Lois Patiño y Matías Piñeiro estrenan su mestiza «Tempestad»

josé luis losa CANNES / E. LA VOZ

CULTURA

Un fotograma de «Sycorax»
Un fotograma de «Sycorax»

La Quincena de Realizadores programa «Sycorax», una fascinante búsqueda de la bruja invisible de la obra de Shakespeare

14 jul 2021 . Actualizado a las 09:47 h.

Entró por la puerta de los elegidos de este certamen que tanto se hace valer Lois Patiño. Lo hace con un cortometraje, Sycorax, que codirige con el colega argentino Matías Piñeiro, de prestigio también aquilatado. Era -o así- lo estimo- cuestión de tiempo que el cine de Patiño fuese apreciado aquí. Llega tras el galardón para Costa da Morte en el Locarno de Carlo Chatrian. Y de la excepcional acogida de Lúa Vermella en aquella Berlinale de que se celebró en el 2020 al filo del abismo pandémico.

El logro de entrar en la Quincena -la película se presentó este martes en el Théatre Croisette- la sustenta la constatación de que Cannes vive por completo de espaldas al cine español. No hay ni un solo largometraje de nuestra industria en competición oficial este año, como en tantos anteriores. Apenas en la Semana de la Crítica, la excepción de Libertad, de Clara Roquet. 

Dos autorías poderosas

Sycorax es obra de fascinante mestizaje. Porque en ella se entrecruzan dos autorías poderosas y, de principio, antagónicas: de un lado la idea del cine de Patiño, cuyo magnetismo nace del protagonismo de la naturaleza, visualizada o transformada hasta la reinvención de una cosmogonía como sucedía en Lúa Vermella. Y del otro el cine de Matías Piñeiro que se asiente sobre el verbo, sobre los juegos de las palabras y la dramaturgia metanarrativa. Unos requiebros tantas veces volcados en su cine en Shakespeare como arsenal. Así en sus más recientes Hermia y Helena e Isabella.

Lo que se produce en Sycorax, que es el nombre de un personaje de La tempestad shakesperiana, bruja madre de todos los vicios, es esa encrucijada de Patiño y Piñeiro en la cual el primero asienta su mirada sobre paisajes de la fronda de un pueblo de las Azores -no se dice cual, probablemente Isla São Miguel- ese verde selvático atlántico, si se permite el oxímoron, donde Patiño converge con la idea de la luz del gran Mauro Herce. Y Piñeiro vierte en la voz de la también argentina Agustina Muñoz las palabras que transportan hacia La Tempestad en un casting para encontrar a la actriz que interprete a Sycorax y que se contextualiza en su juego «meta» y los rostros curtidos de las mujeres de esa isla en las Azores. Pero Sycorax no debería ser nunca visible. Esa bruja no se encarna. Es solo una esencia en la obra de Shakespeare. Y por eso esa docena de rostros de mujer que podrían ser Sycorax conforman un imposible. Una paradoja humorística que sobrevuela el cosmos vegetal que Patiño modela en momentos bellísimos como esa cascada imaginaria que es, quizás, la propia licuefacción de la bruja pecadora de Shakespeare, Piñeiro y Patiño.

Farhadi silencia en la competición el glamur de Wes Anderson

Wes Anderson me interesó como contador de historias vocacionalmente absurdas y marcianas, en Academia Rushmore, Los Tennebaum o Life Aquatic. Esta deriva actual hacia una especie de collages que anuncian finísimo humor me deja como a una estatua de sal. Casi lo temo. En realidad, ahora Anderson queda muy bien en la alfombra roja de los festivales porque convoca repartos de grandes nombres, una compañía ambulante de cómicos fashion fijos -Bill Murray, Tilda Swinton, Edward Norton, Owen Wilson- que va aumentando año a año. Porque todo el mundo quiere a Wes. En La crónica francesa incorpora a Léa Seydoux, maja desnuda para el pincel de Benicio del Toro y actriz factótum de esta edición. Está hasta en cuatro películas. Pero el covid la ha retirado de ese estajanovismo de red carpet que la aguardaba y sufre cuarentena en París. Decía que cómo molan los photocalls de Wes Anderson. Ya luego, una vez en la sala, lo que es ofrecer cine no entra ya en el negocio. Algunos ven delicadísimos estos sketches de montaje virtuoso y humor pálido. Sobre mi sensibilidad de ostra desfilan y resbalan como la nada deconstruida.

Desde que decidió reanudar su carrera en Irán, en una muy sabia decisión, Ashgar Farhadi no puede lucir en el paseíllo del Palais junto a Berenice Bejo o Penélope & Bardem. Lo que si hace es contar una historia -y lo hace con rotundidad- y no estampar viñetas pintureras en la pantalla. En Un Héroe, Farhadi te presenta a un condenado por impago de una deuda que -en una de sus salidas- encuentra un bolso con monedas de oro y lo devuelve a su dueña. Se transforma súbitamente en un ídolo de masas, un Juan Nadie. Porque Irán está también viralizado. En los requiebros de la trama, esas líneas serpenteantes que Farhadi tan bien maneja, hay identificas elementos de la picaresca de los guiones de Azcona, de la commedia a la italiana de Monicelli, Sordi, Manfredi. También recuerdas a los timadores de En bandeja de plata, de Wilder. Es lo que tiene el gran cine. Es universal sin necesidad de lucir en cada estreno un pase de enrollados y rutilantes cómicos de gira a lo Globe-Trotters.