Las purgas del estalinismo, al final de la escapada de la aterradora película «Capitán Volkonogov»

José Luis Losa VENECIA / E. LA VOZ

CULTURA

Los actores rusos Yuriy Borisov, Anastasiya Ukolova y Timofey Tribuntsev y los realizadores Natasha Merkulova y Aleksey Chupov, a su llegada para el estreno de Capitán Volkonogov».
Los actores rusos Yuriy Borisov, Anastasiya Ukolova y Timofey Tribuntsev y los realizadores Natasha Merkulova y Aleksey Chupov, a su llegada para el estreno de Capitán Volkonogov». Ettore Ferrari | Efe

«Halloween Kills» reinventa la saga en Venecia como metáfora de la monstruosa Norteamérica trumpiana cuyas huestes invadieron el Congreso en enero

09 sep 2021 . Actualizado a las 08:54 h.

Pocas veces he visto en una pantalla bien tratadas las atrocidades cometidas con Stalin en el poder. Suelen ser ejercicios torpes y groseros, carentes de fuerza y veracidad. Y hasta ahora nunca realizados desde dentro de la propia Rusia, a la sazón Unión Soviética. El pasado año, un proyecto mayúsculo compuesto por una docena de largometrajes y titulado genéricamente DAU, obra genial y casi inabarcable del ruso Ilya Khrzhanovskiy, abrió en canal las venas de ese tiempo de inhumanidad sin fondo. Y en esta Mostra muy política asisto a un nuevo viaje a las simas de aquel tiempo. Capitán Volkonogov, firmada por los implacables y lúcidos realizadores Natasha Merkulova y Aleksei Chupov, arranca en el edificio donde la policía política -el NKVD- de Leningrado practica las purgas del año 38.

De pronto, un eslabón de su cadena de torturas y eliminaciones se desliga del engranaje. Un capitán huye por las calles de la ciudad de los puentes. Lleva una lista con los nombres de una larga orla de desaparecidos y su intención es denunciar su ejecución ante la familia de cada uno de ellos. La caza de ese hombre está planteada como un thriller percutante. Pero -por encima de ese género- lo que prima en el filme son los cuadros del pánico que van apuntalando en la pantalla los recuerdos de ese disidente, los detalles de cada eliminación, la minucia de la impiedad. Y las reacciones de los próximos a los torturados.

Fotograma del filme «Capitán Volkonogov», dirigido por Natasha Merkulova y Aleksey Chupov.
Fotograma del filme «Capitán Volkonogov», dirigido por Natasha Merkulova y Aleksey Chupov.

La paranoia colectiva, la locura, la delación del más querido. El Gran Terror. Nunca olvidaré la frase que escucho en el filme a un niño, hijo de una víctima del estalinismo, ante el anuncio de que su progenitor se doblegó ante la tortura. «Mi padre combatió en la Guerra Civil española. Allí lo torturaron los fascistas. Pero no lograron que hablara. ¿Acaso los nuestros torturan mejor?». No sé si hay condensación más dramática ni seca en toda la abundante literatura sobre el Gulag.

Capitán Volkogonov es también el drama de una expiación casi mística. El torturador la busca en su reparador viaje. Lava el cuerpo esquelético de una anciana encerrada durante meses en un búnker. Es una purificación de simbología probablemente cristiana. Unos ángeles de piedra en una torre de Leningrado contemplan el Gólgota de este verdugo extenuado. Su periplo te aterra. Deja la señal de un cine indeleble y desolador, que hiere y purifica.

La Roma de un Mussolini a punto de caer

La italiana Freaks Out, de Gabriele Mainetti, arranca en otra ciudad del dolor: la Roma de un Mussolini a punto de caer. Las bombas despanzurran a los civiles. Dejan en llamas un circo en donde trabajan y se refugian cuatro criaturas de feria, obligadas a vagar entre nazis y metralla. Lo que propone Mainetti es una subversión radical de esa quincalla pesadísima que ensucia y engulle la programación de las salas comerciales: el anti-cine de superhéroes norteamericano.

La pandilla basura de Freaks Out se despliega como una enmienda a la totalidad. La antítesis bizarra -sin temor a las incorrecciones- de esa aluminosis de Marvel y Cía. Podríamos decir de esta película que tiene vocación trash. Pero lo que destila la lucha contra los nazis de estos partisanos con poderes sobrenaturales son minerales preciosos en cada uno de sus golpes de guion, en el estado de gracia en que Mainetti chapotea en lo que es relectura mejorada de La forma del agua de Guillermo del Toro, desatada de corsés, rendida al humor crudo y genial. A la barbarie.

Es la pieza circense que las contrastadas carencias de talento de un Álex de la Iglesia nunca le permitirán parir. Aunque él vendería su alma por poder entregar algo tan cimarrón, loco, anarquista y hermoso como el show de varias pistas de estos amadísimos monstruos, muy gloriosos bastardos.

El monstruo ya no es Michael Myers

Si exceptuamos a los monstruos clásicos de la Universal, los avatares de Halloween y la máscara de Michael Myers son la franquicia más longeva del terror fílmico. Nacida en 1978, lleva más de cuarenta años en el machito. Solo Fidel Castro vio caer a más inquilinos de la Casa Blanca. Es anterior a Isabel Pantoja y a Joaquín.

El último intento, bastante ambicioso, de reflotar la fórmula -hace un par de años- tenía que tirar ya de los nietos de Jamie Lee Curtis, que cuando todo empezó era una baby-sitter con acné. Y fue un moderado fracaso. Por eso es muy estimulante ver cómo el mismo David Gordon Greene del filme anterior es capaz en Halloween Kills de reinventar un callejón sin más salidas.

Lo que propone aquí es una desviación abiertamente metacinematográfica. Deja a un lado la tentativa de continuar con la estructura tradicional del slasher, cuando las puñaladas de Michael Myers son ya más inofensivas que los besos de Doris Day. Y tira de la recuperación de uno de esos actores del quién-sabe-dónde: Anthony Michael Hall, olvidado desde la era de la comedia a lo John Hughes, quien resurge -en el rol del que fuera niño del primer Haloween- como un vengador populista que alienta a las masas a que tomen por las armas el hospital donde curan de las puñaladas de la entrega anterior a Jamie Lee Curtis (su figura totémica es ya casi lo que a Saura la Rafaela Aparicio de Mamá cumple cien años).

Jamie Lee Curtis, de nuevo en la saga Halloween, agradeciendo su León de Oro honorífico.
Jamie Lee Curtis, de nuevo en la saga Halloween, agradeciendo su León de Oro honorífico. Yara Nardi | Reuters

Parece inocultable que esa irrupción de los pobladores de Haddonfield en una institución estatal es una representación sublimada de la ocupación del Congreso por los seguidores de Trump en enero. Y que aunque el lema que gritan es «Matemos de una vez a Michael Myers» lo que escuchamos nosotros es «Make America Great Again».

Es tan así que la maldad cambia de bando. Que el encapuchado de Halloween que tantas noches de sobresaltos dio acaba por resultar aquí un casi domesticable King-Kong. Y el infierno son los otros. La voz de Jamie Lee Curtis, la jefa de la tribu en todo esto, advierte en una coda directamente política: «No podemos seguir divididos frente a la oscuridad». Pues eso, que La noche de Halloween ha cambiado de villano. Aunque este siga siendo como un crío.