Luis Tosar: «Los hombres no podemos dar un paso atrás en lo avanzado, la masculinidad está cambiando»

CULTURA

Raúl Terrel | EUROPAPRESS

El actor lucense estrenó con Penélope Cruz «En los márgenes», donde interpreta a un abogado activista que se desvive por las familias desahuciadas. «Los que me ofrecen estos papeles de bueno son personas que me conocen más», dice

15 oct 2022 . Actualizado a las 17:45 h.

Como cualquier padre sube Luis Tosar a Lugo desde Madrid en coche, con dos niños pequeños «y muchas paradas». El actor, que pide mejores comunicaciones para su tierra, sigue tirando para casa mientras triunfa en lo más alto. Su último estreno, En los márgenes, habla de los más vulnerables y de quienes trabajan para darles una vida digna. «Hacer un personaje como el de Rafa es muy apasionante, porque conoces a gente que es así de verdad y dices: 'Joder, si hay gente buena en el mundo'. Es acojonante, pero la hay», asegura.

—«En los márgenes» es el debut de Juan Diego Botto como director. ¿Te da envidia, o no te ves dirigiendo?

—No descarto dirigir alguna vez, pero vamos, no me da ninguna envidia, eh... Soy muy feliz siendo dirigido.

—Tu personaje, Rafa, es un abogado activista que antepone las vidas de los demás a la suya.

—Sí, es el día a día de los Rafas de verdad. Yo tuve la suerte de conocer a algunos de ellos, y es cierto que su vida gira todo el rato en torno al dilema de 'tengo que dedicarme a esto porque la vocación de ayudar a los demás es para mí una necesidad imperiosa'. Y es cierto que hay tanto que hacer que requiere muchísimo tiempo. Entonces, todo el rato se ve en el dilema de cómo compensar y buscar un equilibrio que es muy difícil de conseguir entre lo personal y lo emocional, y lo profesional. Porque lo profesional también tiene mucho de personal y de emocional por la implicación que tienen a nivel directo cuando tienen que sacar adelante a familias que están en riesgo de desahucio. Evidentemente, no puede ser simplemente profesional, porque si no eso no llegaría a ningún lado.

—Ese dilema a la hora de equilibrar la vida personal y profesional lo tenemos un poco todos, ¿no?

—Sí, es un dilema constante porque la sociedad que tenemos ha creado eso. Vivimos en una meritocracia en la que todo tiene que ser exitoso, porque si no es exitoso, es un fracaso. Parece como que no hay términos medios, como si nadie pudiese vivir de una manera más o menos normal en esta sociedad en la que si no aparentas que eres el mejor del mundo, parece que no eres nadie. Está un poco envenenada, y por eso pone en esos dilemas a la gente, cuando todo debería ser mucho más sano, cordial y armónico. Se puede combinar lo laboral sin necesidad de que todo salga perfecto, sea exitoso y se publique en Instagram, y tener una vida personal más o menos equilibrada.

—Que digas tú que no hay por qué ser tan exitoso...

—Bueno, hay que tener el éxito que cada uno tenga, y hay que llevarlo de la mejor manera posible. Yo lo único que hago es intentar hacer mi trabajo mejor cada día. Pero el éxito no depende de mí, depende de la gente que vea las películas. Yo ni siquiera tengo redes sociales. Solo hago mi trabajo e intento que sea lo mejor posible, eso sí, porque estoy comprometido con el trabajo, que no con el éxito. Intento hacerlo bien, no que se me reconozca. Y creo que ese es el gran error de nuestra sociedad, el ansia de reconocimiento, pero no necesariamente de hacer bien las cosas. Eso provoca en mucha gente el gran dilema de decir 'estoy todo el día pensando en que me reconozcan'. Y no hace falta.

—La película aborda cómo un problema económico puede repercutir en todo, en el amor, en la familia... ¿El dinero no da la felicidad, pero casi?

—Es que el dinero está en todo, sin él uno no puede sobrevivir. O te dedicas al café o a la pesca en un ambiente selvático o si no ¿qué haces sin dinero en un neoliberalismo tan exacerbado como el que vivimos? Esto es una máquina de fuerza centrífuga en la que si no tienes el asidero en el momento adecuado te quedas fuera, te expulsa. Y te expulsa básicamente porque no tienes dinero, porque no puedes pagar lo que tienes que pagar en cada momento. De eso habla En los márgenes, de gente que no puede pagar y en un tiempo récord se ve expulsada del sistema. Y una vez que lo estás, recuperarse es muy difícil. Sobre todo desde el 2008, que ha habido una crisis tras otra. Eso ha hecho que gente que estaba en una situación más o menos precaria, se haya quedado en una situación de exclusión total.

—Sigue habiendo desahucios, aunque no se hable tanto de ellos como antes.

—Es que no se habla tanto de tantas cosas que siguen ocurriendo, y por desgracia, precisamente porque siguen ocurriendo y son parte estructural de la sociedad, se repiten todos los días y por eso dejan de ser noticia. Pero son nuestra realidad, no la podemos obviar.

—En esa crisis destaca el papel de la mujer como sostenedora del afecto. Tú que has crecido en el matriarcado gallego, sabes lo que supone esa figura en una familia.

—Sí, pero también es verdad que lo ves en todos lados, no creo que sea un feudo nuestro en Galicia. Veo que, por ejemplo, en las asambleas, el 80 % de los miembros de las plataformas antidesahucio son mujeres. Y son las que más aguantan y tiran del carro. Pero también es cierto que, por fortuna, ves a muchos hombres que asumen como pueden el nuevo rol que les ha tocado vivir, que se tragan también su orgullo, porque esto es una cosa muy masculina que, por educación, ha ido tocando a muchas generaciones. Darte cuenta de que ya no eres el proveedor de la familia provoca que muchos hombres se echen atrás y no quieran ni siquiera ser vistos, porque no pueden asumir el nuevo rol que les ha tocado vivir. Pero algunos sí que lo hacen, y es también bonito de ver, porque ves que dentro de esa precariedad y dentro esa falta de pilares que fundamentaban sus comportamientos hasta ese momento, son capaces de sobreponerse y de seguir hacia delante. Y eso hace pensar: 'Bueno, pues hay esperanza para el hombre'.

—El concepto de masculinidad ha cambiado. Hoy ser hombre significa otra cosa, ¿no?

—Sí, ser hombre significa otra cosa, y va a significar otra completamente diferente en los próximos tiempos si las cosas nos salen bien. Si dejamos también de hacer caso a algunos referentes así, tóxicos, que tenemos hoy en día y que están muchas veces en la música y en ciertas formas de arte...

—Eso suena a trap.

—Bueno, sí. No digo que todo sea así, pero no hay que despistarse, porque enseguida nos despistamos de un trabajo y un territorio que se había ido ganando con los años y, si dejamos que se relaje, llegará un momento en que diremos: 'Hostia, ¿pero todo esto no lo habíamos conseguido ya?'. Los hombres no podemos dar un paso atrás. Pero creo que sí, que la masculinidad claramente está cambiando, se está transformando. Y hay unas cuantas generaciones que estamos de por medio sufriendo la transformación de una manera más directa, porque nos ha tocado ser un poco el puente, y eso exige muchísimo más esfuerzo y reseteo mental y educacional que seguramente el que vayan a tener las generaciones futuras.

—¿Le estás cogiendo el gusto a hacer de bueno o te estás ablandando?

—En general, los que me ofrecen estos papeles son personas que me conoce más. Los que no me conocen de nada, van a lo mismo. Luego lo que pasa es que tuve muy pocas oportunidades de hacer personajes buenos, esa es la realidad. Entonces, cuando me llega uno bueno, me fijo. Y un personaje como Rafa además es muy apasionante, porque conoces a gente de verdad y dices: 'Joder, si hay gente buena en el mundo'. Es acojonante, pero la hay.

—No solemos ver una transformación física tuya en tus películas.

—Sí que las he hecho, lo que pasa es que en películas de menor repercusión, tipo Ventajas de viajar en tren, en la que tenía looks muy locos. Son pelis menos mainstream.

—Pero suelen buscar tu imagen.

—Según el tipo de pelis que quieras hacer. Si quieres hacer pelis que son muy pegadas a la realidad, es cierto que normalmente pides que los actores estén lo más cercanos a su físico posible. Y luego, los directores en general son poco arriesgados. A todo el mundo le da mucho miedo usar pelucas y cosas así. Las películas en la que hice transformación, son de directores que hacen pelis más raras. Y cuando hice transformaciones de pelo o maquillaje, me ha costado un huevo convencerlos. A menos que fuera gente como Dani Monzón, que todo le parece divertido, o Dani de la Torre.

—¿Alguna vez te sentiste en los márgenes?

—Sí, pero ya lo normalizas. Uno cuando se dedica a esta profesión ya está en el margen de lo convencional, de entrada. Pero ya llega un momento en que es normal para ti. Para mí hace muchos años que lo es. Al principio te puede chocar un poco más, porque notas que le choca al resto y que no entra dentro de los planes habituales.

—¿Qué más proyectos tienes?

—Tengo pendiente de estreno Fatum, que será en torno al primer trimestre del año que viene. La rodamos en A Coruña con Vaca Films.

—Sigues tirando de rodajes gallegos.

—Sí, tengo relación con mucha gente de ahí. Es difícil que ese vínculo desaparezca, porque está muy presente el ir a trabajar con gente con la que tengo mucho trato profesional y personal. No es extraño que esté en Galicia permanentemente.

—¿A qué sitios no fallas cuando vienes?

—Bueno, lo primero es ver a mi familia, ja, ja. Y en A Coruña hay un montón de sitios maravillosos para comer.

—¿Y en Lugo?

—En Lugo como siempre en casa, ¡ja, ja!

—¿Sufres mucho las malas conexiones en el transporte?

—Sí. A Lugo históricamente ha sido complicado llegar, y por desgracia lo sigue siendo. Tanto que es difícil ir casi en cualquier medio de transporte, por lo que al final el coche es lo más recurrente. Nosotros es una opción que intentamos dejar atrás, porque tenemos niños pequeños, pero al final acaba siendo lo más cómodo. Entre tener que usar tren, y después coche o autobús para moverte, o avión y otra vez coche y autobús... Somos siempre los que estamos un poco fuera del circuito. Nos ayudaría mucho que hubiera mejor comunicación con Santiago, y una comunicación con tren fluida con Ourense sería una maravilla...

—Hay que ser valiente para coger el coche con los dos niños.

—Pues sí, hay que ser valiente... o hacer muchas paradas, ja, ja.