y al santo laico, tan próximos de Buda como de ciertos románticos; [Sebastian] Kortholt, a los impostores, llámense religiosos o anti-religiosos; [Jean] Colerus, al judío excomulgado y anti-cristiano cuyas obras fueron recibidas con duras críticas en Holanda, Francia y Alemania; y [Jean-Maximilien] Lucas, en fin, al escritor anónimo y libertino que, frente a la ignorancia y la sumisión a la autoridad, propone la lucha por la libertad y la felicidad humana en la línea de una Ilustración radical», detalla el investigador y profesor.

Pese a que no gozaba de la simpatía de Kortholt (tampoco de las de Bayle y Colerus), que lo juzgaba «ávido de gloria», «impío», «ambicioso» y un «alma impura», lo cierto es que Spinoza vivía frugalmente, a lo que se sumaba su constitución física débil y enfermiza y su gusto por la soledad.

Como un artesano, se procuraba un humilde sustento económico compaginando su labor intelectual con el trabajo de pulido de lentes de cristal, un oficio que sirve en bandeja la metáfora que ensalza su lúcida visión del mundo, que combate la superstición y el miedo y en la que cuerpo y alma cohabitan armonizados. Tiene muy presente también cómo los gobernantes utilizan la religión para aumentar su posición hegemónica. Su sólida arquitectura filosófica es una creación que se eleva como si la consciencia de su tiempo de hierro, y el ruido del entorno, no alcanzase a rozarlo. 

El hombre y la naturaleza

Uno de lo aspectos que acrecientan su atractivo es el modo en que está firmemente convencido de que el hombre es uno con la naturaleza, posicionamiento desde el que afloran las divinidades del mundo y del propio hombre. Recuperar esa connivencia entre ser humano y naturaleza (que identifica con Dios) resulta hoy necesaria en un momento en que, mal guiado aún por la Ilustración, el hombre sigue cegado por la idea de dominio, hasta el abuso.

Desde su condición autodidacta, Spinoza apenas dedicó veinte años (1656-1676) a la construcción y argumentación de sus ideas, pero alumbró un sistema de pensamiento tan perfecto que suponía «el modelo mismo de la filosofía», ensalzaba tiempo después Hegel para insistir: «O Spinoza o ninguna filosofía». Nietzsche tampoco se sustrajo de su encanto. Y hasta Albert Einstein, interrogado sobre si aceptaba la existencia de Dios, dijo aquello de «creo en el Dios de Spinoza», el que se muestra en una armonía ordenada de lo existente, no como «un Dios que se preocupa por el destino y las acciones de los seres humanos».

Frente a la rigidez de otros filósofos, Spinoza es especialmente hábil para conciliar razón y Dios. En su búsqueda de la buena vida, de la felicidad posible, hace gala de una hermosa inteligencia que enamora en su lucidez al distinguir claramente entre la palabra revelada y la palabra que verbaliza su yo filosófico, siempre amante de la verdad: «Cuando he conseguido una demostración sólida, no pueden venir a mi mente ideas que me hagan dudar jamás de ella. De ahí que asienta a lo que el entendimiento me muestra, sin la mínima sospecha de que pueda estar engañado o que la Sagrada Escritura, aunque no investigue este punto, pueda contradecirla», arguye para concluir maravillosamente que «la verdad no contradice a la verdad». Así lo expone en una carta remitida en 1665 a Willem van Blijenbergh. «De todas aquellas cosas que están fuera de mi poder, nada estimo más que poder tener el honor de trabar lazos de amistad con gentes que aman sinceramente la verdad [...] Este amor es, además, el mayor y más grato que puede darse hacia cosas que están fuera de nuestro poder, ya que nada, fuera de la verdad, es capaz de unir totalmente distintos sentidos y ánimos», le confiesa en otra misiva, en que asimismo se muestra indulgente con las debilidades humanas.

La correspondencia de Spinoza se revela como un instrumento de conocimiento de la persona -el más poderoso que se dispone- gracias a esas filtraciones que se producen en su discurso, sus refutaciones a los correspondientes y sus reflexiones, y que no se permean en sus tratados. En este ámbito, el sello Trotta acaba de publicar Ética demostrada según el orden geométrico, en edición de Pedro Lomba -Manuel Machado hizo una versión en 1913-, considerada su obra magna y que apareció póstumamente.

Sobre las raíces ourensanas de la familia del pensador

Bayle afirma que Spinoza escribió en español su Apología de la salida de la sinagoga, que se perdió inédita. Y es que el filósofo nació en Holanda, pero sus padres eran judíos sefardíes llegados de Portugal, en donde se habrían afincado tras una salida forzosa de España, como consecuencia de la intolerancia católica acrecentada a partir de 1492 con la orden de expulsión firmada por los Reyes Católicos. Mientras, se habrían visto forzados a una conversión formal pero seguían practicando el judaísmo de forma clandestina. En ese submundo marrano (nombre con el se que conocía a estos falsos conversos) sitúan algunos en Ourense a la familia Espinosa -y al propio Miguel Espinosa, futuro padre de Baruj, o Bento o Benito o Benedicto-. La académica de la RAG Olga Gallego reconstruyó en su día el árbol genealógico de la estirpe de los Espinosa. Y mucho antes, en la primera década del siglo XX, lo había investigado el historiador, y también académico, Benito Fernández Alonso, que ubicó a Miguel Espinosa en Videferre, una parroquia del concello fronterizo de Oímbra, en una preventiva transición hacia Portugal ante el miedo a ser denunciados. Este contexto de temor explicaría la firmeza de las convicciones de Spinoza contra la superchería y el sectarismo religioso.