La obsesión rubia de Hitchcock

CULTURA

El diseñador Abe The Ape aborda a través de textos e ilustraciones la relación de amor-odio del mago del suspense con sus actrices

05 abr 2021 . Actualizado a las 16:50 h.

«Cuando abordo cuestiones sexuales en la pantalla, no olvido que, también ahí, el suspense lo es todo. Si el sexo es demasiado llamativo y demasiado evidente, no hay suspense. ¿Por qué razón elijo actrices rubias y sofisticadas? Buscamos mujeres de mundo, verdaderas damas que se transformarán en prostitutas en el dormitorio». Así explicaba el cineasta más famoso de la historia, en El cine según Hitchcock (Alianza), sus conversaciones con François Truffaut, su predilección obsesiva por actrices rubias, irresistibles, bellas, frías y majestuosas que seleccionaba cuidadosamente para sus películas y que marcaron su carrera. Ahora, el diseñador Abraham Menéndez (Gijón, 1977), que firma como Abe The Ape, vuelve sobre este apasionante tema en Alfred Hitchcock. El enemigo de las rubias (Lunwerg), mediante textos cortos explicativos e ilustraciones.

A Hitchcock se le ha tildado de misógino, machista, fetichista, voyeur, reprimido, acosador e incluso depredador sexual. Su relación con algunas protagonistas de sus filmes, sobre todo las rubias, tenía un componente de amor-odio, fascinación y perversión. Incluso de sadomasoquismo, como en el caso de Tippi Hedren, a la que sometió a auténticos tormentos. Fue al rodaje de la escena de Los pájaros en la que es atacada por las aves creyendo que eran de mentira, como le había dicho el director, pero no fue así. Hitchcock le hizo repetir la toma una y otra vez durante cinco días y acabó con daños en un ojo. «Fue brutal y desagradable», escribió la actriz en sus memorias. Durante el rodaje de Marnie, la ladrona, en la que, según Serge Koster, en Las fascinantes rubias de Alfred Hitchcock (Periférica) «representa, de forma exagerada, los papeles de mujer frígida, cleptómana y homicida», la acosó sexualmente. «Cuanto más me oponía, más agresivo se volvía», señaló Hedren.

Esas dos obras maestras, al igual que otras como Psicosis, Vértigo, La ventana indiscreta (en la que nos convierte a todos en voyeurs) o Frenesí, son un reflejo de sus pulsiones íntimas. En La cara oculta del genio (Ultramar) y Las damas de Hitchcock (Lumen), Donald Spoto da detalles muy interesantes. Como asegura Koster, «el sexo elidido de la mujer mantiene el deseo en su grado más alto de incandescencia». Por Grace Kelly sintió veneración. «Personificaba el ideal de heroína hichtcockiana: una fachada rubia, elegante y fría que oculta volcanes», según Menéndez. Pero a Hitchcock no le valía cualquier rubia. «Las que son como Marilyn Monroe no me interesan. Llevan colgado el sexo de su cuello, como si fuera una joya», afirmó. Quizá por eso no eligió en principio a la voluptuosa Kim Novak para protagonizar Vértigo. Hitchcock lo contó así: «En la segunda parte de Vértigo, cuando va de morena y parece menos Kim Novak, logré incluso que actuara; pero la única razón por la que la contraté fue porque Vera Miles se quedó embarazada». Spoto señala que ese filme es «el mejor testimonio de la eterna obsesión por moldear a las actrices de acuerdo con su ideal de la perfección rubia». Y sobre el filme, escribe Menéndez: «Al final lo que estamos viendo es la obsesión de un hombre por beneficiarse a una mujer muerta», un «hecho detestable que Hitchcock convierte en embriagador».

Como escribe Koster, «sometidas al desprecio o las vejaciones del realizador, Kim Novak y Tippi Hedren salen crecidas de la experiencia: lo mismo que las atormenta, les permite elevarse y a acceder al cielo de las estrellas». Porque es cierto que ambas, como Grace Kelly, Vera Miles, Janet Leigh o Eva Marie Saint subieron al Olimpo cinematográfico gracias a Hitchcock.

Mujeres valientes que toman la iniciativa

En los años treinta, durante su etapa inglesa, antes de recalar en Hollywood, las actrices de Hitchcock interpretaron papeles de heroínas valientes, modernas, liberales y sofisticadas que atraían al público femenino de todo el mundo, según explica Esperanza García Claver en el prólogo de Alfred Hitchcock. El enemigo de las rubias. La primera rubia glacial de su cinematografía fue Madeleine Carroll en 39 escalones (1939). En los años cuarenta sus protagonistas son de la talla de Joan Fontaine, Teresa Wright, Ingrid Bergman, Marlene Dietrich y Jane Wyman. A partir de los cincuenta llegarían las rubias de Hitchcock, volcanes cubiertos de nieve, que coincide con su edad de oro, con su musa Grace Kelly en primer plano, junto a las Doris Day, Kim Novak, Eva Marie Saint, Janet Leigh o Tippi Hedren. Su obsesión era tal que, por ejemplo, hizo que algunas actrices de pelo castaño se pusieran una peluca rubia o se tiñeran el pelo de ese color. También prestó una atención obsesiva por los peinados, cuenta Spoto.

En sus películas hay rubias como Eva Marie Saint, que en las escenas del tren de Con las muerte en los talones se muestra "fascinante frente al seductor por antonomasia, Cary Grant, dirige el juego, el galanteo, los preliminares", según Koster. O Grace Kelly, en Atrapa a un ladrón, que con su aspecto angelical nos sorprende de repente dando un beso apasionado al mismo actor. En La ventana indiscreta es tan valiente como para arriesgar su propia vida para introducirse en la casa del asesino. En ambos filmes protagoniza un interminable desfile de modelos, diseñados por Edith Head, que acentúan su apariencia sofisticada. Spoto señala que Hitchcock "supervisaba todo lo que tuviera que ver con su presentación en la pantalla, desde los peinados al guardarropa, desde el maquillaje hasta los zapatos, desde los ángulos de cámara hasta el montaje final".

Janet Leigh era ya una actriz popular cuando la fichó para Psicosis, pero ha pasado a la historia por la célebre escena de la ducha, cuyo rodaje duró siete días y se tuvieron que realizar setenta posiciones de cámara para obtener 45 segundos de película. Hitchcock se saltó todas las convenciones cinematográficas al matar a la estrella —esa "secretaria pecaminosa, infiel y de manos largas", como la define Menéndez— cuando solo había transcurrido un tercio de la película.