Flaubert, un «asesino de su prosa» que acabó odiando a Madame Bovary

M. Lorenci MADRID / COLPISA

CULTURA

ÉTIENNE CARJART, 1860
ÉTIENNE CARJART, 1860

Editan los relatos inéditos en español del autor que vivió «en fracaso constante»

24 ene 2022 . Actualizado a las 08:49 h.

«Muy a menudo dudo de si alguna vez haré imprimir una línea». El nivel de autoexigencia de Gustave Flaubert (Ruán, 1821-Croisset, 1880) rayaba en la neurosis. Perfeccionista extremo, publicó con 36 años Madame Bovary (1857), su primer libro, cuyo manuscrito está plagado de tachaduras y correcciones. Lo mismo pasó con la veintena de cuentos que el genial narrador francés escribió a lo largo de su vida, la mayoría publicados tras su muerte e inéditos hasta ahora en español. El sello Páginas de Espuma los rescata todos con traducción y notas de Mauro Armiño (Cereceda, Burgos, 77 años) en una edición que honró el segundo centenario del nacimiento de autor cumplido el pasado 12 de diciembre.

«Flaubert no triunfó con ninguna novela. Vivió bajo la sombra del fracaso constante y de su extrema autoexigencia. Tanto, que a veces parece el asesino de su propia prosa», dice irónico Mauro Armiño, dos veces ganador del Premio Nacional de Traducción. Escritor, crítico teatral y periodista, Armiño ha traído al castellano a Molière, Rousseau, Voltaire, Beaumarchais, el marqués de Sade, Julien Gracq, Giacomo Girolamo Casanova y en especial Marcel Proust, además de Oscar Wilde y Poe. En sus casi 800 páginas, Cuentos completos reúne sus tres relatos largos, —Un corazón simple, La leyenda de san Juan el Hospitalario y Herodías—, con los 17 publicados póstumamente, la mayoría inéditos en español como La danza de los muertos o Borracho y muerto.

Autor de vocación temprana, Flaubert escribió su primer cuento con 13 años. Pero se tomaría más de dos decenios para dar a la imprenta Madame Bovary, universal personaje al que, según Armiño, «acabaría odiando». Luego publicó Salambó, La educación sentimental y Tres cuentos, su último libro, aparecido en 1877 y «en el que aumenta su exigencia estilística, ofreciendo una suerte de síntesis sobre sí mismo y la naturaleza de su obra», según Armiño. Arruinado, solo, sin amigos ni amantes, a tres años de su muerte, dejó todos los demás relatos inéditos junto con otra novela inconclusa, Bouvard y Pécuchet también publicada con carácter póstumo.

Aborda Flaubert en sus cuentos temas que no están en sus novelas, como el terror, la lucha del demonio contra Cristo o el bien y el mal. «Pero resulta imposible que no haya trasvase entre novelas y cuentos después de veinte años escribiendo de sí mismo, como le pasó a Marcel Proust», apunta Armiño. Cita como ejemplo Noviembre, cuento en el que Flaubert relata su primera experiencia sexual con una prostituta «y que, en realidad, habla de su amor juvenil por una mujer casada». «Toda esa pasión interna del protagonista será la base para la trama de La educación sentimental», asegura el traductor.

Dos páginas en tres meses

La causa de la escasa producción de Flaubert «es la propia exigencia artística» de un autor al que Armiño llega a definir como «un asesino de la prosa, capaz de escribir solo dos páginas en tres meses y eliminar del texto todo cuanto consideraba innecesario e inútil para el lector, incluidos muchos adjetivos». «Es quien más se corrige a sí mismo en toda la literatura francesa», asegura Armiño del escritor «que persiguió y logró el sueño de le mot juste [la palabra justa]».

Esa neurosis por la perfección la aplica Flaubert a su estilo, a la sintaxis, y a la documentación que recopila para sus perfeccionistas obras. Para Un corazón simple recurrió al Museo de Ruán para pedir prestado un loro disecado que colocó junto a su escritorio —el famoso Loro de Flaubert sobre el que noveló Julian Barnes—, y para Salambó leyó millar y medio de libros y viajó a Cartago para visitar las escasas ruinas que seguían en pie.

«La falta de reconocimiento le amargó la vida: Flaubert quería ser un estilista, no un escritor escandaloso», sostiene Armiño, que asegura que la novela sobre Bovary «le generó odio hacia su personaje». Flaubert fue juzgado por inmoralidad por esta novela hoy universal; luego vino Salambó (1862), que se vendió «solo a amigos» y La educación sentimental (1869), que pasó totalmente desapercibida. «Se consideraba un fracasado y se dedicó una larga temporada a pescar langostas en Normandía», recuerda Armiño. «¿Sabes que sería una bella idea la del joven que, hasta los 50 años no hubiera publicado nada, y que de golpe hiciese aparecer, un buen día, sus obras completas y no hiciera nada más?», escribe el propio Flaubert en 1846 a su amigo Maxime du Camp.

«Despreciaba la política tanto como los premios y los reconocimientos, que a su juicio eran causa de deshonra y se negó a la posibilidad de entrar en la Academia Francesa», destaca Mauro Armiño de un narrador que padeció esquizofrenia y pasó los últimos años de su vida «viviendo penurias y tragándose su orgullo». Casi en la indigencia, Flaubert, fue rescatado por sus amigos Turguéniev y Zola, que le consiguieron un puesto en la administración al que no acudía ni para cobrar. «Sufrió lo indecible porque veía como una humillación recibir esa limosna de los poderes a los que despreciaba», asegura Armiño, traductor de la Madame Bovary que Siruela publicó en el 2014 en la que rescató tres fragmentos inéditos y que revelaba al Flaubert meticuloso y neurótico que reaparece en sus cuentos.