«La abuela», terror narcisista de la mano de Paco Plaza y Carlos Vermut

José Luis Losa SAN SEBASTIÁN / E. LA VOZ

CULTURA

Las actrices Almudena Amor y Vera Valdez, en San Sebastián, para la presentación de «La abuela». Valdez, supermodelo de Coco Chanel en su juventud, renace ahora de la mano de Paco Plaza y Carlos Vermut.
Las actrices Almudena Amor y Vera Valdez, en San Sebastián, para la presentación de «La abuela». Valdez, supermodelo de Coco Chanel en su juventud, renace ahora de la mano de Paco Plaza y Carlos Vermut. Juan Herrero | Efe

Una resurrecta Jessica Chastain ilumina en San Sebastián el ascenso y la caída del imperio tele-evangelista en «Los ojos de Tammy Faye»

24 sep 2021 . Actualizado a las 08:58 h.

En una edición tan marcada por el desembarco del star-system del cine español, que la traca final la ponga un filme como La abuela parece poseer una lógica aplastante. Se trata de algo así como una reunión del dream-team del cine gótico o de terror nacional, con la firma del autor de la saga Rec -Placo Plaza- detrás de la cámara y la presencia de nuestro golden boy Carlos Vermut en el guion.

El tándem semeja a priori extraño. Sobre todo por lo que respecta a Vermut y a su universo personalísimo, refrendado hacia la cumbre en solo tres títulos, Diamond Flash, Magical Girl y Quién te cantará. De hecho, la primera secuencia de La abuela -de una brillantez bizarra extrema y apabullante- lleva marcado a fuego el sello Vermut en ese ritual de sangre y sexo con anciana adoratriz y pubis angelical, y en su fundido con la pasarela parisina donde danza su opuesto: la juventud y hasta el lolitismo.

Paco Plaza y Carlos Vermut, bromeando en el paseo de la Concha.
Paco Plaza y Carlos Vermut, bromeando en el paseo de la Concha. Juan Herrero | Efe

A partir de ahí, da la sensación de que Vermut -sentado su mando en plaza- deja los bártulos al director valenciano. Y este lleva La abuela a su territorio, mucho más convencional: el del cine de sustos, de historias para no dormir, de la señora muy mayor que sale del coma pero va mostrando que desde su silla puede mover el mundo.

Me interesa menos esa instalación de Paco Plaza en el cine de género solvente pero convencional. Por fortuna, el toque Vermut vuelve a manifestarse. Y no solo en el muy narcisista guiño del anuncio de prendas íntimas Magical Girl que anuncia la modelo internacional, nieta de la moribunda que protagonizó oscuros aquelarres.

En esos flash-backs lésbicos -e incluso lesbófobos y edadistas- se reconoce el goticismo de Vermut. Y también cuando el guion casa de manera certera aquel arranque onírico y poderoso de la película con un cierre que remite a la vampirización de los cuerpos jóvenes. Como una venganza de esa utilización de la carne mustia, redimida en la última curva de La abuela, que sería una película de terror eficiente más de no ser por esas incrustaciones de jogo bonito y turbio de un Vermut que gusta y se gusta.

Hollywood a concurso

La única película de Hollywood en concurso, Los ojos de Tammy Faye, narra el éxito y el ocaso del matrimonio tele-evangelista de Jim Bakker y Tammy Faye, quienes llevaron al extremo la idea de espectáculo de la religión evangélica en USA y acabaron enlodados por deudas y corrupción megalómana.

Chastain, a su llegada al festival donostiarra.
Chastain, a su llegada al festival donostiarra. Juan Herrero | Efe

El germen del evangelismo como gran show -que hoy domina y ejerce siniestro poder político en medio planeta- está en toda su esencia visionaria en El fuego y la palabra, la obra maestra de Richard Brooks que adaptaba a Sinclair Lewis. Sí, aquellas carpas de feria donde Burt Lancaster se lanzaba en plancha son como el circo de los leones de lo que décadas después fue la colonización televisiva; primero del adusto Pat Buchanan, y luego de sus grandilocuentes sucedáneos como los que protagonizan este filme dirigido por el muy limitado Michael Showalter.

Los ojos de Tammy Faye quiere parecerse a aquellas últimas magníficas películas de Milos Forman donde el entertainment era metáfora del ascenso y la caída de imperios barrocos aniquilados cuando confrontaban con el poder real. Pienso en El caso Larry Flynt o en Man in the Moon. Aquí tenemos, sí, al temible Jerry Falwell, líder de la Coalición de la Mayoría Moral y básico en el triunfo de Reagan y su revolución conservadora, encarnado por Vincent D’Onofrio.

Pero Los ojos de Tammy Faye solo araña de modo epidérmico esa naturaleza de las oscuras manos que mueven los hilos de la fe como resorte de asalto a una sociedad laica. No posee empaque su director para ir mucho más allá de ese esbozo. Y se conforma con quedarse en el espacio del drama conyugal entre el inescrupoloso Jim Bakker y la histriónica pero más humana Tammy Faye. Y en cómo la homosexualidad del primero marcó ese buen negocio del matrimonio.

Todo resultaría correcto pero de no gran relevancia en este filme de no ser por la presencia en él de Jessica Chastain. Su regreso al primer plano, tras cuatro años difuminada, es noticia de un alcance del que aquí ya da muestras. En él, Chastain es capaz de encarnar a esta especie de Carmen Sevilla del country y la Norteamérica Profunda y de convertir la histeria de su personaje de marioneta evangélica en dramatismo noble que se apodera de la función, invisibiliza a su cónyuge de espectáculo, Andrew Garfield. Y eleva esta película a horizontes a los que no parecía divinamente predestinada.