Emily Ruskovich: «Nunca hay un motivo para matar a un niño»

CULTURA

Sam McPhee

Convertido en un éxito mundial, «Idaho» no busca indagar en las razones, sino en la onda expansiva de la tragedia. Ahora llega a España de la mano de Random House

24 sep 2022 . Actualizado a las 11:03 h.

En el 2019, Emily Ruskovich se adueñó, con solo 33 años y su primera novela, del premio literario más importante de Irlanda, uno de los más cuantiosos del mundo. Cuando descolgó el teléfono y recibió la noticia, creyó primero que había escuchado mal; a continuación, que tenía que haber un error. No lo había. Ambientado en las montañas que le vieron crecer y que le dan nombre, Idaho se adentra de tal forma en la complejidad del alma humana —amor, oscuridad, locura— que convierte un hecho inconcebible como el asesinato de un hijo en un poderoso jeroglífico que traspasa fronteras. No es lo que sucedió la incógnita, sino el mecanismo de la comprensión y la memoria, también la onda expansiva de la tragedia. Este novelón, que llega ahora a España de la mano de Random House, arranca en un caluroso día de agosto de 1995. Una familia viaja en camioneta hasta un claro en el bosque para recoger leña. La madre corta ramas, el padre las amontona. Las niñas, de 9 y 6 años, juegan, cantan y beben limonada. De repente algo terrible sucede. «He escrito sobre lo que más miedo me da —confiesa—. Y lo que me da más miedo es un acto que en un instante puede acabar con todo lo que amas».

­—¿De dónde sale esta novela?

—Desde niña, siempre he tenido un sentimiento muy fuerte de duelo. Nunca he sabido de dónde venía, porque no había perdido a nadie, tuve una infancia muy feliz, me han querido mucho, pero sentía constantemente una tristeza profunda con respecto a algo que no tenía nada que ver conmigo. La escritura de Idaho fue una exploración de eso, quería escribir un libro que transmitiese la oscuridad que hay dentro de todos nosotros, la tristeza y el dolor, y la posibilidad de destrucción que está por todas partes. Pero al hacerlo pensé que podría hablar también de la luz y del perdón, del amor. Si no hubiera encontrado esta luz y este perdón, no habría publicado el libro.

­—Ha contado en varias ocasiones que cuando empezó a escribir ni siquiera sabía que iba a haber un asesinato.

—La verdad es que no tomé ninguna decisión inicial, pero cuando me puse a escribir supe inmediatamente qué iba a pasar en la historia, y no quería permanecer en ese espacio mucho tiempo, en el espacio en el que una madre mata a su hija, así que para comprender a los personajes me los imaginé con los rostros de la gente que quiero, les di parte de su alma. Sobre todo, escribí a partir del sentimiento de temor a que todo salte por los aires. Creo que es un sentimiento que todos tenemos, siempre está ahí esa incertidumbre de hacer algo y destrozar nuestra vida en un segundo.

­—¿Cómo se cuenta una historia terrible de una manera tan delicada, casi bonita?

—El proceso de escritura sigue siendo para mí muy misterioso. Yo sabía que tenía que amar y entender a estas personas, por eso los identifiqué con los que me rodean. Pensé: ¿y si de repente mi padre sufriera demencia? ¿Y si por la demencia resulta que daña a personas que quiere? ¿Y si descubro que mi madre ha cometido un acto horrible? ¿Cómo encontraría a mi madre en esa persona tras saber que ha podido cometer algo así? Para mí, era necesario dar con una profundidad del personaje que va más allá de las acciones.

—La estructura es compleja, con muchos saltos temporales, ¿por qué decide contar así la historia? 

—Fue la parte más difícil, porque yo no abordaba nunca el suceso, escribía siempre alrededor o en torno a él. Daba saltos en el tiempo todo el rato, no porque quisiera hacerlo sino porque me parecía que era la manera de captar la reverberación de lo que realmente había sucedido más allá de los años que están en el centro de la historia: cuánto tiempo dura una tragedia, cuánto tiempo dura esa onda expansiva de la de la tragedia, cuánto tiempo recuerdas y cómo al cabo de unos días o semanas o meses ya no está, ya no ocupa un primer lugar para ti por una cuestión de supervivencia y en cambio para otras personas es lo primero en lo que piensan al levantarse por la mañana y lo último en lo que piensan al acostarse por la noche.

—¿Qué da más miedo, el acto violento en sí o sus consecuencias? En los demás, en lo que nos convertimos.

—Creo que la cantidad de personas a las que puede afectar, personas que igual ni te imaginas. Algo como lo que sucede en el libro puede tener un impacto en muchísima gente. Hay tantos y tantos individuos que se pueden ver afectados por un solo acto de violencia o de crueldad que es apabullante pensar en ello, en cómo los demás encajan o no encajan, digieren o no digieren una tragedia.

—La novela planea todo el tiempo sobre una violencia que no responde ni a razones ni a una enfermedad mental. Es escalofriante.

—Sí, da miedo. La verdad es que ni yo misma entiendo qué pasó en la camioneta. Buscar los motivos de Jenny será un fracaso, porque nunca hay un motivo para matar a un niño. No sé qué pasó, solo sé que esas cosas pasan, que hay gente que hace cosas que son ajenas a ellos.

—¿Aprendió algo durante la escritura de esta novela?

—Algo que he aprendido es que a través de la escritura puedes llegar a una versión distinta de ti misma. Mis personajes son mejores que yo, yo no sería tan decente o tan buena persona como ellos consiguen ser, porque son capaces de perdonar, de amar a gente que comente errores, de comprender que a veces se hacen cosas que no deberían hacerse. En una ocasión recibí una carta por correo de una mujer que estaba en la cárcel y que había cometido un asesinato muy parecido al del libro, había matado a su hijo. Yo cuando leí la carta esto no lo sabía. Sabía que esta mujer había cometido algún crimen violento, pero la carta era muy amable. Y cuando supe por qué la habían encerrado no fui capaz de ser como Ann, no pude responder a la carta porque no pude superar el sentimiento de rabia y de tristeza, de disgusto. No pude devolverle la carta, no pude escribir una respuesta. Para mí fue demasiado saber lo que había hecho esa mujer. No pude hacer lo que hace uno de mis personajes. Anne es lo mejor de mí, pero yo no soy Anne. 

—¿Qué interrogantes quería abrir en la cabeza del lector?

Idaho es un libro de cómo ir hacia adelante en la ausencia de respuestas. No siempre hay respuestas a las preguntas. Muchas veces el tema es ese precisamente, cómo salir adelante sin las respuestas.