Enrique Vila-Matas:  «Escribo para llegar a un punto límite, encontrar la salida e ir a otro lugar»

CULTURA

Marta Perez

El barcelonés publica «Montevideo», una vuelta de tuerca más a su obra

21 nov 2022 . Actualizado a las 08:26 h.

Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) da una nueva vuelta de tuerca a su obra narrativa con Montevideo (Seix-Barral), una novela en la que juega con la realidad y la ficción, el ensayo y la narración y que toma como referencia el relato La puerta condenada de Julio Cortázar.

—¿Por qué de entre las ciudades que el narrador va revisitando eligió el título de «Montevideo»?

—Porque es el núcleo central del libro. Está escrito mentalmente como si estuviera en París, porque es un libro francés de alguna forma, pero lo escribí en Barcelona. El libro es como un viaje mental continuo, con saltos de un lugar a otro, pero siempre retornando a un centro, que es el misterio que hay en la habitación del hotel de Montevideo del cuento de Cortázar.

—En la novela se enumeran cinco tendencias literarias, ¿en cuál se podría encuadrar?

—La única que me intriga y me interesa es la segunda, no decir nada deliberadamente. Todavía estoy pensando qué significa esto.

—¿Hay demasiados escritores que no tienen nada que decir y, sin embargo, publican?

—Todo el mundo tiene algo que contar. Bolaños me dijo que hay gente que solo ha vivido una historia, pero no la escribe y si la escribe lo hace mal.

—En este libro, como en otros suyos, hay una vocación ensayística, además de narrativa.

—Hay intervenciones directas del autor, que es la voz del ensayista que une todos los libros que he escrito, y por eso hay pensamiento dentro de las narraciones. Me siento muy libre narrando, pero necesito la voz que piensa. Se habla de la novela objetiva pero es un mito falso, Flaubert ya lo dijo, «Madame Bovary soy yo». Hasta en la Biblia hay alguien detrás que crea. Está todo inventado.

—Critica la moda de la autoficción.

—Últimamente se utiliza el termino para denigrar cualquier libro. La autoficción no existe, es un invento del siglo XX en Francia de Serge Doubrovsky, que ha servido como clasificación. Yo digo qué horror que me clasifiquen de entrada y, por otra parte, digo que todo es ficción. Un libro de realismo social de los cincuenta también es ficción, por mucho que hable del mundo obrero. Ahora también existe la no ficción basada en una falsa creencia, porque cuando escribes de algo real modificas el mundo con tus palabras y creas otra realidad. Para mí es fascinante crear un mundo propio gracias a la escritura, como me ha pasado a mí.

—¿Qué supone esta novela dentro de su obra?

—Mis libros surgen de lo anterior, están enlazados y forman un libro único, y este último parece casi el desenlace, aunque espero que no porque todavía puedo continuar. Siempre hay una voz, que sería el ensayista, reconocible, pero los narradores, a los que llamo avatares, viven historias distintas.

—Recupera el relato «La puerta condenada» de Julio Cortázar.

—Mi objetivo era ver dónde irrumpía lo fantástico en el cuento. Un narrador es como un detective muchas veces, alguien que busca algo, en este caso es comprobar qué pasa cuando uno ve la ficción y la realidad juntas en una puerta y por eso viaja a Montevideo. Unos años antes yo había viajado a Montevideo por trabajo, fui al Hotel Cervantes, pedí que me dieran la habitación de Cortázar y me dijeron que no existía, de modo que me quedé un poco frustrado, y a la vuelta, después de unos meses, vi que el hotel publicitaba que Cortázar había dormido allí.

—En la novela, como es habitual en sus libros, hay numerosas citas de escritores.

—En mis libros a veces cuento una historia de mi tía, de lo que pasó con mi abuelo, con un amigo, y también de escritores que enlazan, en este libro más que nunca, con lo que se está narrando. Creo que es la vez que mejor lo he logrado, están bien ensambladas, quizá en libros anteriores podían parecer gratuitas.

—El narrador tiene obsesión por las puertas, que, según Cirlot, son una invitación a penetrar en el misterio.

—Quizá es una frase de otro tiempo, más que penetrar, la puerta es una invitación a ver la otra parte.

—Hay otra frase en el libro: «Lo visible son restos de los invisible».

—Explica casi todo el libro.

—¿Los escritores están en una inacabable búsqueda de un estilo propio?

—Siempre hay una eterna búsqueda del estilo. En Montevideo hay una búsqueda de algo, no demasiado resuelta. Mi libro Una casa para siempre es la historia de un ventrílocuo que lo pasaba muy mal porque solo tenía una voz propia, a los muñecos no les podía dar otra, yo ahí ya me reía del tópico que dice que un escritor debe tener voz propia. Es posible que yo ya la tenga, pero me río de esto también.

—¿Qué es para usted la literatura?

—Se puede decir que todo lo que he escrito es la búsqueda para averiguar eso y también para saber por qué escribo. En este último libro lo describo de una manera muy ambigua que dejo en el aire, la búsqueda de un cuarto propio al estilo de Virginia Woolf.

—¿Cuál va a ser su siguiente paso tras «Montevideo»?

—Cada vez que termino un libro los amigos me dicen qué voy a hacer, porque parece que he llegado a un punto límite. Yo digo que escribo para llegar a un punto límite y encontrar el agujerito, del que hablaba mi padre, para escapar de lo que nos tiene atrapados. Toda empresa novelística que emprendo es para encontrar la salida e ir a otro lugar.

—Usted aprendió pronto que la realidad no es una ciencia exacta.

—Es la consecuencia de haber tomado LSD a los 20 años en el servicio militar en Almería, que me hizo ver que hay otras realidades. A partir de entonces no confío en la realidad exactamente, desconfío, siguiendo el consejo de mi padre.