Mario Cuenca Sandoval, escritor: «La ira y el miedo nos pueden cegar y hacer que abracemos el populismo»

CULTURA

Inma Serrano

En «Lux» novela la llegada al poder de la extrema derecha en España

19 dic 2021 . Actualizado a las 11:43 h.

Considerado como uno de los mejores narradores españoles de la nueva generación, con obras como Los hemisferios o El don de la fiebre, Mario Cuenca Sandoval (Sabadell, 1977, cordobés de adopción) es autor de Lux. Una novela impactante y adictiva sobre el auge de la extrema derecha y su llegada al poder en una España distópica y pospandémica apelando a las emociones primarias de los ciudadanos y agitando el odio a ciertos colectivos. Está contada a través de los escritos de Marcelo Mosén, un profesor de Derecho que, tras una serie de desgracias personales, abraza el ideario de Lux, un trasunto de Vox.

—¿Cómo surgió esta novela?

—Desde hace unos años quería escribir sobre el fascismo, que curiosamente, pero de forma deliberada, es una palabra que no aparece en la novela. No hallaba la forma, el tono, la voz narrativa. Y guardé el proyecto en el cajón. Estaba tratando de encontrar una tragedia colectiva que justificara el auge de un partido de extrema derecha, que creara el estado emocional propicio para que tomara el poder, y se me ocurrió que una epidemia podía ser un vector de fuerza para generarlo. Poco después, nos topamos con la pandemia y lo que hice fue ajustar y adaptar mi novela a la actualidad.

—El partido de su novela se llama Lux, que evidentemente remite a Vox, y las iniciales de su líder son las de Santiago Abascal. ¿Por qué ha sido tan transparente?

—Lo que pasa es que hay una mezcla compleja en la novela de elementos que están tomados de la realidad, que se han estilizado y deformado hasta que no se puede identificar solo con una formación. Al final la historia se desarrolla en una especie de mundo paralelo, que se parece mucho al nuestro, y en un país alternativo que se parece mucho a España y que también se llama España, en un tiempo ligeramente distinto. La novela tiene la voluntad de trasladar una realidad paralela que tiene muchas concomitancias con la nuestra.

—Marcelo es profesor de Derecho, tiene formación humanística y está alejado de las ideas de extrema derecha, pero poco a poco se acerca a Lux hasta integrarse.

—Es un hombre extremadamente inteligente, con una formación clásica muy poderosa y unos modales exquisitos, que percibe que ese mundo en el que se educó está desapareciendo. Esta tentación nostálgica de volver a un tiempo en el que las cosas eran más simples, las sociedades más homogéneas y todo más fácil de entender, es algo que se repite mucho en las formaciones de extrema derecha. A eso se suman una serie de catástrofes personales que arrasan su vida en pocos meses. Ello genera en él un estado de rencor hacia ciertos colectivos, especialmente los inmigrantes, y encuentra en Lux una especie de programa de redención nacional, piensa que va a volver a traer ese mundo ya extinguido; y personal, cree que le va a servir también para reconstruir su propia vida.

—Siente además atracción por un joven estudiante...

—El encuentro con David le provoca una tormenta sentimental porque le pone ante una contradicción evidente. Lux tiene un programa homófobo y nada más llegar al poder extiende las terapias que llaman de normalización sexual. Él alienta una pasión que no puede refrenar por David, pero a la vez siente repugnancia por el mundo de la homosexualidad, ejemplo para él del derrumbe moral de una civilización. Una parte de la novela gira en torno a ese conflicto interior.

—¿Cualquier persona puede verse atraída por este populismo de ultraderecha si se dan las condiciones sociales y personales?

—Creo que sí, porque el ideario de Lux da a Marcelo patente de corso a sus sentimientos más reactivos, su rencor y su ira hacia ciertos colectivos. Toda su confesión es un larguísimo intento de racionalizar ese desprecio y ese odio. Y es que todos sentimos ira, miedo, que nos pueden cegar y hacer que nos abracemos a soluciones fáciles, populistas... ante problemas que son complejos.

—¿Ve posible en España un Gobierno como el de Lux, en el que hay «policía de la conciencia», «cacerías», desaparecidos?

—Prefiero ser optimista y pensar que no. La novela lleva a su extremo, a sus últimas consecuencias, un ideario. En la práctica no creo que pudiera suceder, aunque sí podríamos ir a recortes de derechos de ciertos colectivos. Para crear una trama pesadillesca me interesaba exagerar esos rasgos a la máxima expresión. Es una visión muy siniestra pero altamente improbable sobre todo en un país de la UE como España.

—¿Se puede leer su novela como una especie de aviso de lo que puede pasar si llega a gobernar la extrema derecha?

—Más que una advertencia sobre un régimen de extrema derecha, lo que presenta es el camino que puede conducir a una sociedad y a un individuo hacia un régimen de este tipo. No nos advierte sobre lo que puede pasar, sino sobre lo que hay en nosotros como seres humanos. La perspectiva es más antropológica que política.

«La caída de Lux viene de la mano de las mujeres»

El papel de las mujeres es decisivo para combatir a Lux.

—¿Las mujeres pueden ser un antídoto contra la ultraderecha?

—Sí, es un poco la tesis de la novela. Uno de los núcleos duros del discurso de la extrema derecha tiene que ver con el rol de la mujer en la sociedad, presentan las vindicaciones feministas como si fueran obra de un grupo de exaltadas. Como no logran perfilar cuál sería ese rol en términos de igualdad, provocan polémicas espurias sobre la ley de violencia de género, los casos de maltrato a la mujer... Lo hacen lanzando guiños a una parte de su electorado que tiene prejuicios abiertamente machistas, sexistas o misóginos. La caída de Lux va a venir de la mano de ellas, que se organizan y exigen justicia. Logran arrodillar a Lux, pese a que el narrador Marcelo insiste en que no fueron las mujeres. El movimiento de las «polillas» de la novela recuerda a la Madres de Mayo y otros colectivos similares.

—¿Apelar a las emociones en política, como Lux (Vox) o los independentistas, es peligroso?

—Sobre todo cuando se apela a según qué emociones, porque una cosa es apelar a las emociones democráticas, a la voluntad de ampliar los derechos o a alimentar la esperanza, y otra bien distinta alimentar la ira contra determinados colectivos a los que se culpabiliza de todos los problemas de la sociedad. De esas emociones negativas no puede surgir nunca nada bueno. La apelación a la identidad colectiva también es peligrosa, prefiero el patriotismo constitucional, como decía Habermas, al de los colores y las banderas; en el sentido de que hay unos derechos ciudadanos que no pueden ser negociados ni atropellados.