Erri de Luca: «Fui un adolescente dócil, pero me rebelé y acabé siendo intratable»

H. J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

El escritor italiano Erri de Luca publica en castellano su libro de cuentos «A grandezza naturale» (2021).
El escritor italiano Erri de Luca publica en castellano su libro de cuentos «A grandezza naturale» (2021). Benito Ordóñez

El escritor italiano explora las relaciones paternofiliales en el libro de cuentos «A tamaño natural»

14 oct 2022 . Actualizado a las 08:29 h.

«Fui un niño dócil y un adolescente dócil hasta cierto momento, y después me rebelé y acabé siendo intratable». Sentado a la mesa —que él mismo construyó con unas maderas sobrantes— de la cocina de su casa en el campo —que él mismo levantó en un terreno en una aldea cerca de Cesano di Roma—, con una pared a su espalda empapelada con etiquetas de vinos —«no soy un coleccionista de botellas, son un recuerdo del vino bebido con amigos en esta misma estancia»—, el escritor italiano Erri de Luca (Nápoles, 1950) reflexiona sobre su pasado a raíz de la publicación en castellano por el sello Seix Barral de su libro A grandezza naturale (2021), una colección de cuentos que explora las complejas relaciones paternofiliales.

De Luca, en una conversación con periodistas realizada por videoconferencia, explica que en el origen del libro está la petición del parisino Musée d’Art et d’Historie du Judaïsme de que eligiese una obra de la pinacoteca y escribiese sobre ella. Escogió el retrato de El padre de Marc Chagall —«un cuadro que tenía algo conmigo», dice, y no solo como admirador del artista— porque le fascinaba la idea de cómo había reconstruido a su padre a tamaño natural desde la distancia, en París, «como una evocación llena de emoción y de dolor». Ese lienzo lo llevó a otro, El sacrificio de Isaac de Caravaggio, y por ende a otra relación «muy dramática», la de Abraham e Isaac, la de un padre dispuesto a satisfacer la exigencia de la divinidad y sacrificar a su hijo, un hijo, por cierto, presto a facilitarle la tarea: «Abraham no era el hombre fuerte que tenemos en nuestro imaginario colectivo, sino un anciano; e Isaac no era un niño, sino una persona en plena juventud, llena de vigor físico, pero que acepta su destino por respeto al padre».

A estas dos historias iría sumando otras, de entre las que descuella la del pediatra Janusz Korczak, que, «pese a no tener hijos, asume hasta las últimas consecuencias el papel de padre y no solo no abandona [le ofrecieron salvarse aquel verano de 1942] a los doscientos huérfanos del gueto de Varsovia sino que los acompaña en el tren y muere con ellos en el campo nazi de Treblinka».

La solicitud del museo es el desencadenante del libro, pero la motivación íntima de la escritura, confiesa De Luca, hay que buscarla en el sonido del desgarrón de la camisa de su padre, que se rasgó la prenda que vestía cuando supo que su hijo se había marchado del hogar para no volver. Tenía 18 años, relata, y se fue sin avisar, «sin dar un portazo», simplemente desapareció. «Ese ruido, de un gesto que es señal de duelo en religiones como la judía, aunque mi padre no era judío, un gesto que en él era pura desesperación, según después me contaron, ese ruido que nunca escuché, porque yo ya me había ido de casa, quedó clavado en mi memoria y seguramente fue el móvil de estas páginas que he escrito».

A ese padre le debe, reconoce, el amor por los libros y las montañas, dos gustos que no porfió en transmitirle. «No me contó mucho del tiempo maldito de la Primera Guerra Mundial en el que desempeñó como soldado de infantería como alpinista en las montañas de Grecia; tampoco me perseguía con sus libros y él era incluso mayor lector que mi madre. Pero me crie en la habitación de sus libros, que formaban parte de mi intimidad física, el cuarto más cálido y silencioso, aun cuando no sabía qué había en el interior los libros, me aislaban del ruido y el jaleo de la ciudad. Terminé por absorber su materia cuando me vi convertido en lector. Lo mismo ocurrió con la celebración de las montañas que heredé de mi padre. Las otras cosas que quiso transmitirme, las rechacé». Sus padres sí le legaron la indiferencia por la riqueza: «Nunca les escuché debatir en familia los problemas económicos, y aunque no sobraba el dinero nunca nos faltó lo necesario». Esta educación de ignorar el dinero lo condujo al escepticismo ante las mercancías: «Yo no tengo ningún deseo de comprar nada de lo que la publicidad me ofrece», concluye agradecido.

«Soy un lector que ignora al escritor»

Erri de Luca admite que la Biblia tiene presencia en A tamaño natural, pero asegura que no le inspiraron otros libros que haya leído sobre las relaciones paternofiliales, ni siquiera Padres e hijos de Turguénev. «Soy un lector que ignora al escritor, ambas facetas son en mí vasos no comunicantes», arguye para incidir: «La lectura es un acto feliz, soy un lector feliz, leo como un lector de pura cepa, no como un colega del escritor. Es más, como autor, no tengo relación de mímesis o dependencia con las lecturas que hago». Por eso mismo, razona, recomienda a los lectores no aburrirse, porque él si abre un libro y le empieza a aburrir, lo deja. Y ahí, sí, como escritor, valora su experiencia lectora: «Siento una gran responsabilidad ante el tiempo de los lectores, porque soy un lector exigente. En mi rol de escritor, asumo la responsabilidad de ocupar el tiempo del lector que escoge mis páginas para sentirse acompañado. Y lo doy todo para que no malgaste su tiempo».

Ahora valora el tiempo de otra forma que en su juventud, cuando se fue de casa. Entonces no sabía hacia dónde iba ni qué era la libertad hacia la que decía dirigirse. «Me disocié de la familia. Emprendí el camino del desierto», rememora. Fue hace medio siglo, prosigue, cuando militó en el grupo de extrema izquierda Lotta Continua: «Vivíamos en el programa a corto plazo. Era lo que nos justificaba. Ni imaginaba que llegaría vivo a esta edad». Hoy, cuando acaba de regresar de su sexto viaje a Ucrania con la furgoneta que adquirió para llevar bienes de primera necesidad al pueblo agredido por Rusia, sabe que «cada día tiene su peso, cada día tiene derecho al peso que le corresponde».