«Annette», musical rimbombante

josé luis losa CANNES / E. LA VOZ

CULTURA

Los actores Adam Driver y Marion Cotillard, en el filme de Léos Carax «Annette».
Los actores Adam Driver y Marion Cotillard, en el filme de Léos Carax «Annette».

El nuevo filme de Léos Carax, excéntrica elección para la inauguración del festival de Cannes

07 jul 2021 . Actualizado a las 08:50 h.

Si uno se lee el muy recomendable libro del director de Cannes, Thierry Frémaux, donde da muchas claves del porqué de la toma de decisiones en un Leviatán como este festival -otras se las calla y no las contaría ni en un interrogatorio de tercer grado-, es obvio que las opciones que se manejan a la hora de seleccionar la película de apertura tienen que ver con que haya en su reparto estrellas de las que agigantan la alfombra roja. Y que no sea una obra de violencia desgarradora.

En estos años, hemos visto inaugurar al Robin Hood de Ridley Scott, al pinturero Baz Luhrmann por dos veces -Moulin Rouge y El gran Gatsby-, a Pixar con Up. Y varias comedias, de Wes Anderson o de Woody Allen, este también en dos ocasiones, antes de la caza de brujas. Y en la última edición, una jacarandosa fiesta de zombis de Jim Jarmusch.

No cabe duda de que -para remarcar cuánto nos queremos después de un año sin Croisette- se imponía algo que llamase al éxtasis envolvente. Pongamos que un gran musical dirigido por un cineasta maldito, Léos Carax, a quien este festival puso de nuevo en la pista de juego resucitándolo con el golpe al corazón que supuso la soberbia Holy Motors. Y con una historia de amor entre estrellas incontestables y con banda sonora de la orquesta más cool que se encuentre en el escaparate: la vitola de la banda de rock estadounidense Sparks.

Todo esto quiere ser Annette. Con su estética rimbombante, sus reflexiones sobre las espinas del amor. Sobre las mieles centrifugadas que preceden al lado oscuro de esa pareja ideal que conforman un cómico de stand-up comedy de afilado humor y una vedete de la ópera y que viven en Los Ángeles, la ciudad de las estrellas. Y no piensen en La La Land: tiene el filme de Chazelle las ideas mucho más claras y juega sus bazas con mucha mayor coherencia que esto. La vibra de Annette suena como eco epatante pero carece de la autenticidad de aquella desgarrada y libérrima oda a la locura como fuente de feroces e incontroladas pasiones que fue Holy Motors. Había ya en ella incrustaciones diamantinas de musical que Kylie Minogue elevaba a algunos de los momentos de cine más bello de este siglo. La joyería que luce Annette -indudablemente cara pero sin brillo creativo profundo- denota que Carax da lo mejor de sí cuando llega de tapado, cuando procede de tan abajo que ya casi se le había dado el matarile artístico.

El guion, con esa recurrencia al nacimiento, a la creación de una nueva vida que casi supera en grandilocuencia al temible Terrence Malick, ofrece momentos tan ridículos como ese cordón umbilical que Adam Driver corta como quien rasga una cinta para inaugurar un pantano. Y aunque lo que sucede después -la niña, sus superpoderes, parémonos ahí- quiere sonar a extravagante, carece de aquellos gramos o kilos de desafuero que latían en las cintas anteriores de Carax, de Los amantes del Pont-Neuf a Mala sangre.

Y luego tenemos que hablar de Adam. Este actor que parece maravillar a casi todo dios, ese Adam Driver en el que tantos valoran esa vena sensible en poéticos excursos de Jarmusch sobre William Carlos Williams o en guerras de sexos tan sobrevaloradas como Marriage Story. Su gestualidad, su dinámica corporal, se me atragantan, se me figuran como un cruce de Jar Jar Binks y del Goofy de Disney. Diré esto y luego le caerá el premio de interpretación. No sé, la deep purple gastada en Annette puede dar para muchos galardones y entusiasmos en el palmarés, ya les aviso.

Yo fui feliz cuando cayó el telón de sus 140 minutos titánicos, precedidos de una alfombra roja previa que tuvimos que sufrir en el pack. No sé qué dirá de ella Frémaux, el jefe de todo esto, en su próximo libro. Puestos a hablar de musicales, fuera complejos, yo me quedo con Explota, explota, el ninguneado homenaje a la ya llorada Raffaella Carrà, acusado de megapijo pero que posee desparpajo y carece de pretensiones cósmicas.

Y un chisme de aeropuerto. En la recogida de equipajes en Niza sorprendió ver a Almodóvar, que este año no es ni jurado ni sueña con la Palma. Parece que será maestro de ceremonias del premio honorífico a Jodie Foster. Y luego iría a Venecia, a ver si caza un león.