-Es peligrosísima. Este «totum revolutum» no hace más que favorecer a la extrema derecha. Es mucho más fácil el uso vago y poco preciso de estos términos que ponerse a entender qué es cada cosa y, sobre todo, que eliminar el uso de etiquetas.
-Está claro que la dictadura del «yo» impera en las relaciones sociales de nuestro tiempo, y usted concluye: «Nada es peor que algo que me afecta a mí. Si me ofende o incomoda a mí, es una traición y, obviamente, merece castigo». ¿Este sería el límite de nuestra empatía? ¿Sentimos empatía sólo hacia lo que nos es cercano y nos resulta conocido?
-La sentimentalidad del yo es algo propio de los niños, que esto mismo se replique en adultos es fatal. Una vez que autojustifican etiquetarte, ya tiene mano libre para hacer lo que quieran. Yo esto lo considero intolerable y trato de hacerle frente.
-¿Está lo sociedad infantilizada y pervertida por el sentimentalismo?
-Sólo hace falta ver First Dates. En las universidades los alumnos son acompañados por sus padres a las revisiones de exámenes, cada vez tiene más peso la valoración del alumno al profesor y como lo más fácil para los profesores es lavarse las manos y decir sí a todo.
-¿Qué opinión le merece el #MeToo?
-Es un movimiento con un objetivo estupendo, pero con unos métodos equivocados. Se han valido del sentimentalismo: señalar culpables rápidos y pedir que les corten la cabeza. Tampoco se pueden comparar a las mujeres hollywoodienses con el resto de las mujeres, no son lo mismo. El #MeToo funciona muy bien como movimiento de comunicación, especialmente en redes, pero dudo de su alcance general.
-Hay una clara tendencia del feminismo, parece que cada vez más mayoritaria, a considerar a la mujer en víctima «per se». ¿Y no es contra esta clase de paternalismos contra los que deberían estar luchando?
-Así es, el feminismo es buscar la igualdad entre hombres y mujeres. Yo lo que critico es el método, no vale cualquier cosa por una buena causa, no se puede victimizar a la mujer permanentemente.
-Se declara un hombre de izquierdas, pero ¿de qué izquierda?
-Esto es muy difícil, y más para mí que siempre he odiado las etiquetas. Yo soy una persona de izquierdas: antirreligioso; antinacionalista; racionalista; defiendo los valores de la Ilustración; defiendo la redistribución de la riqueza; defiendo la justicia social; defiendo, que esto hay partes de la izquierda que no lo hace, la libertad individual para que cada uno, siendo adulto y cumpliendo la ley, pueda hacer lo que quiera. Aborrezco esta izquierda moralista y atacada, a la que llamo la izquierda cumbayá, que aleja a la gente
-Hay una clara tendencia al revisionismo histórico. Está claro que entre la verdad o la leyenda, como en la película de John Ford, la sociedad actual se queda con la segunda. Se tiende a falsear el pasado, a reescribir la historia: modificándola para que cuadre dentro de los planteamientos sociales de hoy en día
-La reescritura de la historia según nuestros valores es algo infantil, es pecar de adanismo y creer que esta sociedad es la que mejores valores ha tenido de la historia. Además usan el borrado del pasado para sentirse mejor; el último ejemplo es el derribo de estatuas de Colón en Colombia, y luego ves a la izquierda cumbayá celebrar esto como un gran hito porque no les importa nada lo que ocurra allí, sólo quieren sentirse bien.
-En su libro escribe: «Las dinámicas de marketing actual afectan a los individuos y sus relaciones: las historias victimizadas sirven de mercancía» ¿El victimismo está de moda y vende?
-No hay nada que venda más que las historias de superación ni nada que venda menos que decir que tu vida es buena. Esto se debe a los mecanismos de internet que privilegian el victimismo, el morbo, y nos han instalado en este discurso.
-Leyendo su libro queda claro que la capacidad crítica está en peligro, pero a la vez es el momento de la historia donde más información tenemos a nuestro alcance. ¿Es la saturación de información un medio de desinformación?
-Sin ninguna duda. También se da otro fenómeno que es el desconocimiento de los expertos, ahora existe el discurso populista continuo y erróneo de que todos sabemos de todo y de que los medios de comunicación no son fiables. Esto está corroyendo y nos vuelve mucho más idiotas.
-Habla del desconocimiento de los expertos. Parece que cada vez es menos necesario el conocimiento, la información, para la crítica, que con la opinión ya es suficiente. ¿Todo el mundo debe poder opinar y son respetables todas las opiniones?
- Por supuesto que no todo el mundo debe opinar de todo ni todas las opiniones son respetables, mi opinión frente a un virus no vale nada frente a la de un virólogo. Esto antes parecía claro, pero cada vez está más viciado. Responder a preguntas complejas con respuestas sencillas es algo que se premia muchísimo en las redes sociales, esto conduce a que la gente cree que sabe y no tenemos ni puta idea.
-Como alerta el profesor De Lora: «Si el signo de los tiempos es esto, vayan ustedes despidiéndose del pensamiento libre, del intercambio reflexivo y de la posibilidad de conocernos mejor, de argumentar mejor y de pensar mejor». ¿Está de acuerdo con él?
-No soy capaz a decir lo mismo que De Lora, no quiero ser tan negativo, pero lo que sé es que debemos empezar a entrenarnos para distinguir el pensamiento crítico y la opinión formada de lo que no lo es. Uno de los objetivos que trasladaría a la sociedad es que sean adultos, con todo lo que esto implica: buscar el conocimiento crítico, entender sus sentimientos y no comportarse como niños, no sucumbir a la dictadura de lo políticamente correcto.
-Esta pregunta que le voy a hacer me la ha hecho llegar el catedrático de Derecho Constitucional Presno Linera: «Para fraseando el inicio de Conversación en La Catedral, ¿cuándo, si es que esto puede precisarse, se jodió la libertad de expresión en España? No digo, claro, que no exista, pero sí que conductas que hace cuarenta años no generaban rechazo social relevante ni apelación al poder sancionador del Estado hoy si lo son y acaban en los tribunales».
-Tiene muchísimo que ver la masificación del uso de las redes sociales y del móvil, hace que llegue información a gente que no debería de llegar, que no es capaz de asumirla y su reacción es profundamente represora, tanto en la izquierda como en la derecha. Como la sociedad está infantilizada, son niños, piden al poder político que les proteja. Ocurre que se ultralegisla y cada vez estamos más cercados. Se vendieron las redes sociales como un lugar para compartir conocimientos y cultura, y al final se han convertido en un órgano represor que hace que la sociedad pida que se le proteja de situaciones que deberían solventar ellos como adultos. Se está generando una dependencia aberrante del Estado, se judicializa la vida cotidiana, los casos que llegan a los juzgados demuestran una sociedad pueril y corrompida. En este momento no me gustaría ser juez, abogado sí porque me forraría.
-¿Peligra la libertad de expresión?
-Sí, está cercada. A su alrededor existe la censura legal; la censura informal, como persecuciones empresariales y la autocensura, que puede ser la más peligrosa.
P-Estamos venciendo a esta pandemia, llegando al final, ¿cree que hemos salido mejores como se decía en un principio?
-Ja, ja, ja.
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