Rafaela Lahore: «Mi madre me pidió que suprimiese la primera frase»

CULTURA

Rafaela Lahore debuta como escritora con la novela «Debimos ser felices» (La Navaja Suiza).
Rafaela Lahore debuta como escritora con la novela «Debimos ser felices» (La Navaja Suiza).

El debut literario de la periodista uruguaya arranca a bocajarro: «Antes de que yo naciese, mi madre ya había escrito una nota de suicidio»

17 nov 2021 . Actualizado a las 09:13 h.

En el 2015, la periodista uruguaya Rafaela Lahore (Montevideo, 1985) se apuntó a un taller que impartía Leila Guerriero. En él, la escritora y columnista argentina, todo un referente del periodismo narrativo actual, la animó a trazar una semblanza de su madre, un ejercicio con el que pretendía mostrarle que «se escribe mucho mejor cuando uno conoce lo que está escribiendo». De ahí salió Debimos ser felices, una breve, pero grave novela que se hizo con el Premio de la Mejor Obra Literaria 2019 en la categoría novela inédita del Ministerio de las Culturas y las Artes de Chile, país en el que Lahore reside actualmente, y que ahora aterriza en España de la mano de La Navaja Suiza.

­—¿Y cuál es la conclusión? ¿Realmente escribimos mejor de las cosas que conocemos?

—No estoy muy segura. En el periodismo, cuanto uno más sabe de algo más claro va a ser, pero en la literatura es más complejo. Cuando decidí seguir tirando del hilo, explorar en la dinámica de mi familia para, de ahí, sacar una novela, me enfrenté a ello como periodista: sentaba a mi madre y la entrevistaba, le hacía preguntas muy específicas sobre su infancia. De hecho, incluso fui al hospital psiquiátrico en el que estuvo internado mi abuelo. Tenía ganas de hacer algo muy pegado a la realidad. Pero, a medida que fui avanzando, me di cuenta de lo que me interesaba era poder jugar con la ficción, inventar cuando había huecos. Y cuando uno empieza a meterse en esos temas familiares, con tantos hilos de los que tirar, aparece el riesgo de enredarse. Cada vez me iba haciendo más y más preguntas. Más que encontrar respuesta, me surgían nuevas preguntas. Fue mi editor el que me obligó a parar.

­—¿Qué le dio esta novela? ¿Aprendió algo de su familia?

—Creo que principalmente me dio valentía para adentrarme en un tema tan complicado como la depresión de una madre. Traté de atravesarlo directamente, no bordearlo; meterme en él. Me sirvió para devolverle a mi madre una historia de su vida que, si bien es dura, está contada con mucha sensibilidad, sin tratar de juzgarla demasiado, y me dio la oportunidad de preguntar sobre cosas muy concretas que uno, en general, no suele preguntar. Fue la excusa perfecta para indagar sobre cuestiones incómodas, o no tanto, pero que no se abordan nunca. ¡Llegué a preguntarle a mi madre cómo fue la primera vez que se acostó con mi padre! Obviamente, no es una pregunta que uno suela hacer en medio de una comida familiar. Y descubrí cómo había sido su vida antes de nacer yo. Personalmente, el proceso me aportó mucho.

­—La historia arranca cuando la protagonista encuentra una nota de suicidio de su madre. ¿Sintió miedo a repetir ese patrón, a sentir los mismos impulsos que ella?

—Claro, toda la odisea de la novela es tratar de entender qué le llevó a la madre a escribir esas palabras. La protagonista empieza entonces a buscar hacia atrás, intentando encontrar respuestas, indicios, señales en su infancia, en su adolescencia, que le muestren cuándo empezó esto. Y supongo que en esa pregunta y en ese intento por entender cuándo la madre se hizo así, también está una pregunta propia, por la identidad, por saber quién es ella misma, qué de todo lo que es ella es realmente suyo y qué cosas se las pasaron los demás. Es un terreno minado, porque es muy difícil decir acá empieza lo esencial de uno, lo auténtico, y acá lo que heredamos, todo además muy entreverado con las cosas que nos van pasando. Al final, la protagonista se pregunta resignada: si hay que buscar para atrás, ¿cuántas generaciones más para atrás hay que ir para empezar a culpar o justificarse?

—Las historias, que se repiten.

—Tal cual. En la novela hay un juego con las repeticiones que tienen que ver con herencias simbólicas que se van transmitiendo de generación en generación, con cómo algo que les pasó a nuestros abuelos termina repercutiendo en nosotros. Ahí están los sentimientos autodestructivos y ahí, también, la relación que tiene la hija con los hombres, muy parecida a la que tenía su madre. Uno no es del todo consciente de esas repeticiones, de esa herencia.

—¿Ha leído el libro su madre?

—Sí, yo quería que lo leyese antes de publicarlo, así que un día abrí el ordenador y empecé a leérselo en voz alta. Ella no dijo absolutamente nada hasta que acabé. Yo leía, leía y leía, y la miraba de reojo, a ver si colapsaba [ríe], pero todo fue bien. Luego me dijo que le había impresionado mucho la primera frase, que es un poco fuerte, y me pidió si podía suprimirla o cambiarla de lugar. Pero no. Al ser profesora de literatura, mi madre, comprendió que estaba hecha con los mecanismos de la ficción, con el recorte. Uno recuerda algo, pero ¿hasta qué punto fue así? Y luego está lo que se queda fuera, lo que se elige y lo que no. Tengo un hermano menor, por ejemplo, que no aparece en ningún momento en la novela. Y él se sorprendió, me preguntó varias veces por qué no salía. Pero resultó así. Son decisiones narrativas.