Jorge Drexler: «Decir que "esta generación escucha una música de mierda" me parece una afirmación xenófoba»

Javier Becerra
Javier Becerra REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Jorge Drexler
Jorge Drexler RAUL MARTINEZ | EFE

Acaba de sacar «Tinta y tiempo», un disco que desafía la inercia social y lo muestra como un artista vivo y abierto a los nuevos sonidos

01 ago 2022 . Actualizado a las 20:38 h.

Cinco años ha tardado Jorge Drexler en editar un nuevo disco, tras aquella joyita titulada Salvavidas de hielo (2017). Ahora ha descargado su sensibilidad y precisión en Tinta y tiempo (2022), un álbum basado en las diferentes formas del amor. Salvo sorpresa —ojo, que es un habitual del Náutico de San Vicente—, para escucharlo en Galicia habrá que esperar al otoño. El 22 de octubre actúa en A Coruña. 

—En un momento en el que se critica la obsesión de la gente por grabarlo todo, usted va y en «El día que estrenaste el mundo» da las gracias de tener registrado el nacimiento de su hija. ¿Le gusta llevar la contraria?

—¿Sabes una cosa? Quejarse es la peor actitud del mundo. Odio la canción protesta. Nunca he podido escribir así, no me sale. Me remito al discurso de Leonard Cohen cuando aceptó el premio Príncipe de Asturias: «Cuando te veas afectado por el desasosiego nunca te quejes. Hay que enfrentarse a la adversidad con las herramientas de la belleza y la elegancia». Si tuviera que hacerme un tatuaje me lo haría con esas palabras. Quejarse me parece una actitud totalmente inservible. Lo mejor es hacer algo. A mí me gusta la canción de acción, la canción que denuncia algo pero que tiene un efecto proactivo también.  Por eso cuando encuentro un elemento del que todos nos quejamos de manera sistemática e hipócrita, como es por ejemplo con la fotografía o la telefonía, intento desmontar eso. 

—Lo hace también con el algoritmo, otro demonio moderno.

—Sí. ¡La gente tiene un concepto tan malo y tan falso del algoritmo! Hay cosas muy criticables, pero antes de estar quejándose todo el tiempo de algo que usamos tanto habría que preguntarse qué está pasando. Cuando yo digo «¡oh, algoritmo!», a pesar de que tiene la admiración, la gente dice: «Ah, la canción de protesta contra el algoritmo». Y no es una canción de protesta contra el algoritmo, sino que es una canción de protesta contra mí, contra la tendencia que tenemos a renunciar a nuestro libre albedrío con tal de que nos ofrezcan soluciones fáciles y digeribles. Es una canción sobre el miedo a la libertad, el que tengo yo, que le pido al algoritmo que me resulta el problema de la crisis compositiva. Por eso le digo: «Dime qué debo cantar». Es una canción irónica, algo que no suelo usar.  

—¿Es la excusa para justificar los fracasos?

—Hablamos solo de las cosas que no nos convienen, cuando no te posicionan en tu trabajo en el lugar que cree que mereces. Cuando salen las cosas bien no se dice nada. El algoritmo lo usamos para todo. Detengámonos a pensar: le estamos preguntando a una fórmula matemática cuál debería ser nuestra pareja. Es muy loco todo lo que pasa con el algoritmo y la responsabilidad que le damos. Se ha convertido en una especie de nuevo oráculo en esta sociedad en la que vivimos. Pero yo odio echarle la culpa a cosas inertes. Antes nos enojábamos con las computadoras, cuando son simples herramientas. Puedes disparar un misil tierra-aire con ella o componer una bonita canción. Tú eres quien hace uso de esa libertad. Y la libertad, como decía mi querido maestro Antonio Escohotado que en paz descanse, es sinónimo de responsabilidad. No todos queremos ser responsables.

—«Tocarte», el tema que hace con C. Tangana, es tremendo. ¿La pandemia nos ha hecho obsesionarnos con el roce de la piel?

—Sí, totalmente. La escribimos en mi casa, justo cuando terminaba el confinamiento. Vinieron Pucho [sobrenombre de C. Tangana], Víctor Martínez, su mano derecha, y mi hijo Pablo. Uno de ellos venía de encontrarse con su novia. Hacía tres meses que no la veía, pero no se habían podido tocar porque tenía un familiar cercano que era población de riesgo. Llegó nerviosísimo contándolo. Le dije: «Vamos a escribir de eso, de anhelar el contacto directo, el físico y carnal. Y al tiempo, no poder evitarlo, inclusive jugándose la vida». Ahí empezó Pucho a escribir. La hizo principalmente él. La música está hecha completamente por ellos tres. Muchos hablan de muchas cosas de Pucho, pero pocos resaltan la capacidad melódica que tiene. Me parece un melodista de calidad superior. 

—En su disco “El madrileño” (2021) lo ha demostrado a lo grande.

 —Él despista mucho porque cita a muchas melodías preexistentes. Uno tiende a olvidarse de las melodías originales que tiene el disco o, inclusive, la mezcla de ambas. El resultado es que las canciones de El madrileño se van a quedar en la sobremesa de España durante mucho tiempo. Yo solo escribí el texto de la mitad de la canción parta adelante. Eso de «Quiero lamer la sal…» [la canta]. Pero todo lo demás, incluido ese estribillo brillante en el que no dice nada más que «tocarte» ocho veces, es de ellos. Es un ejemplo de Pucho como creador magistral: ese de cambio melódico entre estrofa y estrofa y de minimalismo. La canción no tiene bajo. Está hecha con tres instrumentos: un bongó marroquí, unas maracas y una cabaza. Esos tres elementos, que son los únicos instrumentos de percusión menor que tengo en mi casa, son los que usaron para la base. Las canción es de un minimalismo para mí inaccesible. Fue toda una lección de composición. Igual que las rimas como «valiente o gallina / la bolsa o la vida», que va en contra completamente de todos los dictámenes del barroco y lo que uno intenta aprender de estructuras de rima [risas]. Eso ni siquiera es del rap, es el trap.

—Dice que usted aportó solo este verso: «Quiero lamer la sal que traes de la playa». No se me ocurren letras que retraten de una manera más bonita lo que es el deseo.

—Sí, es un deseo veraniego, de tarde. Siempre lo imaginé así tras un baño. Es una imagen que tengo en mi cabeza desde hace muchos años. Guardo muchas. La de la canción Cinturón blanco viene de una conversación que tuve en el 98 con un amigo. Me comentó que Bruce Lee hablaba de una academia de Kung-fu en la que solo había tres cinturones: el blanco para los principiantes, el negro para los que adquirían toda la técnica y eran maestros y, si querías ser un profesor, te daban de nuevo el cinturón blanco, porque implicaba desaprender lo que habías aprendido para ver todo con ojos nuevos y no ver la técnica como un recurso mecánico.

—En cierto modo, C. Tangana se ha convertido para mucha gente en el demonio del pop español. Se dice que él se arrimó a artistas consagrados como usted para coger prestigio. Por su parte, según este argumento, los consagrados como usted se arriman a él para darse un aire de modernidad. ¿Que piensa?

—Es una pregunta muy importante. Por ejemplo, hace poco salió una crítica que elogia mi disco pero que odia a Pucho y dice que ni siquiera él puede arruinar esa canción, Tocarte. Pero es que esa canción es 100% Pucho. Y no es que no la pueda arruinar, es que yo en esa canción no participo creativamente. Soy tratado como un intérprete por él, lo cual me pone muy feliz porque a él le gusta mucho como yo canto, mucho más que me gusto a mi mismo. Él me encuentra eso, me dirige la grabación vocal pegando la boca contra el micrófono. Está hecha en una sola toma. ¿Cómo te puedo explicar esto?

—¿A qué se refiere?

—Vamos a empezar por lo general, porque sí que se dice que me acerqué a Pucho a ver si me podía llegar a ese público joven. Voy a ser muy claro. La participación de Pucho en mi disco no mete público joven dentro de mi proyecto. Como estrategia de márketing sería muy mala. El gran crossover es el de Pucho de abrirse a un público más grande. Pero no porque estemos nosotros, sino porque ha abierto su repertorio y su manera de escribir. A lo mejor lo ayudamos, ojalá que sí. Pero, si te fijas, Pucho tenía al alcance de su mano trabajar con gente mucho más mediática y exitosa que nosotros. Mira todas las figuras de la música urbana a la que tenía acceso. Son mucho más famosos que Andrés Calamaro, Kiko Veneno, Antonio Carmona o yo. Somos cuatro artistas que no estábamos realmente en el mainstream, hablando de lo que hoy en día es la música en español en el mundo. Podía llamar a los popes. Ninguno de nosotros vamos por autovías. Llamó a artistas de carreteras comarcales para su proyecto [risas].

—¿Cómo lo conoció?

—Lo llamé por las letras que encontré en el disco de Rosalía El mal querer, que me impresionaron mucho. La gran sorpresa fue sentarme con él en un estudio y ver su capacidad de hacer melodías. Sinceramente, mi público en Latinoamérica es bastante más joven que el que tengo en España. Y, por si hiciera falta aclararlo, nunca en mi vida he elegido a las personas con las que colaboro desde el punto de vista de la fuerza mediática. He tenido la fortuna de trabajar con varios de los nombres más mediáticos y de rechazar a gente aún más mediática. Porque quiero que las canciones lleguen a otra gente, pero no es la prioridad número uno que tengo. Cuando llamo a Pucho lo que me interesa es mantenerme vivo en el mundo de la creación y mantener la discoteca abierta. No tener neofobia. Ya venía tiempo atrás hablando bien del reguetón.

—El titular de una entrevista que dio a La Voz en el 2018 iba sobre el puritanismo de muchas de las críticas al género.

—Lo recuerdo. Ya venía indicando entonces que había que estar abierto. Eso de decir que «esta generación escucha una música de mierda» me parece una afirmación xenófoba. Me parece un punto de más de discriminación y un síntoma de algo muy grave: la neofobia. Eso es un miedo territorial. Una generación que siente que pierde territorio se defiende desconfiando y atacando a la generación más chica. Pero es una discriminación tan fea como las éticas, raciales o religiosas. Decir «todos los jóvenes son idiotas» o «toda la música es mala» no solo es triste y burro, sino que es grave. Refleja atrás un tipo de pensamiento altamente intolerante. Otra cosa son los gustos. Los hay y, por supuesto, cada uno tiene derecho a que le parezca mal lo que hago yo o lo que hace C Tangana. Faltaba más. Eso está muy bien que pase. Lo que me parece menos elegante y justo es no darse cuenta que eso no es márketing. Con todo el amor que le tengo al equipo de márketing de mi discográfica, ese no es el tipo de decisiones en las que ellos participan. Nadie me dice: «Oye, colabora con este artista que es joven y tiene un montón de seguidores». Nunca en mi vida lo he hecho.

—C. Tangana se había convertido en el villano perfecto de la música española. De repente, en «El madrileño» incorpora a su mundo gente de mucho prestigio. Que el representante de la supuesta «música mala» se junte con los de la «música buena» ha provocado una especie de cortocircuito en muchas mentes.

—Porque así no puedo encontrar yo mi lugar en el mundo. Hay una cosa muy importante que la gente no tiene en cuenta. Pucho se acerca a nosotros, pero antes de acercarse a nosotros se acerca a un repertorio de música popular. Aparece la guitarra española. La gente habla mucho de nosotros, pero no de Víctor Martínez, que es el gran revolucionario de El madrileño. La gran persona que influye en El madrileño es él. Alizzz ya estaba antes.

—«Cobra lo que tengas que cobrar, pero trabaja por amor al arte» canta. Bonita definición del oficio y de la ética.

—Es una declaración deontológica de la ética de la profesión. La medicina tiene una ética muy clara. Cuando yo llego a la música veo que hay un poco de confusión con eso. Percibo que a los músicos les da vergüenza cobrar, que nos da vergüenza hablar de dinero. Lo que hacemos es tan bonito y, a veces, tiene una apariencia tan etérea que muchas veces confundimos eso. Por eso yo digo: amor al arte, que va más allá de no cobrar. No, lo importante no es que cobres, ni el numero de seguidores o las ventas. Si eligiera solo música que vende mucho, me hubiera quedado sin Fernando Cabrera en Uruguay. Si hubiera elegido música que vende poco me hubiera quedado sin The Beatles. No es una variante para mí. Pero esto es una profesión. Honrar la música es cobrar por ello y vivir dignamente, que para mí es un privilegio. Aunque es muy importante no confundir precio con valor, que es algo muy común en esta sociedad capitalista en la que vivimos.