Los Dardenne recuperan en Cannes su antídoto contra el odio en el filme «Tori et Lokita»

José Luis Losa CANNES / E. LA VOZ

CULTURA

Los veteranos cineastas hermanos Dardenne posan en la alfombra roja con el elenco de «Tori et Lokita».
Los veteranos cineastas hermanos Dardenne posan en la alfombra roja con el elenco de «Tori et Lokita». E. Gaillard | Reuters

Sergei Loznitsa se inspira en Sebald para recuperar valiosísimas imágenes de archivo de los bombardeos de ciudades de la Segunda Guerra Mundial

25 may 2022 . Actualizado a las 09:00 h.

En sus últimas películas habían acusado los hermanos Dardenne, pertrecho fundamental del humanitarismo elemental desplegado en una pantalla, un cierto desfondamiento creativo. No sé qué argumentarán quienes pensaban que ya no era perentorio su cine urgente contra las exclusiones, ahora que vivimos en un mundo donde grupos que aspiran al poder -ya lo arañan en algún lado y pueden alcanzarlo globalmente pronto- lanzan desde su arcabuz del odio emponzoñadas flechas con el acrónimo menas.

Frente a ellos, Tori et Lokita recupera las historias no ya de combate sino de autodefensa. De antídotos contra su veneno. Esto es lo que los Dardenne ofrecen con su historia de emigrantes sin papeles forzados a terminar habitando literalmente los subsuelos de un galpón, donde son explotados para que cultiven en invernaderos plantas de cannabis para venta en menudeo.

La joven Lokita y el crío Tori, su hermano no de sangre pero -aun mejor- de compromiso emotivo e indestructible de supervivencia, se salvaron de la primera sima, la tumba del Mediterráneo. Pero no de esa vida bajo tierra, en las sentinas de un galpón perdido en ninguna parte, víctimas de las mafias y del sistema que los ilegaliza. No se ilegaliza a un ser humano. Eso clama el filme de los Dardenne con una sencillez dramática movilizadora.

Tal vez el hecho de que este orden mundial esté abriendo sus entrañas al tiempo más oscuro haga que Tori et Lokita me remueva como hacía tiempo no me sucedía con los Dardenne. Que disculpe, cómo no, su innecesario y breve mitin final, que es casi una pancarta. Hay antes de eso una vívida braceada a cuatro manos, una contenida respiración aprendida ya en la patera -y con que se nos fuerza a acompasar nuestros latidos- por salvarse, ya en tierra, en el mar de los Sargazos de los odiadores.

Park Chan-wook

Todo lo que posee como argumento de su necesidad el largometraje de los Dardenne -sencillez y capacidad de golpeo dramático- es justo de lo que carece -es totalmente prescindible y truculenta hasta el hastío- la película con la que regresa del coreano Park Chan-wook seis años después de La doncella.

Su cine me ha fascinado como pocos en muchas ocasiones, de modo especial en las arrebatadoras Old Boy, Simpatía por Lady Venganza o Thirt. En Decision To Leave mantiene el director su alto estilismo marca de la casa. Pero como trama de cine negro con femme fatale, Park Chan-wook se muestra en el filme incapacitado para una narración inteligible.

Se engatilla en un bucle fatigoso, se empantana en manierismos de la nada en loopings tal vez para él divinos de la muerte, que ahogan la acción. Y lo único que resta de fatalidad -a la mujer y al noir totalmente desnortado- es que su narcisista ejercicio dura dos horas y media que te dejan extenuado en la primera o en la última playa. Qué más da, si para entonces ya todo te da igual.

Sergei Loznitsa

Sergei Loznitsa es muy peligroso como autor de ficción porque sus raíces son las del nacionalismo ucraniano que bebe de las fuentes de Stepan Bandera y sus colegueos con las cruces gamadas. Pero como rebuscador de imágenes de montaje de momentos clave de la Historia del siglo XX es alguien imprescindible.

En The Natural History of Destruction se inspira lejanamente en el texto del escritor alemán W. G. Sebald para recuperar material de archivo valiosísimo de las aniquilaciones por bombardeos a civiles en la Segunda Guerra Mundial.

Lo que comenzó, a modo de experimento, en Gernica o Durango lo respiramos aquí en las ruinas y los cadáveres de Hamburgo, Dresde, Colonia o Coventry. Con un prólogo en el cual unas imágenes del Berlín previo a la invasión de Polonia, donde vemos a la gente caminar por Unter der Linden o la Alexanderplatz, fulguran en un celuloide que Loznitsa ha dotado de una limpieza que parece una dramatización en tiempo actual. Y vemos y escuchamos a Goering, Churchill, Marshall o el general Montgomery como si las imágenes pertenecieran al Telediario de esta noche.

Bowie como estrella caleidocópica

Fuera de concurso se presentó Moonage Daydream, en la que Brett Morgen ofrece un recorrido por la obra multifacética de David Bowie. Como él mismo, como sus mil reinvenciones en clave de Ziggy Stardust. Como rey del glam. Fue un monarca en todas las facetas que este caleidoscopio recorre.

Pero añoro algo de profundidad de campo en el largo viaje. Porque, ya que Moonage Daydream se reduce a esta sucesión de momentos o capítulos estelares, casi como clips de luxe, echo de menos una versión con subtítulos de Cachitos de hierro y cromo. Y la inevitable causticidad a la que te lleva este Cannes de sinrazones y dificultades cada año mayor para informar te invita a ocurrencias tal vez salaces para incorporar sobreimpresionados en las imágenes de los diferentes reinados de Bowie.

Sobre Cannes y su cirugía de precisión para desangrar a la crítica: de lo que se trata, en resumen, es de silenciar, de neutralizar a la prensa no incondicionalmente adicta; y de finiquitar aquel ágora democrático a la salida de cada función, donde de las chimeneas de la Croisette salía en diez minutos la fumata -blanca o muy negra- sobre el filme juzgado. Esto no le va bien al negocio de Cannes. Y sobre ello -porque es una limitación básíca de la libertad de información o de su directa anulación- volveremos en otra ocasión porque es otro temible y muy gráfico signo de nuestro tiempo.