«Lamb», otra maternidad subversiva triunfa en Sitges

José Luis Losa SITGES / E. LA VOZ

CULTURA

Valdimar Johansson y Noomi Rapace, durante su paso por el festival de Sitges.
Valdimar Johansson y Noomi Rapace, durante su paso por el festival de Sitges. Susanna Sáez | Efe

Justin Kertzel, mejor director por Nitram y Bertrand Mandico, Premio del Jurado

17 oct 2021 . Actualizado a las 09:00 h.

Lamb -el filme del islandés Valdimar Jóhansson que propone a Noomi Rapace como madre putativa de un niño híbrido, mitad humano, mitad oveja- corrobora con su victoria en este 54.º Festival de Sitges que este es año de triunfo de maternidades subversivas en el arco de los sucesivos festivales internacionales. Existe una singular coherencia en esta decisión de situar a Lamb en lo más alto del palmarés, como maternidad fantastique, después del bizarro parto con aceite de motor y toque Cronenberg en la Palma de Oro de Titane o del embarazo interrumpido en la cien por cien realista -y crudelísima- El acontecimiento, que ganó en Venecia. El premio de interpretación añadido en el filme islandés para la sueca Noomi Rapace subraya esta línea de continuidad de madres paralelas con galardón, al que hay que añadir la Copa Volpi de Penélope Cruz en el Lido.

Un jurado a priori bajo sospecha -Alaska o Joaquín Reyes se han reivindicado aquí, con un golpe de lucidez encima de la mesa, como gente de respeto cinéfilo- acierta también de pleno con una decisión tan valiente como es la de otorgar su medalla de plata, el Premio Especial del Jurado, a Bertrand Mandico y su mesmerizante After Blue, su wéstern cósmico con todas las licencias para provocar, realizado desde el innegociable territorio de la transgresión queer. Hasta el punto de que, en su radicalidad, encarna la obra de Mandico lo que convendríamos en definir como propuesta anti-Sitges, al menos de su aplastante corriente mainstream que abarrota las salas los puentes y festivos y casi las desertiza las jornadas laborables. No es accidental el fenómeno del público que huía desbocado de su butaca y renegaba de ella en el pase oficial de la seminal After Blue.

No contento con decisiones tan sabias, este jurado sin mácula chanante o pegamoide alguna se marcó otra jugada de estirpe intelectual bien enlazada al destacar de manera nítida una tercera película, la demoledora Nitram, del neozelandés Justin Kurtzel, quien te somete a una durísima inmersión en el caos mental que llevó a un hombre de 28 años a detonar sus angustias e insuficiencias en la conocida masacre de Port Arthur, en Tasmania. Ya era conocida la capacidad de Justin Kurtzel para explorar la violencia con un naturalismo que no entiende contenciones o sensibilidades en su ópera prima, Snowtown. Y ahora, tras varias películas desilusionantes, retorna a su ausencia de temor a explorar el lado salvaje de la mente. El premio a su director se ve reforzado con el de mejor actor a Caleb Landry Jones, que ya ganó igualmente en Cannes por su formidable composición de un homicida a su pesar.

Interpretación y guion

Los premios de interpretación ex aequo para los protagonistas de la austríaca Luzifer, el ubicuo y siempre sensacional Franz Rowoski y Susanne Jensen -otra pareja de madre y de hijo zumbado y decidido a provocar otro apocalipsis, con relación tan dislocada como la de Nitram- son inatacables pese a que la película no alcance en este caso sus últimas metas autodestructivas. Y en el nada anecdótico detalle de reconocer el guion de la británica Camille Griffin por su crónica del último día de la humanidad de esa genialidad titulada Silent Night se salva la papeleta al recogerse, al menos, una de las sutiles grandezas de la que es la película revelación de una edición de Sitges cuyo palmarés virtuoso subraya los momentos más felices y hace brillar a la veta entre la ganga.

También contribuyen a este esplendor del palmarés las decisiones del Jurado de la Crítica, que de nuevo premio al After Blue de Mandico y a la virtuosa animación stop-motion de Mad God. Y que coincidió de nuevo con el jurado oficial al otorgar el premio como director revelación a Valdimar Jóhansson por el niño-cabra -ni ápice de broma, aunque suene a ello la propuesta- de Lamb.

EL premio Mèliés de Oro a la mejor película europea para Censor, de Prano Bailey-Bond, resalta los apuntes de cine de buen esbozo político sobre la libertad de expresión y las amenazas de regresión -aquí sugeridas por la irrupción del thatcherismo en el Reino Unido de finales de los 70- que lleva dentro su argumento sobre el cine snuff y sus derivaciones. Y Tres, del catalán Juanjo Giménez, ve recompensada su magnífica idea de guion de dejar que el sonido sea el elemento disruptivo central de una trama con el Mèliés de Plata.