Concha Piquer, una mujer empoderada en los veinte

Olga Suárez Chamorro
Olga Suárez LA VOZ

CULTURA

Concha Piquer nació en Valencia en los primeros años del siglo XX y falleció en Madrid en 1990
Concha Piquer nació en Valencia en los primeros años del siglo XX y falleció en Madrid en 1990

Sufrió una violación, fue madre soltera, y una mujer valiente en plena Guerra Civil. Así dibuja su figura el escritor Manuel Vicent

20 ene 2023 . Actualizado a las 09:30 h.

Su voz formó parte del imaginario colectivo de la España de la primera mitad del siglo veinte, colándose en cocinas, salas y habitaciones de casa de ricos y pobres, de pueblo y de ciudad… Es muy probable que cualquier persona de más de setenta años con buena memoria llegue a algún episodio de su juventud solo con escuchar una canción de Concha Piquer, un nombre que a las generaciones siguientes ya les sonaba a anticuado y a los millennials directamente ni les suena. Pero no está de más recordar la figura de una mujer empoderada en los años veinte de la que hoy se diría que rompió techos de cristal y que sufrió en su propia piel episodios trágicos que no la hicieron flaquear: fue víctima de una violación, fue madre soltera, sufrió la muerte de su primer hijo, fue decidida y valiente, primero en la emigración y después en una España en plena Guerra Civil.

El escritor valenciano Manuel Vicent ha decidido rescatar su figura en una biografía novelada que empezó hace más de treinta años y en la que sorprende por la apasionante historia que relata de una mujer que, antes de volver a España y convertirse en un símbolo de toda una época, deslumbró en Broadway, en México y en Cuba. «Una joven camina rápido sobre la nieve de las calles de Nueva York un día de invierno de los años veinte. Lleva una receta en el bolso que le permitirá adquirir en la farmacia una botella de vino para celebrar la Nochebuena con unos amigos. Estamos en plena ley seca. La joven es Concha Piquer, tiene apenas dieciocho años y lleva ya cuatro triunfando en los escenarios de Broadway, se ha visto envuelta en un homicidio y ha tenido contactos con la mafia. Llegó casi sin experiencia, sin conocer más mundo que la huerta, algún teatro de su ciudad, sin hablar otra lengua que no fuera el valenciano», escribe Vicent.

Hija de un albañil y una costurera, nacida en 1906 en el barrio valenciano de Sagunto, apenas estudió unos años en una escuela de monjas en la que solo aprendió a coser y rezar. Cuentan que era solo una niña, pero ya tenía una voz prodigiosa; un día se presentó decidida en el teatro Sogueros de Valencia, cantó ante el dueño y consiguió cerrar así sus primeras actuaciones. En el Teatro Kursaal de Valencia, la vio por primera vez el maestro Manuel Penella, que después se convertiría en uno de los hombres de su vida, y que fue quien convenció a su madre para embarcarla rumbo a México para participar en un espectáculo en inglés. Así llegó a Nueva York una Concha Piquer quinceañera, en un viaje que marcaría toda su trayectoria vital.

Con solo veinte años, volvió a España con una fortuna lograda en su vertiginosa carrera por América y con muchas heridas interiores. Se instaló en el Hotel Palace de Madrid e importó unos espectáculos en los que mezclaba clásicos americanos con canción española. Así pasó de cantante a empresaria de éxito y cerró actuaciones con su compañía por todo el mundo. Fue amiga de Blasco Ibáñez, de Federico García Lorca, de Eva Perón, con quien se llegó a decir que tuvo una relación sentimental: «¿Cómo es posible que cundiera el rumor de que Evita Perón y yo éramos bolleras? Todo porque era su amiga y había sido madrina de mi hija y le había salvado la vida al movilizarse en busca de una medicina que no había en España».

Portada de la novela de Manuel Vicent dedicada a la vida de Concha Piquer
Portada de la novela de Manuel Vicent dedicada a la vida de Concha Piquer

«Conducía ella misma un Hispano-Suiza, llevaba un vestido rojo, zapatos de tacón, collares de tres vueltas, unas gafas de sol que le enmascaraban el rostro y la melena al viento como las artistas de Hollywood». Era elegante y era atrevida, una mujer dueña de su propia empresa, que pagaba religiosamente a sus empleados y que no tuvo inconveniente en posar con un mantón de Manila cubriendo su cuerpo desnudo, una icónica imagen que es además la elegida por el escritor valenciano para su Retrato de una mujer moderna. «Dicen que las folklóricas somos muy antiguas, pero yo me considero una mujer moderna porque en esta vida he hecho lo que me ha dado la gana. Yo siempre he tenido mando, ¿qué más se puede pedir?».

Igual de impetuosa que su llegada a los escenarios, fue su salida, a los 51 años, cuando decidió tajantemente terminar su carrera, tras sufrir una leve afonía. Siguió viviendo en Madrid, hasta su muerte en 1990.