Netflix: el imperio que nació con una multa

CULTURA

ABRALDES

Reed Hastings, el fundador, ha perdido buena parte de su fortuna por la caída en bolsa de la firma ante la pérdida de socios

02 may 2022 . Actualizado a las 15:53 h.

Puede que se haya dejado 200.000 adeptos por el camino en el último trimestre. Algo que nunca en diez años le había pasado. Pero no conviene darla por muerta. Todavía le quedan 221 millones. Y unos ingresos que llegan a los 30.000 millones de dólares al año. Por no hablar de que sigue siendo, de lejos, la primera del sector. Eso no quita que la pérdida de fieles le haya costado un buen disgusto en bolsa. A la empresa en cuestión y a su fundador, cuya fortuna ha sufrido un duro golpe con la caída en desgracia de la niña de sus ojos. Hablamos, claro está, de Netflix y Reed Hastings (Boston, 1960).

Cuentan en la firma californiana con que cuando acabe el primer semestre del año la habrán abandonado tantos usuarios como los que ganó durante la pandemia. Un año histórico para la firma al calor de los confinamientos y la necesidad de ocio con el que aliviar los eternos días del confinamiento. Toca repensar el modelo de negocio para taponar la fuga de clientes. Retenerlos y rentabilizarlos. Habrá que poner fin a la picaresca de las contraseñas compartidas (calculan en Netflix que unos cien millones de usuarios las comparten con familiares y amigos) y , tarde o temprano, introducir publicidad. O recurrir a los videojuegos. Quién sabe.

Todo un reto para Hastings, el hombre que pasará a la historia de la industria del entretenimiento como aquel que revolucionó la manera de consumir series y películas. Y eso, sin un ápice del glamur que destila —de puertas para afuera al menos— el mundo del espectáculo, ni el aura de los grandes gurús de la era digital. Y es que es Hastings un tipo tranquilo. Nada de excesos, ni estridencias. Rara avis en Silicon Valley. No se le conocen grandes pasiones. «Ni cazo, ni pesco, ni navego. La verdad es que soy un fracaso como hombre renacentista», dice de sí mismo en tono burlón.

El único exceso que se permite es el de tomarse hasta seis semanas de vacaciones al año. Para desconectar. Porque en Netflix, dicen, se trabaja las 24 horas del día, siete días a la semana, como en urgencias. Casado con su novia de toda la vida, Patricia Ann Quillin, con quien tiene dos hijos, disfruta con su familia y sus mascotas —entre las que se incluyen, además de varios perros, alguna que otra cabra— de la tranquilidad de su mansión en Santa Cruz (California), donde su mujer trabaja en el Museo de Historia Natural. Además de una piscina olímpica y un jacuzzi en el que caben hasta una docena de personas , dispone la familia, como no podía ser de otra manera, de una sala de cine.

Cuenta el propio Hastings que lo de Netflix se le ocurrió después de tener que pagar una multa a su videoclub de Silicon Valley, por no entregar a tiempo un cinta de VHS de Apolo 13. Dice que el dinero (40 dólares) le dolió menos que el orgullo. Y no paró hasta dar con la fórmula para alquilar vídeos y devolverlos desde el sofá de casa. Corría el año 1997 cuando aquel invento echó a andar. El nombre de la compañía lo eligió junto a su socio en la aventura, Marc Randolph. Antes de decantarse por el de Netflix, tuvieron sobre la mesa otros como TakeOne, NowShowing y NetPix. Ahora Hastings está solo ante el reto de repensarla. Randolph hace ya años que abandonó el barco, incapaz de vislumbrar el futuro de la firma, según reconoció tiempo después.

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