Justin Kurzel y su brutal «Nitram» cierran con estruendo el Cannes de vencedor más incierto

José Luis Losa CANNES / E. LA VOZ

CULTURA

El director Justin Kurzel, el actor Caleb Landry Jones y el productor Nick Batzias, a su llegada a la proyección en Cannes del filme «Nitram».
El director Justin Kurzel, el actor Caleb Landry Jones y el productor Nick Batzias, a su llegada a la proyección en Cannes del filme «Nitram». Johanna Geron | Reuters

El gran Marco Bellocchio recibe la Palma de Oro honorífica y ofrece su retrato de familia en el filme documental «Marx può aspettare»

17 jul 2021 . Actualizado a las 10:07 h.

No recuerdo en la historia de este festival de Cannes una edición tan abierta en cuanto a sus posibles vencedores. En la última década las palmas de oro para Haneke, Malick o Kore-Eda, para películas como La vida de Adèle, Winter Sleep o Parásitos, se presentían en todos los tiques de probabilidades.

Entre las 24 candidatas de este 2021 resultaría osado aventurar si alguna lleva ventaja en la foto-finish. Es cierto que la japonesa Drive My Car, del elegido para la gloria Ryusuke Hamaguchi, sí ha marcado terreno como la película que el consciente colectivo de la Croisette ha interiorizado ya como la destinada a perdurar.

Pero no está claro que se visualice ahora con garantías como favorita de un jurado que resulta también muy poco detectable en sus (des)equilibrios, entre la vertiente política que prima en Spike Lee -presidente del grupo- o en Mati Diop; y el perfil más puramente cinéfilo de la vienesa Jessica Hausner o el brasileño Kleber Mendonça Filho.

En ese limbo de los favoritismos, Asghar Farhadi podría sonar como nombre de consenso conservador. Y la francesa Julia Ducournau y su detonación llamada Titanio sería la resolución revolucionaria, celebrada con bombas de palenque. No descarten una palma desopilante para el ovni de Apichatpong o la niña marioneta de Annette, de Léos Carax.

La competición de último día nos ofreció más cine francés del todo olvidable: la insufrible Francia, donde Bruno Dumont nos castiga con su estomagante sátira de las estrellas del periodismo mediático que se descarga de nuevo sobre los hombros de la omnipresente Léa Seydoux, que juega tanto en casa -está hasta en cinco películas- como Inglaterra lo hizo en Wembley. Y la solvencia seca del Audiard de Les Olympiades.

Pero antes del cierre aún aguardaba el estruendo. El australiano Justin Kurzel regresaba a rodar en su país, donde saltó al ruedo internacional hace una década con la atmósfera asfixiante de su descarnada y soberbia opera prima, Snowtown.

En Nitram se nos muestra una mayúscula eclosión de cine de la crueldad. Retoma Kurzel la visión insólita de una Australia profunda entendida como Estado fallido. Como continente sin ley ni asideros de poder o apoyo gubernamental. No hay salud mental pública que controle ese incendiario recorrido, ese estallido anunciado desde su infancia por un protagonista cuyo desorden cognitivo campa por sus respetos.

Podría hablarse de descenso a los infiernos. Pero es más un recorrido por las llanuras de un continente que es el Salvaje Oeste pero con armas automáticas a granel. La brutalidad naturalista que desempeña el autor de Snowtown es otro hito del cine del malrollismo elevado a arte mayor. Es como un Joker sin glamour ni make-up pero igual de desbocado. Y en ese espejo deformante del hiperrealismo, los padres de la criatura ?un Anthony LaPaglia como reflejado en espejo cóncavo y la excelsa Judy Davis- claman sin poder domeñar ya la destrucción que anuncia su amado monstruo.

Bellocchio, por fin laureado

Es Marco Bellocchio uno de los cineastas vivos de carrera más eminente. Y también un creador en estado de plenitud pasados los ochenta años. Lo sentencian sus recientes Il traditore, Fai Bei Sogni o Sangue del mio sangue.

Pero también persigue a Bellocchio una inconcebible injusticia. No posee ni uno solo de los grandes premios de los festivales clase A. Él, que lleva 60 años filmando la política y la Historia del último siglo italiano, de Mussolini a la guerra fría, de la mafia como sexto poder a las intrigas vaticanas, pasando por los años de plomo o la revolución que quisimos tanto.

Cannes llega a tiempo de honrarse otorgándole su Palma de Oro honorífica. Y Bellocchio presentó un ejercicio de memoria de su familia, Marx può aspettare, en el cual se acerca al suicidio de su hermano gemelo Camillo, en 1965, cuando ambos tenían 26 años. Y en ella Bellocchio evoca a partir de imágenes de su obra y de rememoraciones domésticas ese dolor del fratello que perdió el deseo de vivir cuando -como contraste- las utopías elevaban el espíritu existencial de su generación porque todo parecía posible.