«Modelo 77» pone luz sobre la negrura de las cárceles heredadas de la dictadura

Jose Luis Losa SAN SEBASTIAN / E. LA VOZ

CULTURA

El director Alberto Rodríguez (c) y los actores Javier Gutiérrez (2d), Fernando Tejero (i), Miguel Herrán y Catalina Sopelana
El director Alberto Rodríguez (c) y los actores Javier Gutiérrez (2d), Fernando Tejero (i), Miguel Herrán y Catalina Sopelana Javier Etxezarreta

El filme de Alberto Fernández se presentó en el Festival de San Sebastián

17 sep 2022 . Actualizado a las 10:19 h.

El cine español ofrece -como el relato de nuestra propia sociedad fuera de él- un tremendo agujero negro, un tiempo de invisibilidad o de silencios que abarca buena parte de nuestro siglo XX. Sobre la situación de los presos en las cárceles heredadas del régimen franquista por los gobiernos de la Transición hay que remontarse nada menos que a La fuga de Segovia, que filmó en 1981 Imanol Uribe, para encontrar una película que hable de la situación penitenciaria con un contexto político.

Por eso, ya de partida, Modelo 77, que inaugura esta 70ª edición del Festival de Cine de San Sebastián, es una obra importante. Porque, además, Alberto Fernández aborda la crueldad con la cual se prorrogó un trato fuera del estado de derecho (con estancias preventivas de años entre rejas y con la violación de los derechos humanos de los presos comunes hasta al menos comienzos de la década de los 80) desde la perspectiva autoconsciente del cine de género carcelario, en el cual inscribe la aventura y el tormento de esos hombres que no gozaron de las amnistías que devolvieron la libertad a los detenidos por razones políticas. Y esto acerca una denuncia hasta ahora silente en nuestras pantallas a un público de amplio espectro.

Ambientado en la Cárcel Modelo de Barcelona en el periodo que va de los gobiernos de Arias Navarro hasta el final de los 70, la historia asienta sus columnas sobre dos personajes: un joven debutante entre rejas y un veterano de mil penales que casi nació como carne de cañón. Y es formidable cómo se desenvuelve ese prístino juego especular entre Miguel Herrán (a quien no conocía; confieso no haber visto esto de La casa de papel) y Javier Gutiérrez. Es muy grande la labor de Herrán porque casi toda la película se articula en su puesta en equilibrio ante nada menos que Gutiérrez, quien de nuevo se reinventa en un registro medido, de una sobriedad ajena a lucimientos vacuos, lo que le pide el papel: es el suyo el rol sobre el que recae la toma de conciencia, desde el descreimiento del que le vemos partir, el que le lleva a aislarse en la nebulosa literaria de las naves espaciales y los limbos y las cosas que ha visto y que nunca creeríamos. Y le acerca e implica en el movimiento asociativo de los presos comunes de la dictadura para lograr su amnistía. En realidad, reinventarse es una tarea titánica y la base de la profesión de actor. En Javier Gutiérrez semeja algo orgánico, las sístoles y diástoles siempre acompasadas a las exigencias de sus personajes son una lección de la profesión y de su genio.

Modelo 77 es una nueva muestra de la solvencia de Alberto Rodríguez en el film noir (me fascina particularmente La isla mínima) donde también hacían presencia las sombras o los muertos de nuestro tiempo sin ley) o en sus derivadas, aquí el citado subgénero de prisiones. Creo que la película es más poderosa en su primera parte y que en la segunda hay algún mecanicismo de guion, en el crescendo de los motines. Pero en la historia -pequeño spoiler, quedan avisados- no falta uno de los elementos basales de este universo de celdas y torturadores. El primer derecho de todo preso es el de la huida, tal y como le recuerda Gutiérrez a Miguel Herrán. Y esa solución -cuando ya se han agotado todas las luchas y nunca llega, ni llegará, la amnistía para los comunes- está resuelta con entereza, con ceremonia de los adioses cabalmente seca y emotiva al tiempo. Y la apariencia de happy-ending encierra, en realidad, una derrota colectiva. La que depararon unos gobiernos que, ya en periodo democrático, esclerotizaron la situación de las cárceles y su situación impropia de un estado de derecho. Por eso Modelo 77 aquilata tan sabiamente el relato dramático bien conocido (los chivatos, los protegidos, los bocones, los jefes dentro de la trena y sus camarillas, la tortura o el aislamiento) y lo rezuma como cine político de facto, noble y directo, nunca enfático. Pone luz sobre la negrura de unos espacios a donde la libertad tardó demasiado en llegar. Y nos devuelve finalmente el pulso por alcanzarla en forma de obra de emoción y de combate. En una de las mejores inauguraciones de las que guardo recuerdo en este festival.