Ray Loriga: «Hay amistades que, como en el amor, se idealizan para que estén a la altura»

María Viñas Sanmartín
maría viñas REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Diego Lafuente

Tras superar un tumor cerebral, Loriga regresa con «Cualquier verano es un final»

30 ene 2023 . Actualizado a las 10:33 h.

Cada vez que el apelativo sale a pasear, Ray Loriga (Madrid, 1967) replica, chasqueando lengua, que nunca pretendió —ni quiso— ser una estrella de rock de la literatura, revolviéndose incómodo en el traje. Su pose sigue, sin embargo, apuntando en la misma dirección: cigarro descolgado en la repisa del dedo índice, mueca gallarda y diálogo seco, harto de repetirse. Se excusa, admitiendo que se cansa antes. «Ya no sé si es por lo que he pasado o por lo viejo que soy», añade. Deja caer media risa y ahí, bajo la careta, aparece el hombre que retoma oficio y circuito promocional con Cualquier verano es un final, un tipo que casi nada tiene que ver ya con el bravucón que en los noventa firmó Héroes. Mucho ha llovido desde entonces. Su duodécima novela empezó a tramarla postrado en una cama de hospital, en vísperas de la pandemia, tras ser intervenido a vida o muerte de un tumor cerebral que le dejó sordo de un oído, parte de la cara ligeramente paralizada y un ojo tocado, que —amplificando leyenda— cubre con un parche. Su talento sigue sin embargo en plena forma; su indolencia, intacta.

—«Ni sentí pánico antes de la operación ni euforia al despertar en la uci y comprobar que la muerte anunciada como posible no había sucedido», dice Yorik, protagonista de la novela, también víctima de un masa en pleno estirón oprimiendo su tronco encefálico. ¿Reflexionó mucho sobre el final de la vida tras su diagnóstico?

—Bueno, más que nada, lo que sucedió me hizo aprender a tomarme la muerte con calma, porque reflexionar hay poco que reflexionar; cuando te llega, te llega. De alguna manera, me relativizó todo un poco, me hizo darme cuenta de que estas cosas sencillamente pasan y de que nos pasan a muchos.

—¿Y cómo cambió al Loriga escritor?

—Realmente no mucho, no como un antes y un después. Supongo que todo es como una serie de sedimentos: se van creando capas de experiencia y, quizá, esta capa evidentemente se quede marcada con más fuerza, pero tampoco es que me haya hecho descubrir un mundo nuevo ni que me haya otorgado una perspectiva clara sobre las cosas. Sí me hizo darme cuenta de que lo que durante un tiempo vi tan lejano puede estar más cerca de lo que me planteaba.

—Se intuye mucho de usted en esta historia.

—Sobre todo volqué cosas que me iban bien para el tipo de historia que iba a contar, una donde se plantean dos personajes tremendamente desaforados en su amistad y uno de ellos decide morir, y el otro, que acaba de pasar por una circunstancia cercana a la muerte, está justo en el otro extremo. Me venía muy bien esta situación que me acababa de pasar, y por otro lado tampoco me apetecía evitarla, porque era algo que me había sido útil en el tiempo que estuve en el hospital, pensar en cómo utilizaría eso para una posible ficción.

—Ese personaje, al que le parece que la muerte no está lo suficientemente cerca, dice que la vida «se le hace larga». ¿A usted se le ha hecho larga en algún momento?

—No, no en el sentido global. Hay momentos, cosas que se me han hecho excesivamente largas, pero no la vida en su totalidad. Al personaje sí le sucede, la vida que ha vivido le ha parecido bien, pero le parece que a partir de ahora quizá lo que venga luego no le apetezca tanto, como seguir leyendo el libro más allá de lo que él piensa que podría ser un final feliz. Y, por si acaso el próximo final no fuera tan agradable, toma la decisión que toma.

—¿Diría que es una novela sobre el hallazgo de un amigo o sobre la pérdida de un amigo?

—Creo, sobre todo, que es una historia sobre la invención de un amigo, porque realmente esa persona existe, pero a lo mejor no con esas capacidades mágicas de las que le ha dotado el narrador, y también del miedo a perder ese amigo. Se plantea la amistad como una forma de amor, con todos esos elementos que conlleva una relación amorosa: la idealización o la sublimación del otro para poder conseguir que esté a la altura de nuestro sueño. Y todo ello, además, sin realmente preguntarle a la otra persona si es que le apetece jugar ese papel.

«Me obsesiona repetirme, caminar dos veces por lo mismo»

En el 2017, Ray Loriga ganó el premio Alfaguara con Rendición, una distopía sobre una sociedad constantemente expuesta a la mirada de los demás. Seis años atrás había publicado una novelita de fantasmas de corte juvenil, y en el medio, una comedia sobre un camello de poca monta retirado en Ibiza.

—¿Todavía le queda algo con lo que no se haya atrevido? ¿Tiene en la cabeza algún tema sobre el que le gustaría escribir y aún no haya escrito?

—No, es que no me planteo las novelas como un reto, más bien como algo que se produce de una evolución natural entre mis lecturas, el tiempo que llevo escribiendo y mis deseos de no repetirme, me obsesiona caminar dos veces por el mismo sitio exactamente. Y en eso ando ahora.

—¿Ya está pensando en la próxima novela?

—Por ahora, sin ninguna prisa ni ninguna obligación. Las novelas se me suelen ir ocurriendo, nunca sé exactamente cuándo va a aparecer en mi cabeza algo que diga: ‘Pues por aquí podría ir, esto podría ser…'. Es una mezcla entre un tono, un rumor literario, una voz, un ambiente, unos personajes, una trama… Todo va confluyendo hasta formar un cuerpo, le doy vueltas a la idea hasta que veo que ahí puede haber una novela. Es un proceso más de búsqueda que de decisión y, además, las novelas que yo escribo no tienen tampoco un género muy definido.

—Pero en todas afila el humor, incluso en una historia como esta, de abismos, del final de la juventud, de lo intrascendente de una muerte, «una bombilla que se funde en una tienda de lámparas».

—En general, el humor es una herramienta esencial en todo lo que escribo, pero en esta novela, en concreto, me parecía que era muy necesario, porque estaba hablando de un tema pesado, fuerte. No me apetecía que me arrastrarse al fondo de nada, sino conseguir que eso estuviera ahí flotando, en el río plácido de la experiencia de dos amigos que da la puñetera casualidad de que están empeñados en girar en torno a la muerte, para bien o para mal.