Donna Leon: «Estados Unidos es un país de locos, estamos volviendo a la Edad Media»

CULTURA

La escritora estadounidense Donna Leon (Nueva Jersey, 1942).
La escritora estadounidense Donna Leon (Nueva Jersey, 1942). Iván Giménez

Su célebre personaje el comisario Guido Brunetti cumple 30 años, con su autora en plena forma

03 jul 2022 . Actualizado a las 09:13 h.

Guido Brunetti cumple 30 años desde que apareció en Muerte en La Fenice. Ahora se publica Dad y se os dará (Seix Barral), novela 31.ª protagonizada por el célebre comisario, con una Venecia irreconocible por la pandemia como escenario en que la trama se desarrolla en torno a una ONG fraudulenta. Donna Leon (Nueva Jersey, 1942) responde desde Zúrich. A punto de cumplir 80 años, despliega lucidez, simpatía y vitalidad. Gesticula, ríe, bromea y se pone seria cuando toca, sobre todo cuando habla de la decisión del Tribunal Supremo de EE.UU. de derogar el derecho al aborto.

—¿Qué le ha aportado Brunetti en estos 30 años y viceversa?

—Él me ha dado éxito, por supuesto, se lo debo todo. Yo le he dado un pasado interesante, el pobre chico que triunfa. Brunetti mira hacia atrás y reflexiona sobre lo que le ha pasado hace diez, veinte, treinta años, se plantea por qué es el hombre que es, por ese legado que hay detrás. Todos llegamos a este punto, a reflexionar por qué somos como somos.

—¿En qué ha cambiado Brunetti? ¿Cómo llega a esta novela?

—Al principio era más optimista, ahora no lo es en absoluto. Tiene una visión sombría sobre el futuro. Tampoco es que sea pesimista, es realista. El entusiasmo, la capacidad de confiar que tenía en los primeros libros, ha cambiado, aunque no los sentimientos hacia los que le rodean. Es leal, honesto, inteligente, lee a los clásicos, pero también ensayo e historia, y reflexiona sobre lo que ha leído. Siempre intenta hacer lo correcto, lo que está bien.

—¿Le pasa como a Brunetti, ve el mundo de una forma más oscura?

—Soy muy feliz con la gente que me rodea, pero si me aparto de mi mundo individual, cómo voy a ser optimista. Mire, esta es mi biblia, The New Yorker [muestra el ejemplar], cómo voy a serlo leyéndolo. Sería una lunática si estuviera feliz con lo que veo.

—¿Por qué triunfa Brunetti, que no es el típico tipo duro de las novelas policíacas, sino un comisario reflexivo y melancólico?

—Cuando escribí el primer caso de Brunetti había leído mucha novela negra, sobre todo anglosajona, y me di cuenta de lo ajenos a la sociedad que eran sus protagonistas, me parecían poco interesantes. No imaginaba ir a cenar con la mayoría de esos machitos, porque de qué íbamos a hablar, no leen, no les gusta la música, no les interesa la gastronomía, son gente muy alienada de la sociedad. Y por instinto, sin reflexionar, creé a Brunetti, un hombre interesante, normal y corriente, con el que yo me iría a cenar y con el que pudiera hablar de esto, de lo otro y de lo de más allá.

—¿Brunetti es de izquierdas?

—Sí, sea lo que signifique eso. Piensa que el Estado tiene una obligación, ocuparse de los ciudadanos, y esa es la diferencia fundamental entre las democracias europeas y la norteamericana. Porque no he visto nunca que el Gobierno americano tenga esa sensación de que es su obligación ocuparse de sus ciudadanos; si fuera así, habría cobertura sanitaria universal, universidades gratuitas. Hace años estuve en Venecia con un amigo que no era italiano y tuvo palpitaciones. Fuimos al hospital, le atendieron en urgencias y le dijeron que seguramente era un golpe de calor. Preguntó dónde pagaba, cuánto costaba, la enfermera le miró y le dijo: «Me va usted a perdonar, pero este es un país civilizado, no se paga». Para mí, eso es lo que hace un país civilizado, se ocupa de los ciudadanos. Así piensa Brunetti. Y, al igual que yo, no soporta las injusticias, odia el abuso de poder. Trata a los delincuentes con respeto, se preocupa por ellos, por que sus derechos se cumplan.

—¿La venganza es el motor que mueve el mundo, como sería el caso de esta novela?

—No. Es la codicia, la avaricia. Una vez que empezamos a quererlo todo, desde Ucrania al dinero, el coche o la mujer de otros, y pensamos que podemos tenerlo, eso nos dará problemas. Vivimos en un mundo donde veneramos el dinero y la gente se vuelve loca cuando hay dinero de por medio.

—¿Se ha planteado alguna vez volver a vivir en Estados Unidos?

—[Pone cara de espanto, hace la señal de los cuernos con las dos manos y simula que se ahorca antes de responder]. Ni de broma, hay tantas cosas de EE.UU. que no me gustan. Leo [muestra de nuevo The New Yorker] y me hace recordar lo suertuda que soy de no vivir allí [hace el gesto de disparar en referencia al asunto de las armas]. Están chalados, es un país de locos. Muchos políticos republicanos siguen diciendo que Trump ganó las elecciones. Es como decir que la Tierra es plana. Yo soy muy pesimista sobre lo que pueda pasar en el 2024.

—Ahora el Tribunal Supremo ha derogado el derecho al aborto...

—Lo que es interesante es que mucha gente que está en contra del aborto no tiene problema en aceptar la pena de muerte. Es un combo que va de la mano. No le encuentro ningún sentido. Por eso, para mí, es imposible vivir allí, porque me pasaría la vida nerviosa, agitada, y ellos no van a cambiar. EE.UU. está volviendo a la Edad Media, porque de repente resulta que una mujer no tienen ni voz ni voto sobre su útero.

—¿Ha defraudado Biden las expectativas que se pusieron en él?

—Lo admiro, me parece honesto, inteligente, un buen hombre, pero es que conduce una máquina que ya no funciona, está averiada.

«Venecia se convirtió en Disneylandia, no puedo vivir allí»

Donna Leon vivió muchos años en Venecia, pero ahora lo hace en un pueblecito de los Alpes. «Es muy agradable, muy tranquilo, se respira mucha paz, refresca por la noche, solo somos 350 habitantes y 350 vacas. Trabajo en el jardín, suenan los cencerros, me parece un lugar idílico donde trabajar», explica. Sus libros han sido publicados en 35 países y son un fenómeno de crítica y ventas en toda Europa y EE.UU., pero sigue sin querer que se traduzcan al italiano. Asegura que está «muy apartada de la vida moderna». No tiene móvil ni redes sociales: «Y prefiero las tragedias griegas a Netflix, sin duda».

—Abandonó Venecia porque le resultaba invivible por el turismo.

—Yo soy una persona tranquila y cuando llegué a Venecia en 1980 no estaba abarrotada. Pero luego se convirtió en Disneylandia y dije: «Esto no puede ser». Me irritaba cuando estaba allí, porque te ibas chocando con gente por la calle y no podías coger un barquito porque tenías que hacer una cola impresionante. Ahora voy regularmente. Me encanta Venecia, pero ya no puedo vivir allí. —¿Cómo surgió la idea de esta novela en torno a una ONG?

—Hace años hablé con un amigo italiano que trabajaba para una ONG, que en los últimos meses estaba muy callado y triste. Le pregunté qué le pasaba y me dijo que ya no podía más con su trabajo porque todo era una estafa. De repente vi que eso era un libro. Le dije que no me contara más, solo me interesaba que trabajaba para una ONG y algo iba mal, y partir de ahí podía idear una trama como me diera la gana.