Respuestas desde Oviedo contra el sufrimiento humano

CULTURA

Karikó llora emocionada al llegar a Asturias a recibir el galadrón
Karikó llora emocionada al llegar a Asturias a recibir el galadrón ELOY ALONSO

19 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Vuelven los premios Princesa de Asturias, y con ellos un torrente de talento individual y colectivo que representan los ideales del humanismo en contraste con una humanidad que en muchas ocasiones se olvida de ser humana. Tras el interminable hiato de la crisis sanitaria, los premios regresan con esperanza a Asturias; al fin y al cabo el Principado ha sido  la primera comunidad en retornar a la ansiada nueva normalidad, ese eufemismo con toque orwelliano. Si el año pasado los galardones enfocaron hacia los trabajadores sanitarios que lucharon (y entregaron su vida) en primera línea contra la pandemia, (una valentía sin marcha atrás que nunca debemos soslayar) en esta ocasión se recompensa el trabajo, el tesón, el conocimiento de varios equipos de científicos. Ciencia en mayúsculas, innovación aplicada, con un impacto directo en nuestras vidas. La ciencia que a veces se manifiesta como un leve aleteo de mariposa que cambia el mundo lentamente y que en otras ocasiones (como esta) es un vozarrón que se escucha por doquier, un trueno seco.

El trabajo frenético y a contrarreloj de Katalin Karikó, Drew Weissman, Philip Felgner, Ugur Sahin, Özlem Türeci, Derrick Rossi y Sarah Gilbert que se centró en la proteína S, presente en la superficie del virus y pieza clave dovela del Covid-19, ha hecho historia en la ciencia. Ideando vacunas de ARN mensajero que abren puertas para nuevas modalidades médicas o trabajando con adenovirus, todos ellos han dado muestras de cómo el ingenio humano basado en la transmisión de conocimiento y el método científico alumbra razón y progreso. A ello ha ayudado también la ingente provisión de fondos millonarios de los laboratorios farmacéuticos, que han activado los resortes de la ciencia. La reflexión es aquí inevitable: cuáles deben ser las prioridades de la humanidad y por qué no dedicamos nuestro afán a atajar el sufrimiento humano.

Ese ha sido también un objetivo de José Andrés, un cocinero nacido en Mieres que ha dado un vuelco al concepto de chef. Lo ha hecho a través de una ONG, World Central Kitchen. José Andrés conoce el oropel de la alta cocina como empresario de éxito pero en 2010 decidió dar un giro copernicano a su vida. Sus meditaciones sobre la comida como motor del mundo, necesaria para la existencia y para la dignidad humana no quedaron huérfanas: pasaron a la acción. 50 millones de comidas frescas, miles de restaurantes colaborando en un proyecto humanitario singular que insufla no solo alimento, sino también esperanza. No estás solo, dice José Andrés.  La malnutrición, ese drama endémico, forma parte de la deshumanización del planeta y es un ejemplo de la desigualdad que muchos gobiernos no quieren atajar. Como tampoco la brecha machista que Camfed intenta sellar: invertir en la educación de las niñas en países africanos, intentar la inclusión social, perseguir su desarrollo posterior con ayudas económicas, superar las dificultades, salir de la pobreza.

Esa es precisamente la especialidad de Amartya Sen, un gran economista centrado en las hambrunas. ¿Por qué hay hambre en el mundo?, se pregunta Sen. ¿Acaso no hay alimentos suficientes? Claro que los hay: el hambre es consecuencia, nos dice, de las desigualdades en los mecanismos de distribución. Pero no abandonemos la desigualdad: la que Gloria Steinem, toda una «rock star» del feminismo ha ido denunciando desde los años 60, con una voz esencial en los derechos de la mujer. Una figura icónica (Nueva York celebra el 31 de marzo el Día de Gloria Steinem), una periodista que trascendió la profesión en su lucha activista por la legalización del aborto y la igualdad salarial entre hombre y mujer o la mutilación genital.  La rebelión contra lo establecido.

Otra mujer, Teresa Perales, también ha tenido que luchar desde que una neuropatía la hiciese perder la movilidad de las piernas. Arrancó ahí una carrera deportiva única: la paralímpica con más medallas, la imagen de una nadadora con una permanente sonrisa que ha engrandecido con su compromiso social.

Y para acabar dos artistas únicos. Todos los lectores asturianos de Emmanuel Carrère confían  en que la experiencia en Oviedo sea relatada como autoficción en alguna futura novela, con su  sinceridad a flor de piel, incluido un paseo catedralicio por el centro de la capital desmenuzado descarnadamente con su estilo certero, armonioso. Si «Limonov» es una de las grandes obras maestras escritas en lo que va de siglo, «Una novela rusa» o «El reino» son insólitas, obras únicas fruto de la gran literatura francesa que siempre es universal. De Marina Abramovic está casi todo escrito: la madrina de las performances se merecía pasear muda por la alfombra azul del Campoamor para luego permanecer hierática sentada durante siete horas con un vestido negro. La corrección política lo impedirá; sería una obra a la altura de Abramovic, una renovadora del arte corporal y un elemento fundamental en las vanguardias de los últimos 50 años. En su obra está presente siempre el dolor, el sufrimiento humano y esa deshumanización a la que nunca nos tenemos que acostumbrar. Celebremos en Oviedo la fiesta del humanismo