Javi Camino se distancia del más previsible agro-terror galaico con «Jacinto»

josé luis losa SITGES / E. LA VOZ

CULTURA

El director compostelano propone en su filme una historia de «amado monstruo» en un pueblo de montaña de Lugo

15 oct 2021 . Actualizado a las 09:30 h.

Javi Camino es rara avis en nuestro panorama creativo cinematográfico. Pienso que es por vocación, por naturaleza. Por tener fe en un género como el del fantastique, una hoja de ruta emocional no es el mejor camino para recibir parabienes en el establishment cinematográfico.

Como desde que comenzó su carrera con la nihilista Malditos bastardos han transcurrido ya doce años, el director compostelano presenta ahora en Sitges Jacinto con un cierto poso y una distancia que hace su filme singular y muy diferente a lo imaginable. Ya hay en Camino un aviso reciente de madurez y de talento, un jalón insoslayable en la obra documental Nación de Muchachos, en la que reconstruye el ascenso y caída del imperio del Padre Silva. En ella, sin renuncia alguna al rigor, Benposta acaba por poseer reflejos de la Guyana del reverendo Jim Jones y el culto al padre Silva por momentos parece remitir a la Hammer y al Drácula de Christopher Lee. Toda esa fascinante ideación metacinematográfica -y un excurso político impagable por la Galicia de comienzos del siglo XXI- están ahí, en stand by para ser reconocidos en su valía inmensa.

Por todo ello no te pilla por sorpresa que en Jacinto, el director compostelano aparte de sí el cáliz más acomodaticio del gore agrorural al que muchos creían verlo abocado. Su película, mucho más medida, es un retrato de amado monstruo en cuyas entrañas late el corazón de un ser incomprendido. Como en las criaturas ya de leyenda creadas por la Universal en su edad de oro de hace casi un siglo, el freak de Camino vive y respira constreñido en la contradicción de un cuerpo y una mente que no se reconocen. Y en un statu quo familiar, un minifundismo en donde el elemento disruptivo son una pareja de músicas metaleras precipitan el día de la bestia y, antes, la matanza de San Martiño. Pero el cénit o gran guiñol de sangre llega a Jacinto cuando Javi Camino ya ha reivindicado el territorio natural de alguien que no quiso ser figura de feria de freaks -el John Merry de Lynch- y mucho menos el Leather Face de un lucense Tobe Hopper. Con sus limitaciones de presupuesto -y los corsés narrativos que estas imponen necesariamente- y con las ideas sobre el papel que en Jacinto salen menos bien en la pantalla y las que perduran como hallazgos, que son mayoritarias, la obra de Javi Camino es una notable elegía por un muchacho que ya no es tal. Y que no posee redentor ni otra bemposta que su particular revenge con personalísima estética de Seat 127 para el desguace.

«Silent Night», de Camille Griffin, un fogonazo en la seción oficial del certamen

En la sección oficial surgió casi de la nada el fogonazo antes de la extinción total de la formidable Silent Night, de Camille Griffin. Si en el 2011 confluyeron -por un mágico azar- tres obras maestras como Melancholia, The Turin Horse y 3:44 Last Day on Earth, que contaban el último día de la humanidad cada una con su plegaria, en este 2021 Griffin se saca de la manga -en su ópera prima- una postrera noche de británico adiós a todo eso. Una celebración navideña por la que interactúan Keira Knightley, Lily-Rose Depp o Matthew Goode y en la cual como en La hora final de Stanley Kramer se aguarda la llegada de la nube que todo lo devora pero antes se baila, se ama, se ríe, se debate sobre el progresismo o la injusticia que el mundo reparte. Qué colosal apagón. Qué fin de fiesta preñado de humor, inteligencia, sutileza y touchés de guion antes de que el telón del mundo baje para no volver jamás.