Uxue Alberdi: «Las mujeres hemos sido contadas. Hemos contado mucho menos de lo que se nos ha contado»

Tamara Montero
Tamara Montero SANTIAGO / LA VOZ

CULTURA

MALENA FERNÁNDEZ

Premio Euskadi por Reverso, un ensayo sobre el patriarcado en la bertsolaritza, la escritora conversó en Numax con Susana Sánchez Aríns sobre el proceso de escribir la voz, de transformar la oralidad en literatura

01 ago 2022 . Actualizado a las 22:20 h.

Izaskun y Marijo distinguen perfectamente el sonido de la máquina de coser y de bordar de la otra y son capaces de saber por los ruidos que emiten si se va a atascar, si hay que limpiarla o si se va a romper el hilo. Ese juego de ecos es el que reproduce Uxue Alberdi (Elgóibar, 1984) en La trastienda, una crónica literaria de 40 años de historia de Euskadi y de las mujeres euskaldunas narrada por estas dos hermanas.  

—Viene a Numax a hablar sobre como escribir la voz. Leía que llegó a tener 50 horas de grabaciones de su madre y su tía entremezcladas con todo tipo de sonidos. ¿Cómo es el proceso de escribir una memoria sonora de esa magnitud?

—He escrito varios libros y creo que cada libro te va pidiendo diferente estructura, diferente técnica, volver a aprender, a reaprender e incluso volver a cuestionarte lo que tienes por literario. Para mí fue muy interesante, porque tuve que problematizar muchas concepciones que tenía yo, por ejemplo, sobre lo que es escribir bien, qué es lo que se supone que es literario y lo que no, que es lo narrable, lo cronicable. Mi madre me explicó cómo funciona la máquina de bordar, entretejiendo dos hilos que vienen por dos ejes diferentes. Del inferior viene el hilo guía, que suele ser blanco, y del superior, el hilo que bordará posteriormente el resultado, lo que se va a ver. Creo que en cada libro pasa algo así. 

—Decía en esa misma entrevista algo así como que el libro habla también de la disolución de la figura de la madre. ¿Por qué?

—Mi hilo guía, en este caso, fue una nostalgia anticipada al percatarme de que un espacio íntimo de mi infancia, incluso un espacio que existía antes de que yo existiera y que me ha conformado, iba a desaparecer próximamente y que era para mí un poco como la desaparición de la propia madre. Aunque esté viva, mi madre siempre ha estado para mí ligada a esta tienda, ella trabajaba allí nueve, diez, once horas al día, y yo siempre la buscaba ahí. Esa nostalgia anticipada es el hilo guía, pero eso no es un libro. Yo veía un potencial literario y pensaba que desde el punto de vista de dos tenderas, de dos libreras, bordadoras, costureras, y de dos tenderas a pie de calle se podían contar varias cosas. Se podían contar varios cambios culturales, sociológicos, familiares, ecológicos, políticos, de las últimas cuatro décadas en Euskal Herria. Mi propuesta fue: qué os parece si nos reunimos en la trastienda y me vais contando la historia de esta tienda y las historias que han pasado en este espacio o alrededor de este espacio. Y me puse algunas normas: todos los hilos partirían o volverían a la tienda y la más importante, que la voz debía de ser suya. Yo me daba el permiso de preguntar todo lo que quería pero no podía inventar nada. Se puede leer como una novela pero es un trabajo literario de no ficción.

—Preguntar lo que se quiera y no ficcionar nada es un ejercicio de periodismo puro, ¿no?

—Tiene algunas intenciones y modos de hacer que se parecen mucho al periodismo y luego tiene un tratar de ese material que tiene bastante más de literario. También es distinta la manera de preguntar. Quedamos 20 miércoles por la mañana en la trastienda de la tienda Pitxintxu con Izaskun y Marijo, las narradoras, que son también mi madre y mi tía. Yo no aparezco para nada, mi punto de vista no existe. Existe mi mirada en coser lo que ellas me cuentan. Cuando pregunto, no lo hago ni para la hija, ni desde un punto de vista periodístico si nos referimos a hechos objetivos, a qué pasó, a verificar... A mí me interesa reconstruir la memoria. Cuando escribo ficción me pregunto a mí misma, al texto, a los personajes. Aquí les iba preguntando a ellas. Muy pronto me di cuenta que la cuestión era preguntar bien, preguntar para el texto y no para la hija. Es una novela que no se basa en la trama, no hay suspense. Hay personajes, pero sobre todo está la voz de las narradoras, que yo creo que atrapan la sencillez y la belleza de la vida, o la vida desde el punto de vista de la sencillez, de lo cotidiano. Era un poco aguzar la vista y el oído y atrapar esos ecos sin explicarlos, solo poniéndolos uno al lado del otro o sugiriendo lo que puedes hilar. 

 —Habla también de como desaparece el comercio tradicional, que no es solo la pérdida de una actividad económica o un patrimonio como el de los oficios. Es que es también perder lugares comunes, sitios donde socializar y crear comunidad. Ahora es comprar rápido y a veces ni siquiera hay quien cobre.

—Yo he habitado esa tienda y lo que para mí ha sido para otras personas son otras tiendas, otros bares, otros espacios. Pero sí ha habido en pueblos, en ciudades, en calles, donde se vivía y aún en algunos sitios se puede percibir un tipo de bienestar que no tiene nada que ver con el tipo de bienestar nórdico que nos venden. Es un bienestar mucho más caótico, menos ordenado, pero son espacios donde entra mucha más gente. Podrían decir «ya viene a estorbar», pero cuando vives un espacio así te das cuenta de que hay un montón de gente que sacia sus necesidades emocionales y sociales en esos espacios: tiendas, tabernas... Y no todo el mundo funciona en el estado de bienestar que nos han vendido y que en gran parte hemos comprado también.

En el libro yo no hablo de todo esto, intento enseñarlo, sugerirlo. Para mí es muy importante el tipo de calles, el tipo de tiendas, el tipo de espacios que construimos, porque la arquitectura no habla sobre edificios, habla sobre gente, habla sobre vida. No entras a la trastienda de una inmobiliaria a hablar de filosofía, como hacen aquí, o sobre cine o literatura. En una tienda de este tipo, un negocio familiar, se mezcla negocio, vida, las necesidades de una comunidad. Estás cosiéndole un botón a alguien, luego le das la merienda a tu hija, estás en constante cambio. Siempre repiten una cosa: estamos aquí para dar un servicio. El feminismo que viven mi madre y mi tía, y su generación, a mí me ha enseñado mucho. Me ha calado y me doy cuenta de que el feminismo de mi generación tiene mucho más de esto [señala los libros]. De lecturas. Hemos tenido más acceso a un montón de textos, a estudio universitarios, muchas somos capaces de dar charlas feministas pero no somos capaces de en vez de dar de comer a nuestros hijos ponernos unos pantalones cortos a mediodía e irnos a correr. Su feminismo era quizá más imperfecto, no lo pensaban tanto. Creo que nosotras, en cierto modo, sabemos demasiado, hemos leído demasiadas cosas. Intentar ser la feminista prototípica nos coarta un poco en margen de movimiento, porque tenemos que hablar bien, tenemos que actuar bien, no tenemos que meter la pata, no excluir a nadie. Ellas iban practicando ese feminismo comunitario según las necesidades.

 —Más de acción.

—Sí, desde dar el servicio. ¿Hay alguien que necesita abortar y necesita esconder las pruebas de embarazo en algún sitio? Pues las guardamos. ¿Tenemos que hacer una manifestación por las mujeres de Basauri que enjuiciaron en el 82 por abortar? Pues cogemos una cinta aislante y hacemos una pancarta. Creo que ese feminismo no es casualidad. También es posible porque están enraizadas en una comunidad. Nuestro feminismo muchas veces más intelectual, de estrellazgo también, de líderes, de nombres y de títulos, tiene también mucho que ver con la necesidad que tenemos de agarrarnos a algo en estas vidas tan líquidas. Ellas son mujeres de pueblo y tienen su comunidad y esa comunidad apenas cambia.

Volviendo al principio, las cosas suceden en espacios, siempre, y necesitamos espacios comunitarios donde nos crucemos y podamos vernos y mirarnos y discutir y debatir. Y muchas veces en la vida moderna de este 2022 no pasa, o pasa mucho menos ese ir todos los días al mismo sitio y encontrarnos más o menos con las mismas caras.

 —Tener ese espacio de reunión no programada, pero que crea una comunidad.

—Y además esos han sido unos de los pocos espacios en donde las mujeres se podían organizar o ayudarse mutuamente sin levantar sospecha.

—Porque en realidad es un sitio privado, a donde históricamente se ha relevado a las mujeres. A la trastienda.

—Y también no se supone que van ahí a organizarse, van a comprar algo, van a hacer lo que hace una mujer, ¿no? [sonríe]. Pero de paso pueden hablar, pueden ayudarse, pueden dejarse dinero... Creo que son espacios que están entre lo privado y lo público, porque como repiten Izas y Marijo en el libro, la puerta de la tienda está siempre abierta. Ellas han tenido esa política desde el inicio, la puerta no se cierra, en invierno tampoco. Les parecía importantísimo que la calle entrase a la tienda y que la tienda saliese a la calle. Han creado un espacio que va más allá de lo que ellas venden en la tienda. Es un espacio proactivo de vida sin grandes objetivos.

«Todas las vidas se pueden revalorizar usando la herramienta literaria»

—Sin pretensiones.

—Sin pretensiones. Son frases para mí tan sencillas como la que dice Izas en un momento: «Me parece importante que las mujeres pisen la tierra que tienen alrededor». Es una frase sencilla, pero muchas veces no nos damos cuenta del espacio tan reducido que habitamos, porque nos da miedo ir más allá, porque cómo vamos a ir solas al monte, o salir a correr o en bici. Esa manera de moverse en lo público y lo privado, de rasgar las costuras y llegar un poquito más allá de lo que se supone, es una manera de practicar y de crear libertad en minúsculas.

Siempre me lo recuerdo a mí misma cuando hablamos de cambios y de revoluciones: sí, pero sin perder la ligereza y la alegría. Ellas son unas guerreras pero nunca pierden la alegría y la ligereza. Y para mí eso era importante, atrapar ese polvo dorado dentro de un espacio que a priori no es bonito. No es una librería tan bonita como esta [mira alrededor] tan especializada. Ellas no son eruditas, son unas mujeres de pueblo que crearon una tienda para poder crear libertades pequeñas. Pero en la zapatería de enfrente hay una chica que nace para la tienda y es casi una esclava. Trabaja 50 años en el negocio familiar sin cobrar un sueldo. Y esas dos realidades convivían a diez metros de distancia. El mismo espacio o la misma realidad puede ser lo contrario. ¿Una minifalda es revolucionaria o es represora? Pues según dónde, cómo y para qué.

—Según el contexto.

—Según el contexto y para quién. Me gusta mucho que esas cosas que han convivido y nunca se han hablado. Ha habido un montón de lectores y lectoras que han ido a la tienda y les decían «es que no tenía ni idea de todo esto». Y esto pasa en cada rincón, cada rincón tiene su historia y cada persona tiene más de una historia.

 —Hay muchísimas trastiendas al final, ¿no?

—Sí, todas las vidas cotidianas se pueden revalorizar usando la herramienta literaria, pero tienes que encontrar la estructura y la palanca que le dé un sentido al relato. Para mí eso es lo difícil y lo bello de escribir. Muchas veces, hasta que encuentras esa palanca las historias no se abren. Yo tengo 38 años y hasta que se me ocurrió nunca se me había ocurrido escribir esta historia. Llevaba toda la vida pasando por allí sin darme cuenta de que podía haber una historia.

—Volviendo al hilo guía de esta entrevista, que es escribir la voz, y si se me permite la metáfora textil: ¿Este libro también sirve para remendar esa situación histórica de que la palabra escrita, que es la que prevalece, ha sido patrimonio de los hombres?

 —Toda la esfera pública ha sido patrimonio masculino, también lo oral. Yo soy bertsolari. Uno de mis dos trabajos, aparte de escribir, es improvisar. Reverso trata justamente de eso. Nos valemos de la tradición oral pero no hemos sido dueñas de nuestra historia, dueñas de nuestra voz y dueñas de nuestro movimiento. En los espacios que han tenido menos autoridad a las mujeres se nos ha permitido estar más, pero no porque hayan sido nuestros, sino porque tenían menos autoridad. Y pasa también con los oficios. Cuando uno de mucha autoridad empieza a feminizarse de repente empieza a perder prestigio.

 —Y al contrario. Solo hay que ver lo que ocurre con la cocina.

—[Ríe] Sí, sí, sí, eso es. Y los sastres lo mismo. Son los cuerpos y es la lectura de esos cuerpos lo que valoriza la historias, las voces, los trabajos, los oficios, y no al revés. He tenido todo el tiempo en la mente el esquema de una tienda: escaparate, tienda y trastienda. Y he ido aplicándoselo simbólicamente a todo: qué ha estado en el escaparate, quiénes han estado en el escaparate, qué historias han estado en el escaparate, qué voces, qué maneras de narrar, qué cánones... Quién ha estado en la compra-venta, en la acción en cada momento histórico y qué cuerpos, qué voces, qué historias se han guardado en la trastienda, que es a su vez lo que sujeta el escaparate.

No sé si es remendar, pero es darme el permiso de contar desde ahí y darme cuenta de hasta qué punto también esa mirada masculina me cala aunque no lo quiera. Tenemos la noción de qué historias son las importantes, todo lo que se ha unido a lo femenino y la literatura femenina (lo intimista, lo pequeño, lo cotidiano), nos afecta. Si esto en vez de ser la historia de mi madre y de mi tía fuese la historia de mi padre y de mi tío, si en vez de una mercería-librería fuese una fábrica de máquina-herramienta y en vez de pruebas de embarazo lo que esconden fuesen armas y en vez de la lucha feminista fuese la lucha política o armada de ETA, automáticamente el libro tendría otro valor histórico. Se tomaría como un libro más histórico, más político, más social.

Debemos de reivindicar que somos parte de la sociedad. No es solo que la historia la escriban los vencedores, es que también la inescriben. Creo que es algo que no tenemos que repetir todo el rato. Se nos silencia, pero además no es que solo se silencien nuestras historias, nuestras voces, nuestra palabra, lo que tenemos que decir, no es que siempre tenga menos valor, sino que la violencia que se ejerce sobre nosotras se inescribe. No se cuenta y se naturaliza. Habitamos esos espacios sin darnos cuenta de los hilos que nos atan y de la boca que nos están cerrando todo el tiempo.

—Desde lo local, habla de un concepto universal, que es como las mujeres somos silenciadas. 

—Sí, ese es uno de mis hilos guía, escribo desde ahí y miro desde ahí, pero por otra parte no es solo reivindicarlo, sino contar lo que solamente se puede contar desde ahí. Hablaba con una amiga, cuyo padre es un bertsolari famoso, y le decía que en La trastienda están las memorias de mi madre y no las de su padre. Su padre tiene nombre y apellido, ha estado en grupos, en momentos que son parte de la historia de Euskal Herria. Cada vez que él da una charla el sitio se llena. Estas dos narradoras no pueden contar lo que cuenta este hombre, pero este hombre tampoco puede contar lo que ellas cuentan. Por eso para mí es tan importante que la voz fuese suya, porque incluso la posición que tengo yo dentro de la cultura en euskera y la que tienen ellas es muy diferente.

Para poder contar lo que cuentan tienen que contarlo desde ese sitio, el de dos mujeres de casi 65 años, sin titulaciones académicas, dos hermanas que han vivido siempre en el mismo sitio, que han elegido vivir en el idioma que peor hablan, que tienen un euskera cojo pero se sirven de él. Ese ha sido otro reto. Podría haber hecho las entrevistas en castellano, porque su expresividad es mayor, podrían contarme más cosas, pero ellas han decidido vivir en euskera. Iba a intentar hacer un libro literario basándome en una oralidad coja, porque en nuestro país hay un montón de hablantes deficientes en contra de su voluntad, por razones políticas, sociológicas...

 —Como aquí.

—Como aquí y en la mayoría de los sitios del mundo en los que hay lenguas más grandes que oprimen a las pequeñas. También es qué se puede contar desde un idioma que está en la trastienda, unos cuerpos que están en la trastienda, una edad que está en la trastienda, desde un pueblo y una geografía que están en la trastienda. Muchas veces incluso yo misma dudaba. ¿Esto que me cuentan tiene el suficiente peso, el suficiente valor para ponerlo por escrito en un libro? Todo el rato me decía «no intentes elevar el texto». Ni de forma intelectual, ni de forma poética. Todo el rato tenía esas tentaciones, porque estás atada a esa idea de la buena literatura. Pero tenía que atrapar el tipo de belleza que tiene, y para eso tenia que usar las herramientas y el material con el que está construido ese espacio, esa gente, ese aire. Me decía que estaba cosiendo con telas de trapo, con brillantinas, con plumas, con telas de carnaval. Que no iba a hacer un traje inglés ni estaba cosiendo seda. Tenía que ser funcional, tenía que tener holgura, vuelo y gracia. [Ríe].

—Habla de trastienda y pienso en cómo somos nosotras las que tenemos que desenterrar nuestra propia memoria, hacer arqueología para encontrar nuestra genealogía. 

—Es que hemos sido contadas. Hemos contado mucho menos de lo que se nos ha contado y si habitas un idioma no hegemónico, dos veces. A los euskaldunes se nos cuenta. Tenemos muchas dificultades para autorrepresentados, hay siempre un imagen externa que se da de nosotros y tienes que estar todo el rato construyéndote según ese espejo deformante que te ponen delante. A las mujeres nos pasa mucho. En Reverso aparece como sales a la esfera pública y ves la mirada masculina que se proyecta en ti. Al principio puede ser incluso como un juego, porque estamos acostumbradas a que se nos lea así. Y es siempre en un ambiente festivo, entre hombres progres, amigos, gente con la que te lo estás pasando bien. Pero te das cuenta de que en la actuación doscientas sigues haciendo un discurso de rebote porque la norma, lo neutro, son ellos y su discurso, y tu imagen y tu voz pasan por su filtro, por ese reflejo. Ha pasado hasta que hemos creado actuaciones feministas de solo mujeres, hasta que hemos empezando a autorrepresentarnos, también con sus peligros.

—La norma es el hombre. Nosotras somos lo que no es hombre.

—Sí, pero también nosotras somos el hombre cuando leemos, cuando escuchamos, porque hemos sido socializadas de esa manera. Cada vez que escribes una historia, que te cuentas, que cantas, estás todo el rato midiéndote: está el síndrome de la impostora, de si estás siendo lo suficientemente buena, o demasiado victimista...

—Buena o mala feminista...

—Sí, perfecta. El feminismo nos ha dado las gafas para poder vernos o para poder ver el mundo que nos rodea, pero por otra parte nos puede restar tiempo para pensar sobre otras cosas. Cuando me dieron el premio Euskadi por Reverso hice una reflexión: la violencia que sufrimos nos obliga a pensar esa violencia y eso no nos deja pensar el mundo. Quizá si los hombres pensasen más sobre el machismo, nosotras podríamos pensar el mundo. Esa lucha la tenemos todo el rato y como bertsolaris, lo mismo. Cuando te ponen un tema eres consciente de que es muy diferente cantándolo desde un lugar neutro masculino o llevándolo a otro sitio, desde otro cuerpo y otras trastiendas. Si cantas desde ahí, muchas veces la reacción es: «ya están con lo mismo». Esa autorrepresentación es absolutamente necesaria, pero mientras estamos pensando el feminismo desde la representación oral en Euskal Herria, los hombres están practicando la técnica, están cantando, están divirtiéndose. Y yo también quiero bailar, pasarlo bien, ser una bertsolari más técnica, trabajar las dificultades que tiene el oficio en sí y no la posición que ocupo en el oficio. Estamos todo el tiempo haciendo ese doble trabajo, estamos en constante lucha con la posición que ocupamos y lo que se puede y no se puede decir desde esa posición. Es lo que más me interesa, me encanta pensar sobre esto, pero muchas veces me pregunto ¿en qué pensaría si no tuviese que pensar en esto? [Ríe]. 

—¿Reverso ha sido una forma de reapropiarse, tomar, ocupar el espacio público de la oralidad desde la palabra escrita?

—Yo lo veo como analizar un espacio que conozco muy bien, muy particular y muy analizable, porque es un sistema relativamente pequeño. Hemos hecho una articulación feminista y hemos creado un lenguaje común. Parte de una sola y amplia pregunta: ¿Te ha afectado ser leída como mujer a la hora de improvisar bertsos en tu margen de movimiento? Si te ha afectado, ¿de qué manera? Lo que hecho ha sido cruzar sus testimonios con la teoría feminista, sobre todo del mundo de la literatura y del arte, pensando que lo que otras han pensado antes sobre el espacio público, sobre los patrones opresores de la voz pública de las mujeres, puede servirnos a nosotras. Y creo firmemente que desde un idioma no hegemónico, desde una práctica muy particular, se puede pensar el mundo. Es un ensayo que parte de la bertsolaritza pero se puede extrapolar, porque identifico 22 mecanismos de opresión que se podrían llevar a cualquier otro ámbito. Nos han escrito mujeres remeras, ciclistas, artistas, profesoras de universidad, periodistas, bailarinas...

«El hombre es la palabra, le pertenece la palabra pública. Y una mujer tiene que llegar hasta ahí»

—El mecanismo de opresión se ve en cualquier ámbito.

—Sí. Ha sido pensar hasta qué punto vamos a admitir que esto son anécdotas. Vamos a hacer una foto con todas estas anécdotas y vamos a armar un marco teórico y una estructura que retrate al monstruo. Si solo le vemos una pezuña sale que es una casualidad, que solo me ha pasado a mí, que qué habré hecho, pero cuando ves todo el monstruo, todas las piezas, te das cuenta de que es así como se te despoja de la autoridad. Antes de que yo abra la boca está operando todo esto a la vez: se me está sexualizando, se me está leyendo como mujer, hay unas expectativas. ¿Por qué no nos llaman para hablar sobre la bertsolaritza y siempre nos llaman para hablar sobre mujeres y bertsolaritza? ¿Por qué no me siento autorizada para pensar y para nombar mi oficio? Porque parece que el mundo de las emociones, de los testimonios, si que se nos deja, pero cuando ya pasamos al mundo del pensamiento de la teorización, de definir, de nombrar, ahí ya se levantan y dicen, nos parece muy bien que conteis vuestras vivencias y como os sentís...

—Pero ser una parte que fija teoría y conocimiento, que sistematiza la mirada, eso sí que no.

—Y este libro es esto sí que sí. Vamos a definir nosotras mismas nuestra experiencia, nuestro oficio. ¿De qué trata el bertsolarismo? ¿Es un ejercicio dialéctico, como si fuésemos cabezas parlantes? ¿Qué papel juega el cuerpo? ¿Qué significa cantar desde un cuerpo leído como mujer? El libro se abre con una pregunta que me hizo Itziar Okariz: ¿Cómo se llega al bertso desde el cuerpo de mujer? La pregunta era cómo se llega a la palabra desde el cuerpo de mujer. Es que tienes que llegar. El hombre es la palabra, le pertenece la palabra pública. Y una mujer tiene que llegar hasta ahí, y también todos los otros cuerpos oprimidos, devaluados. Creo que el libro trata de eso, de pensarlo, de nombrarlo. Vamos a tomar la plaza y no solo desde la calidad de invitadas a esta fiesta, porque cuando eres la invitada no criticas, dices gracias y sonríes. Es decir, vamos a organizar una fiesta, poner las normas.