Alma estandarizada

Yolanda Vázquez

CULTURA

Sara Baras cierra el Festival de Danza de Oviedo con dos funciones, las más caras de la cita, que salda con un lleno total para el mejor flamenco más comercial con su nuevo espectáculo

27 jun 2022 . Actualizado a las 10:53 h.

La mejor manera de introducirse en el flamenco como espectáculo de singularidad propia es, sin duda alguna, ir a ver a Sara Baras. Lo tiene todo: es fácil, muy alegre, se separan perfectamente los palos flamencos, tiene aire de revista (el espectador, sepa lo que sepa, nunca se pierde), y, además, sabe cómo ganarse una plaza sin que haya obra narrada, pero sí guion (y marketing) para meterse al público en el bolsillo. No se le puede pedir más a alguien que, por mérito propio, ha sabido como nadie hacer flamenco para todos los públicos y para todas las ocasiones. Nunca falla, y además sale todo redondo: público agradecido y todo vendido.

Sara Baras (Cádiz, 1971) se llegó a cerrar el Festival de Danza de Oviedo con dos funciones (24 y 25 de junio) y único programa, “Alma” (2021), en una cita dancística que ha mantenido, con sus cosas y pese a todo, el número de funciones y más o menos el mismo presupuesto que antes de la pandemia, que no es poca cosa; algo más de 200.000 euros. Distinto es que quizá es necesario reordenar lo que fue esencia: poner de verdad identidad para la danza en un teatro, mejor dicho en una ciudad, que sabe perfectamente cuál es su vocación (y público) por mucho que nos empeñemos en cambiar (a estas alturas) el nombre de la cita escénica, imitando otras latitudes y diciendo ahora Danza Oviedo; pues bueno, vale, bien. Lo que no puede negarse es que ese tipo de detalles dicen mucho del valor de identidad que se le quiere dar a la danza; tanto como no reflejar el número de la edición del festival en la que estamos. (El Festival de Danza de Oviedo nació a finales de la década de los setenta del siglo pasado. Debe de ser que institucionalmente no interesa.)

Pero vayamos al meollo, y distingamos el grano de la paja de una representación exitosa pero muy poco original; y eso a pesar de que la excusa era hablar de bolero, algo tan sensual como los estados lentos del flamenco, el lugar en el que ambos estilos comulgan. Un estándar en jazz es aquello que se toma como base, argumento, repetición, para luego construir sobre hilo de bramante, por así decir, la edificación de una arquitectura tan nueva y diferente como lo pueda ser una variación sobre lo establecido, bien porque se esté trabajado sobre esa base, bien porque se alce en pura virtuosa improvisación a partir de ella.

'Alma' es un espectáculo que se sostiene en su propio estándar, es decir, en el estándar de Sara Baras, en lo que sabe hacer, solo en lo que sabe hacer: presentar, ofrecer expectativa (enardecer) y zapatear. No es coreógrafa y tampoco sabe de dramaturgia escénica; sólo hizo falta oír el texto en off de apertura de la velada, que sonó pelín hortera. Pero lo que sí sabe (no en vano lleva más de 30 años haciéndolo) es atemperar un espectáculo de flamenco, darle marchamo de representación, siendo en realidad un repaso, número tras número, cuadro a cuadro (hubo once), a modo de revista de corte artístico, a los palos del flamenco.

En el guion secuenciado no coreográfico de la gaditana es todo demasiado correcto, está todo demasiado en su sitio, por eso es perfecto para lo que pretende, y para acercarse por primera vez a este arte resulta estupendo. Es lo ideal. Y de lo que no cabe duda es de que “Alma” es una gran representación para disfrutar de la sonoridad de la alegría que se contagia y se propaga ?y más viniendo de casi tres años de restricciones? con facilidad. Uno se deja arrastrar por ella sin necesidad de ir más allá, y lo que es más notorio: sin plantearse otra cosa, ni tan siquiera preguntarse si interpretar hoy desde el flamenco es eso. En la web de la compañía dice: “‘Alma’ de Sara Baras es un espectáculo transgresor que abraza el bolero desde el flamenco”. No sé, lo de transgresor no parece, ni aparece por ningún sitio. La cuestión es si el buen aficionado a la danza flamenca debería preguntarse algo más. Desde estas líneas creemos que sí.

Tacón, el instrumento para la percusión

Pero debemos ser justos. Sara Baras es, ante todo, una bailaora taconeadora-percusionista, o sea, una instrumentista. Ya se lo dejó claro a los asturianos en 2014, en el Centro Niemeyer, con 'La Pepa', un espectáculo sobre la Constitución española de 1812, también 'guionizado' por ella. Su gran talento está en su zapateo, que no es de este mundo; en la forma en que la tarima es cómplice de todo lo que le dice, absolutamente de todo; nunca hay duda, no hay lío de palabras, sino minúsculo enjambre, punteo y pentagrama. Su zapateado, un taconeo en escala ascendente o descendente, siempre a su antojo, arroja una carga de musicalidad de tal calibre que es imposible concentrarse en nada que no sea lo que hacen sus pies. Y eso es lo que enamora; ella lo sabe.

El zapateado de Sara Baras es único, deviene siempre en armónico, y luego en instrumento que se convierte en lenguaje; es silábico (punta-tacón) y ostenta una cadencia cuya magnitud suspende y desmaya las notas exactamente donde ella quiere. Y eso es capaz de repetirlo más de una vez en la misma representación. El preciosista, veraz y fino sonido que desprende es algo memorable.

Pero su secreto está en los pies, no en su braceo. Sencillamente Sara Baras no mueve bien los brazos: son parcos, escasos y sin apenas alma, valga la redundancia. Parecen hombrunos, porque ella coloca su potencia en otro sitio. Clásico (en el sentido anteriormente descrito) y romo a más no poder, su braceo ayuda, en todo momento, al tacón y a su percusión. Están para eso. Nada que ver con los de María Pagés, Sara Cano o Sara Calero, por ejemplo, que también ostentan un gran zapateado. Los brazos de la Baras proporcionan ayuda desde el tronío masculino: volantazos a derecha e izquierda, para bascular en los giros, freno para el peso con respecto al eje y la postura. Es más bien torera y estática; muy distante de la belleza y el mecido de la masa arbórea que son tan importantes en la bailaora entera; de imagen masculina, propia ya de otros tiempos y acervos flamencos. No actual.

Y eso es precisamente lo que en los espectáculos de la Baras nunca se ve: modernidad. Con lo que sabe hacer (que es rico) podría intentar ganar escénicamente otra cosa, que puede; pero para eso hace falta pensamiento y libreto, luego dramaturgia. Y con todo y con eso, a esta nueva pieza, de una hora y cuarenta minutos de duración, hay que otorgarle la virtud de insinuar en un palo flamenco la cadencia del bolero y en el bolero la carga rítmica de un palo flamenco. Hubo varios momentos de gran plasticidad a cargo del elenco de la compañía, como el paso a tres; el estilismo desplegado a cuenta de una tela azul que parecía agua, uniendo continentes, o los ensamblados momentos de teatralidad y efeméride y, por supuesto, la componenda e interpretación de la música.

Los músicos y la música: Keko Baldomero

Si algo tiene la compañía de Sara Baras son músicos. Eso es indiscutible. Y la importancia que adquieren en sus espectáculos es capital. No solo por el talento destilado, sino porque funcionan como el mejor agarre que un cuerpo de baile puede tener con música en directo. Ese mecanismo (consciente e inconsciente) funciona a base de bien en este caso, y da sobre el escenario mucha seguridad. Keko Baldomero, director musical de la compañía, y una de las personas que mejor entiende lo que hace la bailaora, es parte esencial de los espectáculos, y mide como ninguno la candencia rítmica de todo el conjunto, fiando en las buenas y singulares potestades de sus músicos: en la percusión, Manuel Muñoz “el Pájaro” y Antón Suárez; en la guitarra, Andrés Martínez; en el saxo, la armónica y la flauta, Diego Villegas, que se marcó un diálogo pautado con los zapatos de la bailaora; o en el cante a Rubio de Pruna y David de Jacoba. Todos de sobresaliente.

Pero si algún mérito suma Sara Baras, por encima de cualquier otro, es que mantiene una compañía solvente, más en los tiempos que corren para lo escénico. Con Sara Baras está tó comprao porque previamente está tó vendío. Volverá a Oviedo, seguro. Segurísimo. Ya ustedes saben de qué va el lío, 48 euros mediante.  

Ficha artística

Alma, 2021

Dirección, guion, coreografía: Sara Baras

Dirección musical: Keko Baldomero

Iluminación: Antonio Serrano y Chiqui Ruiz

Vestuario: Luis F. Dos Santos

Colaboraciones especiales: Juan de la Pipa, Israel Fernández, Rancapino Chico, Alex Romero y José Manuel “Popo”

Cuerpo de baile: Sara Baras, Chula García, Charo Pedraja, Daniel Saltares, Cristina Aldon, Noelia Vilches y Marta de Troya

Músicos: guitarras, Keko Baldomero y Andrés Martínez

Cante: Rubio de Pruna y David de Jacoba

Percusión: Antón Suárez y Manuel Muñoz “el Pájaro”

Saxofón, armónica y flauta: Diego Villegas

Duración del espectáculo: 1 hora y 40 minutos

Teatro Campoamor, 24 y 25 de junio de 2022. Oviedo