Concha de oro colombiana en San Sebastián para la ampulosa «Los reyes del mundo»

José Luis Losa SAN SEBASTIÁN / E. LA VOZ

CULTURA

Juan Herrero | EFE

Es el tercer año consecutivo que una directora gana el festival

25 sep 2022 . Actualizado a las 12:27 h.

La decisión del jurado de otorgar la Concha de Oro de esta 70.ª edición del Festival de Cine de San Sebastián a la película colombiana Los reyes del mundo es tan poco sorprendente como —en mi balance personal— insatisfactoria. Porque es una de esas obras que habla de los desterrados de la tierra —un grupo de gamines de esa Medellín que con tanta veracidad feroz retrató el escritor Fernando Vallejo—, pero que lo hace desde los presupuestos de una gran coproducción donde la plata se vierte en riqueza cromática, vistosidad ampulosa. Y en un batiburrillo no solo estético sino también narrativo que entrevera la oscuridad de El corazón de las tinieblas o de una aventura equinoccial con las licencias comerciales de un caballo blanco que parece como emblema de un realismo mágico impostado y antiguo, truculento y complaciente.

Su directora, Laura Mora, venía de ganarse su posición con una película pequeña, sobria y estimable, Matar a Jesús, donde sí exploraba la huella de las décadas del período conocido como la violencia en Colombia. Ese filme le ha dado carta blanca para que ahora dirija una coproducción con México, Francia, Noruega y Luxemburgo, y vuelque en ella unas decisiones de embellecimiento artístico que se dan de bruces con la naturaleza de sus protagonistas. Esos cinco jóvenes que se aprestan a una aventura quijotesca: la de recuperar las tierras que eran de la abuela de uno de ellos y que, tras los tratados de paz, le deben ser devueltas.

Es original sacar a los niños de la calle de Medellín del cerco del universo de los sicarios adolescentes. Pero resulta equivocado que su interesante periplo de superhéroes de la miseria se vea desnaturalizado por la tendencia a la alharaca visual que convence a muchos, pero desencaja la veracidad del cine de los desheredados para priorizar el fulgor superficial. Esta Concha de Oro para Laura Mora supone la tercera consecutiva para una directora en este festival, después de las obtenidas por la georgiana Dea Kulumbegashvili por Beginning y la rumana Alina Gregorie por Blue Moon.

La visión del palmarés deja claro que debió de haber una división en el jurado entre quienes se dejaron hipnotizar por las luces y las sombras de Los reyes del mundo y los que defendían la grandeza de estilo de la norteamericana Runner, de Marian Mathias. Al final, ganaron los malos. Y la belleza depurada, seca, extraordinaria de Runner, que dibuja en planos presididos por el gris cenital esos estados de secano de la América del erial y la esbozada historia de amor entre dos hijos de la white trash tiene que conformarse con la plata del Premio Especial del Jurado, cuando contenía el mejor cine de la irregular competición oficial.

Apoteosis de actores niños

Las conchas de plata a la interpretación consagran una voluntad del jurado de premiar a actores y actrices jóvenes —o directamente críos— frente a quienes estiman más los matices que solo pueden aportar la edad y la experiencia artística y vital. El premio de interpretación —que en San Sebastián, como en Berlín, decidió su comité organizador que no tenga sexo— se encargó el jurado de devolverlo a su formato clásico al otorgar un exaequo para la niña española Carla Quílez, de 14 años, por La Maternal, y para el joven actor francés Paul Kircher, de 17, que es el efébico protagonista absoluto de Le Lyceen, de Christophe Honoré. En el caso de este —hijo en la vida real de la actriz Irene Jacob— se premia cómo sostiene durante casi todo el metraje el enamoramiento que sobre él despliega la cámara de Honoré. Tengo más dudas con Carla Quílez. Es verdad que su mirada de la rebeldía, seleccionada para el casting por sus tik-tok, es lo más veraz de La Maternal. Pero dejar fuera —frente a este amateurismo— un trabajo visceral, que nace de las entrañas y descarga todo su dolor, el de la portuguesa Beatriz Batarda en la descarnada Greath Yarmouth, roza la ofensa.

El premio como mejor interpretación de reparto para la argentina Renata Lerman hace aun más delirante esta querencia abiertamente edadista del jurado. Porque se trata —de nuevo— de una niña, créanme. Es la hija del director de El suplente, el argentino Diego Lerman. Y entra —indudablemente— en el cambio de cromos dentro del reparto. Esto es, una concesión al presidente del jurado, el productor Matías Mosteirín, también del país austral, quien tuvo que sustituir en la cabecera del grupo a Glenn Close por su indisposición familiar de última hora.

La Concha de plata a la mejor dirección para el japonés Genki Kawamura por su sensible acercamiento a la demencia senil como metáfora del tiempo perdido y de las oportunidades para reconducir errores de la vida en A Hundred Flowers me parece razonable. Y el premio al mejor guion para la china A Woman y su academicismo muy visto es una decisión tan inocua como conservadora. El premio a la mejor fotografía para Pornomelancolía y su actor bigotón que hace una versión hardcore de la vía de Emiliano Zapata suena marciana, estando ahí el sublime trabajo con los paisajes de Runner.

Echo de menos en el palmarés a Sparta, víctima de la polémica el filme de Ulrich Seidl, a la portuguesa Great Yarmouth y a la española La consagración de la primavera. El gran trabajo del equipo de este festival que dirige José Luis Rebordinos logra devolvernos a los tiempos de normalidad prepandémica y a un confort muy siglo XX. De paso, abochorna los dislates y desprecios sufridos este año en Cannes y en Venecia.