«Me quedé paralítico y comencé a grabar en el hospital hasta hacer un documental»

CULTURA

Oscar Vázquez

Gonzalo se subió un mal día al coche equivocado. Años después, ha cumplido su sueño, ser director de cine, contando su historia en «A cero.5», que se ha estrenado en Filmin: «En el equipo de baloncesto adaptado encontré el foco»

06 jun 2022 . Actualizado a las 19:12 h.

Gonzalo Suárez (Vigo, 1979) apenas aparece en las fotos familiares. De niño solía estar pegado a su padre, quien cogía la cámara para inmortalizar los grandes, y pequeños, momentos. De esa curiosidad surgió su pasión por la gran pantalla, que lo llevó a estudiar Comunicación Audiovisual en Madrid y a soñar con ser director de cine, algo que finalmente alcanzó a cincuenta centímetros del suelo, con el documental A cero.5, -co escrito con Paula Cons, directora de ¿Dónde está Marta? y A Illa das mentiras-. En noviembre del 2006 se subió «al coche equivocado» y un accidente lo dejó en silla de ruedas. Sin apenas diagnóstico y desde la camilla del hospital, comenzó a grabar: «Los primeros días me surge la necesidad y la locura de pedir una cámara prestada para empezar a rodar aquello, hasta ese momento no estaba interesado en la realidad, yo quería hacer ficción, pero vi ahí que podía sacar algo positivo dentro de aquella mala experiencia, fue una respuesta natural». Esas imágenes caseras e íntimas acabaron en el largometraje, estrenado en Filmin, que cuenta cómo fue su vida desde ese momento y su llegada al equipo de baloncesto en silla Amfiv, que acompañó hasta uno de sus mayores logros, el campeonato europeo. Sin embargo, después del accidente, llegar a la gran pantalla parecía imposible: «Me quedé paralítico y comencé a grabar en el hospital, por instinto, hasta hacer este documental. Fue un logro acabar mi primera película, era mi sueño roto».

UNA VIDA TRUNCADA

Gracias a aquella cámara, que en ese momento fue un refugio, quedó registrado su testimonio sobre cómo «se trunca» una vida en un instante. Gonzalo tuvo que volver a aprender a valerse por sí mismo, y también a enfrentar las incógnitas del futuro con una dificultad añadida. Las visitas de los médicos, aprender a moverse en una silla de ruedas o el primer viaje en coche después de tener el accidente. «El cuerpo tiene memoria y me mareé», cuenta en el filme. También el volver a encontrarse con los amigos, donde se ve que la comedia sigue teniendo su espacio: «Como comprenderéis no me voy a levantar a recibiros», les dijo Gonzalo cuando llegaron al hospital. O incluso las riñas con su madre sobre replantearse qué hacer con el resto de su vida, aunque Gonzalo lo tenía claro. Quería «seguir haciendo lo mío, lo que estudié». Su proyecto sirve también para mostrar que las consecuencias en la salud no se limitan únicamente a la movilidad. «Quería mostrar que, aunque se piensa que simplemente no puedes mover las piernas, hay muchas otras problemáticas, y yo enseño la mía. El dolor que a veces no me deja dormir, por ejemplo, hay gente que lo sufre todo el día», señala. Algo que en A cero.5 demuestra no solo consigo mismo, sino también con los relatos de otros personajes.

Pero la vida también siguió ofreciéndole buenas oportunidades. Para mantenerse en forma le recomendaron ir a un entrenamiento del equipo de baloncesto adaptado de Vigo, el Amfiv. Llevar siempre esa vieja cámara encima fue algo que, a partir de esa experiencia, cobró sentido para él. «Mi única oportunidad de practicar un deporte en equipo era entrenar con ellos, yo no había jugado en mi vida y menos en silla de ruedas», recuerda. Cámara en mano se presentó allí, y lo que se encontró no tenía nada que ver con la pachanga que esperaba. Así nació el germen del documental, y encontró su foco: un equipo de jugadores de élite que luchan por un título.

«De repente, me encontré con que voy a jugar con un equipo que podría ser el Celta. Fue como no jugar nunca al fútbol y entrenar con Iago Aspas, yo iba casi a molestar», relata. El equipo juega en los niveles más altos de la liga, muchos de sus jugadores viven del deporte y son paralímpicos: «Tuve que aprovechar para contar la historia desde dentro». La historia de un equipo de baloncesto, no de un grupo de discapacitados, estigma contra el que lucha con este proyecto. «Con estos personajes yo pretendo que se entienda que la gente se olvida de que estamos en silla de ruedas. Menos cuando no podemos hacer algo y necesitamos ayuda, en el resto de momentos, ven a las personas».

Y es que el tratarse de un deporte adaptado no lo hace menos espectacular, sino todo lo contrario. Al frenesí habitual en una cancha se suma el chirrido de las sillas de hombres y mujeres —porque son equipos mixtos— que se deslizan por la pista, se caen y se levantan, o meten triples con más agilidad que la mayoría de los que podemos hacerlo en pie. «El deporte es muy difícil y muy espectacular, mi obsesión como director era grabar la mejor película deportiva sobre baloncesto en silla de ruedas, porque no he visto ninguna, y quiero hacerlo con mis medios, como pueda. Que sea lo más espectacular en todos los sentidos», cuenta el director.

Aunque su intención era contar la hazaña de un equipo, «sabía el material que tenía entre manos». Y su propia experiencia como jugador, espectador, cámara y director se mezcla perfectamente con la de sus compañeros. «No es una película de superación, es una reconstrucción», explica sobre un documental que lo llevó primero a cumplir un sueño y ahora a cerrar una etapa: «Ahora tengo que desembarazarme de él, porque es muy íntimo». Y mientras la película y su historia comienzan a viajar por plataformas y festivales, Gonzalo sigue cámara en mano, con su hijo pequeño al lado, igual que él lo estuvo en su día con su padre.