Picasso y el Louvre, una intensa historia de amor y desamor

asunción serena PARÍS / E. LA VOZ

CULTURA

Detalle de la versión de «El rapto de las Sabinas», de Picasso, que toma como referencia el cuadro de Poussin.
Detalle de la versión de «El rapto de las Sabinas», de Picasso, que toma como referencia el cuadro de Poussin. © sucession picassomnam-CCIchristian bahierphilippe migeat

La sede del museo en Lens dedica una muestra al artista y sus inspiraciones

10 oct 2021 . Actualizado a las 09:50 h.

La obra de Picasso es declinada hasta el infinito año tras año, exposición tras exposición. Pero nadie hasta ahora había osado contar la historia de la intensa relación entre el artista y el museo del Louvre a lo largo de un siglo. El reto era considerable, el resultado, un éxito. «Se trataba de descubrir una historia del arte capaz de jugar con Picasso, siguiendo la huella de sus inspiraciones», comenta Marie Lavandier, directora del Louvre-Lens, que acoge la exposición Les Louvres de Picasso. El artista malagueño y la pinacoteca parisina se amaron, se influenciaron, se enfadaron y se reencontraron.

Todo comenzó en 1900, fecha del primer viaje de Picasso a París. Seguirían otros, hasta abril de 1904, fecha en la que se instala definitivamente en la capital francesa, y en cada uno de ellos no faltaba una visita al Louvre. Descubrió las colecciones de Antigüedades egipcias, Antigüedades griegas y romanas, y Antigüedades orientales, que estuvieron a punto de costarle un disgusto. El antiguo secretario del poeta Guillaume Apollinaire, Géry Piéret, robó dos estatuillas ibéricas del Louvre en 1907 y las vendió a Picasso. Cuando tres años después robaron la Gioconda y Piéret comenzó a presumir de que era él quien lo había hecho, Apollinaire y Picasso entraron en pánico y depositaron las estatuillas en la sede del Paris-Journal. Todo quedó en un susto.

Las estatuillas están presentes en la exposición, igual que el primer cuadro del pintor malagueño que atravesó los muros del Louvre, aunque solo fuera por unos momentos. Fue en 1933, las adquisiciones que hacía el Estado francés eran examinadas en la Sala del Consejo de Museos Nacionales, y allí fue presentado el retrato del crítico de arte Gustave Coquiot (1901), primer cuadro adquirido para las colecciones públicas francesas. 

Llegan los nazis

Cuando llegó la Segunda Guerra Mundial, el museo puso al abrigo los Picassos que encontraban en manos de algunos coleccionistas como Paul Jamot, antiguo jefe del departamento de Pinturas del Louvre, que poseía dos dibujos. Durante la ocupación, los nazis utilizaron varias salas del museo para almacenar los bienes expoliados a coleccionistas y marchantes judíos, y proceder a su inventariado, gracias al cual sabemos que por allí pasaron decenas de obras de Picasso, como el Busto de Mujer (1906-1907). «No hemos querido dar una imagen ideal del Louvre», explica Dimitri Salmon, comisario de la exposición, «hoy vemos a Picasso como uno de los más grandes artistas del siglo XX, pero en el museo hubo excelentes historiadores del arte que pasaron de largo frente a él», y al mismo tiempo, «también Picasso tenía personas que no le caían bien y se lo hacía saber».

Georges Salles, director de los Museos de Francia de 1945 a 1957 es uno de los que mejor se llevó con Picasso. En 1952 este le propuso realizar su retrato, esperando que la obra fuera colgada en el Louvre, en la antecámara de la Dirección. Pero el proyecto no pasó de los dibujos preparatorios porque Picasso se enteró de que habían ofrecido a Georges Braque pintar un techo del Louvre y a él no, y dejó de tener tiempo y ganas para finalizar el retrato. Para entonces, ya había logrado inscribir su nombre con letras de oro en la Rotonda de Apolón del museo, gracias al donativo de diez cuadros que había hecho al Museo Nacional de Arte Moderno.

En 1955, la prensa titula El Louvre abre las puertas a Picasso y la opinión se escandaliza. En realidad era en el Museo de Artes Decorativas, instalado en el ala noroeste del palacio del Louvre, donde tenía lugar la exposición. Pero en 1971, esta vez sí, llegó el momento de la consagración. Con ocasión de su 90 cumpleaños, el Louvre colgó ocho de sus obras junto a las de los grandes maestros, y fue todo un éxito.

Una vasija antiga de Creta, con «Femme a la mantille», de Picasso.
Una vasija antiga de Creta, con «Femme a la mantille», de Picasso. © rMN-Grand Palais (Museo del Louvre)mathieu rabeau | sucession picassomuseo picasso de parísbéatrice hatala

Dos recorridos para adentrarse en el encuentro del creador con las colecciones del museo

La exposición Les Louvres de Picasso, que abre el 13 de octubre en el Louvre-Lens propone dos recorridos, abiertos el uno al otro. El primero cuenta la sucesión de encuentros e historias compartidas, desde la primera visita del artista al Louvre en 1900 hasta el siglo XXI, mientras que el segundo recrea los departamentos del Louvre poniendo hombro con hombro las colecciones del museo y las obras del artista para descubrir la fructuosa relación entre ambos.

La exposición se completa con el trabajo minucioso realizado en el seno de los archivos del museo y del artista, que pone de relieve la densidad de esa relación. «Raro es el archivo del museo que no contiene una referencia a Picasso», comenta Dimitri Salmon. Para escenificar la presencia de esos dos «monstruos» del arte, dos retratos acogen al visitante: el de Picasso con 19 años, representado por su amigo Ramón Casas durante su primera visita a París en 1900, y una fotografía aérea del Louvre visto desde el cielo y tomada unos años más tarde. Estas imágenes dan paso a la reconstitución de las salas del museo que evocan el peregrinaje de Picasso entre las obras del Louvre, y que son evocadas por el artista años más tarde para recrearlas.

Junto a la Cabeza de Toro en cobre del período protodinástico de Mesopotamia (2600 a.de C.), descubrimos la Cabeza de Toro realizada por Picasso a partir del sillón de una bicicleta y su manillar. Al equilibrio gracioso en arabesco de una Bailarina de Edgar Degas (que antes estaba en el Louvre), Picasso responde con un Futbolista igual de ligero manteniendo un equilibrio similar.

En uno de los cuadernos que utilizó entre 1907 y 1908, y que fue encontrado tras su muerte, Picasso se representa de frente, con trazos firmes y gruesos de carbón, que hacen pensar en las pinturas funerarias egipcio-romanas, como el Ammonios encontrado en Antinoe (Egipto) en 1904 y expuesto en el Louvre cuando se dibujó.

Una estela funeraria griega y un detalle de «Trois femmes a la fontaine».
Una estela funeraria griega y un detalle de «Trois femmes a la fontaine». © rMN-Grand Palais (Museo del Louvre)h. lewandowski | sucession picassomuseo picasso de parísadrien didierjean

Cuando Picasso realizó un conjunto de estudios en 1921 bajo el tema de «tres mujeres en la fuente» se encontraba trabajando en Fontainebleau, pero su memoria extraordinaria le permitía recrear las estelas funerarias de Baco, Sócrates y Aristonice del departamento de Antigüedades griegas, etruscas y romanas del Louvre.

Estas y tantas otras son «como una especie de juego de pistas sobre el lugar del crimen», afirma la directora del museo, Marie Lavandier.