El desaire de García Márquez a Buñuel que Gonzalo Suárez nunca perdonó

Juan M. Arribas

CULTURA

Gabriel García Marquez
Gabriel García Marquez baldo pestana

17 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Instalado en una lúcida e imaginaria (e imaginativa) vejez, Gonzalo Suárez sigue activo a sus casi 87 años, todo un ejemplo de un joven anciano. El cineasta y escritor asturiano estrena un cortometraje de animación en el Festival Internacional de Cine de Huesca, donde le han otorgado el premio Luis Buñuel. Suárez ha recordado al director aragonés, un genio universal quizá nunca suficientemente reconocido en España. Suárez compartió una noche de vinos y sardinas en las que el realizador turolense le contó anécdotas y experiencias con actores y actrices. Esa conversación le dio pie a elaborar una entrevista. Buñuel no tuvo claro al principio su publicación, porque pese a su visión rupturista de la vida y del arte, era una persona formal  y no quería provocar disgustos con actores como el francés Gérard Philipe, que a su llegada a México para un rodaje se arrodilló ante el director y le llamó maestro. Según Gonzalo Suárez, Buñuel supo sacar ventaja de la sordera que le afectó en la última etapa de su vida, que le proporcionó una capacidad de concentración de «un genio en estado puro», un hombre con un cuajado sentido del humor. Por eso, cuando conoció en Barcelona a Gabriel García Márquez, en los años del 'boom' de la literatura sudamericana, con Cien años de soledad aún caliente, el cineasta asturiano se llevó un chasco con el colombiano.  «No me cayó del todo bien porque al llegar a casa, lo primero que hizo con mucha urgencia fue hablar mal de Buñuel, que le gritaba a su mujer». Anécdotas aparte, Suárez ha lamentado que a los directores de las películas se les atribuyan méritos o frases que corresponden a otros miembros de los equipos como los guionistas, que «quedan al margen después de cobrar», o los montadores. Suárez, escritor interesado en distintas facetas artísticas, se ha mostrado convencido de que el cine tiene la posibilidad de ser «una confluencia de todas las artes», ya que, a su juicio, «todas las películas cuentan una historia literaria, y cuando hay actores parlantes hacen que sea teatral». «Las películas en sí deberían reunir los matices de las pinceladas de las los pintores impresionistas por la libertad que les dan», una opción, sin embargo, difícilmente extrapolable al cine, donde, en opinión del director, «no hemos encontrado el lenguaje universal» frente a la libertad y sensualidad que puede ofrecer un cuadro o la música. De ahí su gusto por la voz en off en el cine, que permite concatenar imágenes, frente a los subtítulos, que impiden la posibilidad de abandonarse en ellas.