Eduardo Sacheri: «En el fútbol puedo depositar deseos, frustraciones, miedos, inseguridades»

CULTURA

CESAR QUIAN

El autor de «El secreto de sus ojos» publica una novela iniciática

15 may 2022 . Actualizado a las 09:53 h.

Sigue dando clases de Historia en un instituto secundario de las afueras de Buenos Aires. Aunque ahora solo unas horas, pues su dedicación principal son los libros y los guiones cinematográficos. El nombre de Eduardo Sacheri (Castelar, Buenos Aires, 1967), descendiente de italianos y gallegos, irrumpió con mucha fuerza tras el espectacular éxito de El secreto de sus ojos, una película de Juan José Campanella ganadora de un Óscar, basada en una novela suya y de la fue coguionista. Ahora publica El funcionamiento general del mundo (Alfaguara), una novela iniciática en la que Federico y sus dos hijos emprenden un viaje hacia la remota Patagonia, en el que rememora su adolescencia en el marco de un torneo de fútbol en el instituto, cómo le marcó una profesora y su complicada relación con su madre y su abuelo.

—¿Cuál es el objetivo del libro?

—Fue una confluencia de varias intenciones. He anclado distintas novelas en algunos momentos de la historia argentina reciente, la dictadura militar, la crisis del corralito o el último gobierno de Perón. Esta novela, en 1983, el último año de la dictadura, una bisagra justo antes del regreso de la democracia. Por otro, quería volver a utilizar el fútbol como herramienta narrativa, algo que hacía diez años que no hacía.

—¿Tiene algo de autobiográfico?

—Mucho. Federico tiene 15 años en 1983, asiste a un instituto secundario donde se siente perdido en esa inmensidad; es un testigo confundido de lo que pasa en la Argentina de esos años; una dictadura muy sólida en 1981, la guerra de Malvinas en 1982, que se acogió con entusiasmo en Argentina hasta el punto de que parecía una fiesta; el final de la dictadura en 1983; el fútbol como un lugar donde sentirse cómodo en ese contexto tan cambiante. Esos elementos de Federico son muy míos.

—¿También jugaba de portero?

—Sí, y por motivos parecidos a los de Federico: jugar donde mejor lo hacemos como un modo de ser incorporado, querido, valorado por tus compañeros.

—¿Por qué eligió la estructura de «road novel»?

—Mi protagonista es muy reacio a contar su pasado, ya que tiene zonas dolorosas y tristes, y solo en circunstancias muy extraordinarias iba a atreverse a soltarse. El hecho de arruinar el viaje a las cataratas de Iguazú que tenía preparado con sus hijos y que estos estuvieran muy enojados lo obligaba a explicarse. Y además tenía sentido visualmente, un auto internándose en el frío, el viento, la soledad de la Patagonia, con los tres conversando, me gustaba como contraste. Afuera el frío, adentro el abrigo y la conversación.

—Una de las claves de su novela es el fútbol como forma de entender el mundo. ¿Por qué es así?

—Los juegos en general, no solo el fútbol, pero yo lo vivo con el fútbol porque es el que más me gusta, son siempre una especie de reducción de lo complejo a lo simple, de lo difícil a lo fácil. Depositamos en ellos todo nuestro interés y nuestra energía. Mientras jugamos, nuestra vida se reduce al juego, el que juega olvida todo lo demás. En esa reducción simplificada que es el juego uno se aproxima a significados muy hondos, a hallar sentidos importantes que están afuera. Es momentáneo y fugaz, pero una gran herramienta de conocimiento de nosotros mismos y de los demás. Cuando jugamos ni los otros ni nosotros tenemos tiempo de acudir a disfraces, exhibimos nuestras profundidades muy desnudas, tanto nuestras zonas más nobles como nuestros defectos más detestables.

—Es una novela de iniciación, Federico sale cambiado después del torneo de fútbol del instituto.

—El hecho de tener por primera vez un adulto, una profesora que los ayuda, le sirve para sentirse protegido, guiado, algo que en su vida familiar no tiene, y los éxitos que van cosechando en el torneo le permite sentirse apreciado de un modo que nunca había experimentado. Sentirse querido y protegido por primera vez es algo transformador que te da energía para enfrentar problemas graves.

—En la novela aparece el acoso escolar como algo normalizado.

—Sí, aunque la crueldad muta sus estrategias. Federico dice a sus hijos que hoy no todo es color de rosa, que hay violencias y crueldades menos evidentes, pero no menos dañinas. No hay un golpe de por medio, como en la adolescencia de Federico, pero sí otras formas que pueden ser más perjudiciales por lo duradero de sus efectos.

—¿Qué es para usted el fútbol, qué ha significado en su vida?

—Es el juego que más me gusta y sigue sirviéndome como un lugar donde puedo depositar deseos, frustraciones, miedos, inseguridades, todo al tiempo. Tanto cuando veo jugar a mi equipo, Independiente, como cuando lo juego con mis amigos.

—La novela es muy cinematográfica. ¿Se llevará al cine?

—Nunca me lo planteo cuando escribo y solo lo hago cuando alguien del mundo del cine, a quien le atribuyo un conocimiento verdadero de ese lenguaje y ese universo, me lo propone. Pasó con El secreto de sus ojos o La noche de la Usina, convertida en la película La odisea de los giles. Si vienen Campanella o Darín, como ya sucedió, y me lo proponen, podremos hablarlo. Y me interesará seguramente.

«La situación de Argentina es muy turbulenta»

 Sacheri ve una Argentina «muy turbulenta, muy afectada por problemas económicos que la pandemia ha empeorado y una situación política de mucho enfrentamiento, no solo entre el oficialismo y la oposición, sino que dentro del kirchnerismo hay fuertes oposiciones internas».

—¿Por qué Argentina parece no estabilizarse nunca?

—No lo sé, me da la sensación de que hay desacuerdos muy profundos. Le doy dos ejemplos. El kirchnerismo, que está ahora en el gobierno, tiene una mirada muy crítica con el capitalismo como sistema y la oposición considera que está bien. Otro ejemplo, el kirchnerismo ve a Argentina alineada con Rusia, China, Venezuela y Cuba; y la oposición, amiga de EE.UU., Europa occidental y los organismos de crédito internacionales. Es muy difícil que se pongan de acuerdo la mitad de los argentinos que piensan una cosa y los que piensan otra. No hay matices. Es entendible el nivel de empantanamiento de cualquier proyecto nacional, aunque a mí no me guste.

—¿Cuáles deben ser las cualidades de un buen profesor?

—Son muy importantes el conocimiento, el afecto y el humor. Si uno sabe mucho de lo que tiene que enseñar, si quiere a sus alumnos y se nota que le importan, y si utiliza bien el humor para conectarse con un mundo tan distante como es el de los adolescentes, entonces el asunto funciona.

—¿Cómo está la educación, avanzamos o retrocedemos respecto a la época de la novela?

—Solo me atrevo a hablar de Argentina. Siento que mejoramos en la parte afectiva, pero no fuimos capaces de sostener la calidad del conocimiento que se impartía en la escuelas.