Garci y la nostalgia de lo no vivido

Carlos Portolés
Carlos Portolés REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

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Breve anatomía de una de las escenas más icónicas de la trilogía «El crack», en la que los fallecidos Alfredo Landa y Manuel Lorenzo conversan sobre lo que podría haber sido

08 sep 2021 . Actualizado a las 09:46 h.

Un cubilete lleno de fotografías en blanco y negro, un espejo y una silla. En este pequeño y excéntrico espacio le rasuraba el vello facial Rocky, el barbero, a Germán Areta, el detective. Escena icónica que se repite en todas las piezas de la trilogía de El crack. Encarna a la perfección la vocación artística de la obra de José Luis Garci. Dos amigos, uno de poco hablar y otro que no se calla ni para tomar aire. Una conversación eternamente repetida. Alfredo Landa con el mentón todo espumado mientras Manuel Lorenzo, vestido de blanco rapabarbas, afila su navaja. El uno escucha con cara de ternura, infiltrada de una gotita de lástima. El otro saca pecho mientras narra hasta el más nimio detalle de un combate al que, seguramente, nunca asistió. Aquel entre Rocky Marciano y Jersey Joe Walcott. La emoción del relator va en aumento, y se permite entregarse a la floritura lírica. «Walcott era un gigante de brea, una roca, una máquina de picar carne», dice el barbero. «Déjate de literatura», dice el detective. 

Garci lo llamaba «nostalgia de lo no vivido». Un señor de aquí y de ahora que quisiera ser de allí y de entonces. En su cabeza se dibuja cada detalle de lo que, piensa él, debió ser aquella noche histórica en la catedral del boxeo. «Claro que el Madison Escuare Garden de hoy, ya no es el de antes», dice con pena sincera. Los ojillos vidriosos de Landa siguen clavados en él. El atisbo de una media sonrisa ahogada se intuye en su rostro. Hay en este momento cotidiano un aura fuerte de tierna camaradería. El amigo que, durante un rato, te deja ser lo que te gustaría haber sido. También hay un reflejo melancólico. «Vaya una vida nos ha tocado», parecen decirse entre líneas. Sin embargo, el discurso exaltado del fígaro no se planta (del todo) como una mentira. Es, más bien, una verdad distinta. Su cuerpo era de Madrid, pero su alma se paseaba por los adoquines del puente de Brooklyn. Y eso no se puede fingir. Garci, en apenas 3 minutos, disertando hasta la excelencia sobre la pena del cuándo y el dónde. Manuel Lorenzo ya se ha ido, y Alfredo Landa también. Pero el Madison Square Garden sigue estando frente a la Penn Station.